Carta del P. General a todos los Formadores en la fiesta del Beato Stanggassinger

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Prot.: 0000   180/2024
Roma, 26 de septiembre de 2024
Memoria del Beato Gaspar Stanggassinger

Misioneros de la Esperanza tras las huellas del Redentor
AÑO DEDICADO A LA FORMACIÓN PARA LA MISIÓN
El Señor que nos instruye para reavivar el don de Dios que habita en nosotros

Const. 77-90, EG; 050-085; Mt 10,5-15, Lc 9,1-6, 2 Tm 1,6
“Quiero escuchar a todo el mundo con gusto como si no tuviera nada que hacer”
(Gaspar Stanggassinger)

Queridos Cohermanos, Formandos, Laicos asociados a nuestra misión y, de manera especial, a todos los Formadores de la Congregación:

  1. Queridos Cohermanos Formadores, por medio de esta carta, en la fiesta del Beato Gaspar Stanggassinger (1871-1899), formador, y en este año dedicado a la Formación para la Misión, quiero agradecerles su arduo trabajo en favor de la formación redentorista. En el contexto en el que vivimos, con tantos desafíos, ser formador no es tarea fácil, pero tampoco imposible cuando hay apertura al Espíritu, trabajo en equipo, escucha de los formandos, creatividad y disposición para nuevos aprendizajes a través de un programa personal de formación permanente que enriquezca la vida espiritual y ayude en el ejercicio de la misión. Esta carta puede servir en los encuentros de Formadores en la (Vice) Provincia/Región para abrir reflexiones sobre nuestra formación redentorista: ¿A quién estamos formando? ¿Cómo estamos formando? ¿Para qué estamos formando? ¿De qué modo necesitamos formar para responder a nuestro carisma hoy? Y si ¿Nuestro proceso de formación ayuda realmente a los formandos a discernir y a tener una visión profunda de la identidad redentorista?
  2. ¡El formador es un misionero! Quien piense que los que están en una casa de formación no están en misión, o el formador que piense que su trabajo no es misionero, se equivoca. “Para los formadores, la tarea de la formación es su apostolado más importante” (Ratio Formationis Generalis=RFG 2020 n. 60). La palabra misión viene de mittere, enviar. Enviar o ser enviado a desempeñar un cargo o realizar una tarea específica, casi siempre de cierta importancia. Enviar (mandare) es encomendar, dar una mano, una ayuda. El enviado recibe un mandato y cuenta con la confianza de alguien o de la comunidad. No va por su propia cuenta. La misión la realiza en nombre de Jesús, quien fue enviado por el Padre y cumplió su misión en su nombre hasta el final (cf. Jn 20,21). Así, el formador es un misionero que, con su humanidad, fragilidades y virtudes, colabora en la obra redentora del Padre formando personas para trabajar en su mies (cf. Lc 10,1-2).
  3. Es importante recordar que el modelo tridentino, que perduró hasta el Concilio Vaticano II, era un proceso de formación en masa. Este proceso ya no se sostiene hoy. Formar personas en aquella época no era tan complejo como lo es hoy porque las influencias externas dentro de la casa de formación eran menores. Hoy, los formadores tienen que competir con las redes sociales y tantos medios de comunicación, “otros formadores” con concepciones teológicas y eclesiásticas retrógradas, clericalistas y cerradas, que no están en sintonía con el Vaticano II y todo lo que significa para la Iglesia. Algunas de estas concepciones llegan a no estar en comunión con la misma Iglesia…Si en el pasado los candidatos venían de ambientes católicos, hoy muchas veces provienen de realidades en las que casi no han tenido contacto con la fe católica o experiencias en comunidades pastorales; con realidades familiares disfuncionales en las que están presentes muchos traumas y heridas. Creo que, en este arte de formar personas, la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37) junto con las palabras de Amoris Laetitia en su capítulo 8: “acompañar, discernir e integrar la fragilidad”, pueden ser iluminadoras para los formadores en muchas situaciones, especialmente en la casa de formación.

