Redentoristas, custodios de la fe popular en Colombia

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El Milagroso de Buga en Bogotá, una devoción que crece todos los días

Una réplica del Cristo venerado desde mediados del siglo XVI en Buga es motivo de multitudinarias peregrinaciones y manifestaciones de fe en una iglesia bogotana

La devoción no es muy antigua —apenas se empezó a propagar en los años 80 del siglo XX— pero es tan fuerte y creciente que los días 14 de cada mes el templo de san Alfonso María Ligorio se queda pequeño para albergar a miles de peregrinos llegados de diversos lugares de Colombia y el extranjero.

Referencias de prensa recuerdan que hacia 1980 varias señoras del barrio La Soledad organizaron peregrinaciones de Bogotá a Buga —occidente del país— para visitar al Señor de los Milagros, pedirle favores y pagarle promesas. Después de pesados viajes, de más de 1.000 kilómetros, las mujeres empezaron a declinar, pero no a decaer en su fe y por eso le propusieron al párroco que les dejara ubicar una imagen en un lugar del templo. El cura accedió y permitió que cuatro religiosos pusieran un Cristo que, según diversos escritos, “era muy diferente al real”.

El crecimiento de la devoción de un nuevo Señor de los Milagros se debe al padre Londoño Sepúlveda. El viajó en 1999 a Buga y elaboró un molde que fue utilizado para hacer un Cristo en fibra de vidrio.

La imagen quedó tan bien lograda que para muchos devotos es la misma de Buga y hasta sostienen que los redentoristas de esa ciudad la prestan de vez en cuando para exponerla en Bogotá. Además, esa fama de Cristo bien hecho se extendió entre la comunidad Redentorista que permitió el uso del mismo molde para multiplicar al Milagroso que hoy están en distintos lugares del mundo.

A partir del año 2000, aumentaron las eucaristías diarias y durante los domingos aumentaron las confesiones, las romerías, las solicitudes de ayuda espiritual, los matrimonios y bautizos.

La fama de un Milagroso de Buga que se podía adorar sin moverse de la capital se propagó de manera tan rápida que en cuestión de meses el tranquilo barrio de La Soledad empezó a transformarse. Las amplias casas de familia de clase media alta fueron rodeadas por una multitud de vendedores ambulantes, decenas de personas pidiendo ayuda económica, miles de enfermos en búsqueda de sanación física y otros millares deseosos de sanar sus heridas espirituales.

Se trataba un acontecimiento inusual que trastornaba todo. En esos años, según datos de la parroquia, el promedio de asistentes llegaba a 35.000 los domingos y subía a 50.000 los días 14. En la actualidad las cifras muestran que los domingos los fieles son cerca de 60.000 y los 14 llega a por lo menos 80.000.

Hoy, las doce misas programadas entre las 5:00 de la mañana y las 8:00 de la noche, tampoco son suficientes. La asistencia es tan grande que decenas de fieles que deben escuchar el oficio de pie, ya sea dentro o fuera del templo. Tampoco dan abasto los sacerdotes encargados de suministrar el sacramento de la reconciliación. “A veces no nos queda tiempo de comer porque la demanda de confesiones es muy grande y empieza en la madrugada y termina muy en la noche”, relata uno de los religiosos de San Alfonso.

(aleteia.org)

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