Acogida y esperanza …

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

Meditación de Adviento con San Alfonso y el Papa Francisco

“En estos días, … en muchos hogares se están preparando el árbol de Navidad y el pesebre… Son signos de esperanza, sobre todo en este momento difícil. Asegurémonos de no detenernos en el signo, sino de ir al significado, es decir, a Jesús, al amor de Dios que se nos ha revelado, para ir a la bondad infinita que Dios hizo brillar en el mundo. No hay pandemia, no hay crisis que pueda apagar esta luz. Dejemos que entre en nuestro corazón y extendamos nuestra mano a los más necesitados. Así Dios nacerá de nuevo en nosotros y entre nosotros “[i].

En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada recientemente, pudimos “redescubrir” una vez más en María el icono de la “acogida” y la “esperanza”. En la página litúrgica de esta solemnidad, hay al menos dos formas verbales que expresan más que otras, y podríamos decir “disponer” a María para acoger: el verbo “entrar”, y el verbo “concebir”. Son términos que de alguna manera “necesitan” “permiso”, es decir, cuestionan la libertad del otro, porque lo “cuestionan” sobre la posibilidad de poder-querer o no-querer acoger. Por otro lado, los mismos términos podrían expresar “violencia” donde no se respeta la voluntad, la libertad del otro.

Podemos recibir otra luz sobre estos términos releyéndolos en su contexto argumentativo: “Entrando en ella, [Gabriel] dijo:” Alégrate, llena eres de gracia: el Señor está contigo”. Encontramos explícita en este breve pasaje bíblico la “certeza” de la presencia del Señor, que toma la iniciativa. Redescubrimos ese “movimiento” que va de Dios al hombre (exitus). Un movimiento que María es “capaz” de acoger (reditus), en su vida y más aún en su seno – “concebirás un hijo” – pero que no se guarda para sí misma – “lo darás a luz y lo llamarás Jesús” – porque el “que nacerá […] será llamado Hijo de Dios”, no (sólo) “su” hijo (cf. Lc, 1-26-38).

En esta actitud de acogida, que surge de la escucha y se abre al don, podemos ver, en filigrana, el papel de María como intercesora, abogada, signo de esperanza segura y de consuelo (LG, n. 68). Este “ministerio”, propio de la Madre de Dios, se destaca más en las “oraciones” litúrgicas de la Inmaculada Concepción. Una primera vez en la colecta [ii], una segunda vez en la oración sobre las ofrendas [iii] y, nuevamente, en el prefacio donde se usa expresamente el título de “abogada” [iv].

María nuestra abogada

Oh Padre, que en la Inmaculada Concepción de la Virgen preparaste una morada digna para tu Hijo, y en anticipación a su muerte lo preservaste de toda mancha de pecado, concédenos también, por su intercesión, encontrarnos con ustedes en santidad y pureza de espíritu.  (Oración Colecta de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción)

En la cuarta meditación de Adviento, Alfonso escribe de María que al aceptar ser Madre “de tal Hijo aceptó ser la madre de nuestra salvación” [v]. El tema mariano, y en concreto, “el ser prójima” de María como Abogada nuestra, en lugar de ser tratado en un solo lugar del camino meditativo, vuelve y marca el camino en cada meditación alfonsiana. El Doctor más celoso se dirige a ella, reconociéndola principalmente como la “Madre” de Jesús y su / mi madre [tú]. “Esperanza” en la que confiar [vii], “reina” y “ayuda” recomendada en las tentaciones [viii]. Así como una “dama” para pedir apoyo para permanecer fiel al amor reconocido [ix]. Ella que “todo lo puede con Dios” [x], y que “obtiene lo que quiere” de su Hijo [xi], que puede implorar santa perseverancia [xii], la gracia suprema de la oración [xiii], luz y gracia amar a ese Hijo que amó tanto al hombre que murió por él [xiv]. Y, nuevamente, es reconocida como “Santísimo Refugio” y “Consuelo” [xv], “Madre Dolorosa” que “participó en muchos de los dolores de Jesús” [xvi].

El vientre “acogedor” de María

La “figura” de María, en el discurso alfonsiano, nunca se separa de la de Cristo su Hijo. Una relación estigmatizada en el texto también por la referencia al útero materno, como si fuera un símbolo, un signo, de la unión particular entre ella y el niño [xvii] y, en él, con todos los hombres. En su seno -escribe Alfonso- “el Verbo quiere encarnarse” [xviii], y “desde el seno de María” “aceptó la obediencia que le dio el Padre de su Pasión y muerte” [xix]. “Desde que estuvo en el vientre de María [él] se enfrentó a cada pecado en particular y cada pecado lo afligió inmensamente […]. De ahí esa agonía que el Redentor sufrió en el huerto ante la vista de todos nuestros pecados que se había encargado de satisfacer, sufrió desde el seno de la Madre “[xx]. Pero “estando en el vientre de María, lo que más le afligió entre todos los dolores fue ver la dureza del corazón de los hombres que, después de su Redención, tuvieron que despreciar las gracias que había venido a esparcir en la tierra” [xxi].

De todo el discurso alfonsiano, el vientre de María parece tomar el significado, podríamos decir simbólico, de acogida e intimidad, así como de la relación particular entre la Madre y el Hijo, relación que no permanece cerrada, sino que se abre a la proximidad. Es en virtud de esta relación íntima que Alfonso llega, especialmente a sus “charlas confidenciales”, no sólo para rezar a María – o para dirigirle su oración – sino también para pedirle “con valentía” que ore por él, que sea acogido, así como haría una madre cuando “no ve a su hijo cambiado” [xxii].

… Un elemento más en el cual reflexionar

… O Jesús mío, habéis bajado del cielo para haceros amar por mí; has venido a abrazar una vida de dolores y una muerte en la cruz por mi amor, para que yo te reciba en mi corazón, y muchas veces he podido alejarte de mí diciendo: Aléjate de mí, Señor, apártate de mí, Señor que No te quiero (cf. Adviento, 196).

Santísima Virgen, tú que acogiste y consolaste a los santos Magos con tanto cariño, acógeme y consuelame también a mí, que todavía vengo a visitarte y me ofrezco a tu Hijo. Madre mía, confío mucho en tu intercesión. Recomiéndame a Jesús. A ti te encomiendo mi alma y mi voluntad la unirás para siempre al amor de Jesús (Cfr. Para la octava de la Epifanía, 228).

Padre Antonio Donato, CSsR

(Ver la notas en el original italiano)

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