Por lo tanto, ser formador hoy, y en este contexto desafiante, requiere algunas tareas:

a. Crear espacios de confianza. Solo es posible formar en un ambiente de confianza donde las personas sean libres de expresarse sin miedo al castigo. Si no hay un clima de confianza, se crea una cultura de la superficialidad y de las apariencias que pueden esconder realidades dañinas para la persona y para la vida consagrada. Si queremos formar personas y misioneros redentoristas, los diálogos fraternos deben ser espacios de acogida y acompañamiento donde los formandos puedan presentarse con sus fragilidades y fortalezas, y hacer un profundo proceso de discernimiento que los lleve a optar por lo fundamental para sus vidas. Si queremos formandos perfectos, podemos cerrar definitivamente nuestras casas de formación. La formación es proceso, oración, discernimiento, toma de decisiones para decir “sí” o “no” (cf. RFG n. 64).

b. Trabajar con la persona individualmente. Cada formando tiene su propia individualidad y sus propias necesidades de formación. En este sentido, los diálogos fraternos regulares ayudan a identificar las necesidades de cada persona y desde ahí es posible acompañar al candidato, brindándole el apoyo necesario o incluso un acompañamiento terapéutico. Este trabajo individual es importante para descubrir las fragilidades y potencialidades de cada joven.

c. Trabajar al individuo dentro del grupo. La misión redentorista se realiza en comunidad (cf. Const. 21-45). No basta con trabajar al individuo, sino que hay que trabajarlo en comunidad. Por eso, los jóvenes necesitan conocer la historia personal y vocacional de los demás, trabajar en equipo, elegir líderes entre ellos y turnarse en realizar pequeñas tareas administrativas, como por ejemplo ir con el formador al supermercado a hacer la compra de la casa, ayudar con las cuentas, etc. Son formas de realizar el trabajo en grupo y de despertar a los jóvenes a la realidad, para que no estén alienados, reforzando su sentido de pertenencia y también ejercitando el liderazgo. El trabajo en grupo es importante para que las personas desarrollen sus habilidades grupales. Para nosotros, la habilidad de trabajar en comunidad es muy importante, pues somos comunidad de personas (cf. Const. 34-38), de oración (cf. Const. 26-33), de conversión (cf. Const. 40-42), abierta (cf. Const. 43) y organizada (cf. Const. 44-45).

d. Crear una cultura del cuidado. Como sabemos, hoy en día la situación de los abusos es un punto delicado en la Iglesia. Se pone mucho énfasis en el abuso sexual, que es una realidad innegable, pero no podemos olvidar otros tipos de abuso: psicológico y espiritual, moral y económico. En este sentido, es importante crear una cultura del cuidado del otro en la casa de formación y en nuestras comunidades religiosas, lo que implica respeto y no dañar a los demás, sean quienes sean. Incluir a otros profesionales en la formación nos ayudará en este proceso tan importante, porque somos consagrados y llamados a cuidar de las personas, especialmente de los más vulnerables.

e. Somos formados para ser misioneros redentoristas. Nuestra formación no es para la vida diocesana o para trabajar en una ONG, y nuestros formandos deben ser conscientes de lo que esto implica. Somos formados para la vida consagrada y ellos deben ser conscientes de que nuestro estilo de vida implica dos maneras de ser: ¡sacerdotes y hermanos! Ante todo, somos misioneros consagrados, y la vocación del Hermano debe ser considerada. ¡No es menor que la del sacerdote! No podemos correr el riesgo de crear o reforzar una visión clericalista dentro de la vida consagrada redentorista. El clericalismo es la desvirtuación del ministerio sacerdotal, que se reviste de autoritarismo, vacío espiritual y narcisismo como forma de mantener el statu quo, lo que va aniquilando la creatividad pastoral y la vida de la comunidad, y hace tanto daño a la Iglesia, Pueblo de Dios.

f. La espiritualidad sostiene nuestra vida consagrada y nuestra misión. Es importante recordar a los formandos que la espiritualidad redentorista es una fuente de agua viva para alimentar su vocación. Nuestra espiritualidad es cristocéntrica, y no hay necesidad de buscar otros tipos de espiritualidades. La vida consagrada y la misión redentorista dependen de una profunda vida espiritual. Si ésta no existe, nuestro anuncio estará vacío de contenido y de sentido. No es solo en el noviciado donde se profundiza en nuestra espiritualidad; ésta es un proceso gradual de acuerdo con cada etapa formativa y debe continuar para la vida del consagrado. La espiritualidad ayuda a consolidar nuestra identidad como misioneros redentoristas y sostiene la perseverancia.

g. Conciencia de la formación permanente. Es importante que los formandos tomen conciencia de que la formación permanente comienza el día en que entran en la casa de formación. Moldea el ser redentorista. No es solo algo intelectual, sino que abarca la totalidad de la persona para que se conozca a sí misma, ayude en el proceso de maduración ante la vida, tenga conciencia del mundo, posea claves hermenéuticas para leer los signos de los tiempos e instrumentos para prestar un buen servicio al Pueblo de Dios, especialmente en lo que se refiere a la formación de la conciencia. El testimonio de los miembros profesos que la toman en serio es fundamental para los jóvenes. Debemos recordar que responder a las nuevas preguntas con respuestas que no se adaptan a los nuevos tiempos nos aleja de nuestra misión en la Iglesia. Por su parte, los formadores no deben descuidar su formación continua para poder ejercer bien su misión. Esto no excluye una formación especializada en este ámbito.

h. Trabajo en equipo. La RFG n. 85 nos recuerda la importancia de que los formadores trabajen en equipo. Hay muchos casos en la Congregación en los que, por una razón u otra, solo hay un formador en la casa de formación. El proceso de discernimiento no puede ser unilateral; es importante contar con otras percepciones para un discernimiento sano y justo. En estos casos, es importante escuchar a los miembros profesos de la comunidad para tener una visión más amplia del candidato.

4. Otro aspecto que no podemos descuidar es la formación pastoral en el proceso formativo de los candidatos. ¡Somos misioneros y toda nuestra formación está en vista de esto! Es importante considerar la gradualidad de los procesos y realidades de los jóvenes que están en nuestras casas de formación en cada etapa. Lo que sucede en nuestras comunidades de formación es que muchas veces recibimos jóvenes que antes tenían una vida intensa en el campo pastoral, que eran entusiastas y audaces, y cuando están a las puertas de la profesión religiosa y de la ordenación, están desencantados por la misión y por el trabajo pastoral, e incluso en algunos casos hay una disminución en la calidad del servicio que prestan. Se supone que el joven que está a punto de emitir los votos perpetuos o de ordenarse sea capaz de tener una comprensión de su ser y de su identidad misionera, así como del servicio cualitativo que debe prestar al Pueblo de Dios. La gradualidad es importante para que no haya un divorcio entre el ser y el hacer, entre la teoría y la práctica.

5. Es importante pensar en la pastoral dentro del proyecto formativo y con acompañamiento para “primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar” (cf. Evangelii Gaudium 24). Los formadores deben implicarse, no para controlar, determinar o imponer su concepto pastoral, sino para ayudar al discernimiento pastoral con el fin de que los jóvenes avancen “por el camino de una conversión pastoral y misionera” (EG 25), para estar cerca de la gente, especialmente de los más pobres y abandonados. Muchas veces las casas de formación están tan alejadas de la realidad, y muchos proyectos pastorales en formación están fragmentados y dejados a la responsabilidad de párrocos y vicarios que no brindan apoyo a los formandos y formadores porque se ven a sí mismos fuera de la formación. ¡La formación es un esfuerzo conjunto y requiere la colaboración de todos!

6. La formación no es solo responsabilidad de los formadores. Es también responsabilidad de las comunidades religiosas, ya que ellas forman con su ejemplo de vida fraterna, vida espiritual, celo apostólico y ardor misionero. En este sentido, así como cada cohermano debe ser responsable de la promoción vocacional (Const. 79), también es responsable de la formación. Y formar no significa aquí apadrinamiento o preferencias por los formandos, sino testimonio de vida consagrada, sentido de pertenencia a la Congregación, alegría por la consagración, entrega al apostolado y estímulo para perseverar a los que llegan. Por lo tanto, las comunidades religiosas de una (Vice)Provincia/Región tienen una gran responsabilidad en la formación de los futuros miembros, y también deben apoyar y animar a los formadores en su misión.

7. Queridos Formadores, la formación es el arte de formar, en primer lugar, personas. Luego, Misioneros Redentoristas con una profunda humanidad, que experimentan primero la Redención y la comunican en su vida apostólica. Y esto requiere la paciencia de un artesano que toma fragmentos y los hace brillar hábilmente después de un largo proceso, en consagrados que reflejan el rostro del Redentor. No tengan miedo de aceptar la fragilidad y la fragmentación. Con acogida, sabiduría y paciencia, pueden integrarse en la obra de arte. ¡Muchas gracias por el servicio que prestan, creyendo en la persona y en su capacidad para buscar un camino de santidad en medio de nosotros y compartiendo con ellos el camino para que puedan beber en el manantial del carisma redentorista! No se desanimen en relación con las críticas y especialmente cuando, después de un intenso trabajo, algunos candidatos se retiran del proceso de formación que brinda la Congregación. Ante esto, es importante hacer autocrítica, abrirse al Espíritu, evaluar y mejorar el trabajo, y seguir adelante.

8. Que nuestra Madre del Perpetuo Socorro, la gran Formadora del Redentor, y el Beato Gaspar, iluminen a todos en este arte de formar personas y consagrados redentoristas para ser misioneros de esperanza y caminar tras las huellas del Redentor. ¡Adelante con alegría y entusiasmo en esta misión!

Fraternalmente,

P. Rogério Gomes, C.Ss.R.
Superior General


Original: español