Hacer vivir y crecer lo esencial de nuestra “vida apostólica”

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Communicanda – 1991-1997

 

Communicanda 1

Roma, l de agosto de 1992
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Queridos cohermanos,

Durante los últimos meses, el Gobierno General ha reflexionado conjuntamente sobre algunos puntos propuestos en el Documento Final del Capítulo General. AI mismo tiempo que enviamos nuestra reflexión, os saludamos y deseamos que el Documento Final y nuestra communicanda sean también objeto de reflexión para vuestras comunidades.

0.Introducción

Un Capítulo General ha de hacer crecer nuestra vida apostólica, reforzar nuestros compromisos y adaptarnos a las necesidades de la Iglesia y de los hombres y mujeres de nuestro tiempo (Const. 107). Este es el sentido del mensaje que nos ha transmitido, para los próximos seis años, el XXI Capítulo General celebrado 1991 en Itaici, Brasil. Un mensaje que hunde sus raíces en:

0.1.    La vida del mundo en que los Redentoristas estamos presentes. En efecto, nos afectan los problemas de este mundo: tensiones entre las naciones y en el interior de un mismo país, ausencia de verdadera democracia, diferencias crecientes entre ricos y pobres, hambres, migraciones forzosas, injusticia social, situación de la mujer, crisis de la salud, espectro del sida, racismo, destrucción de la naturaleza. Pero también participamos de sus esperanzas cuando los derechos humanos se respetan mejor, cuando en especial los más débiles: niños, personas ancianas, desempleados, encuentran su lugar en la sociedad. Cuando la libertad y la democracia se amplían, cuando el amor y la lealtad se han dado cita, cuando la justicia y la paz se besan” (Sal. 85,11).

0.2.    La vida de la Iglesia a la que pertenecemos. En efecto, la Iglesia es sacramento universal de la Redención, en camino hacia el Reino de Dios. AI mismo tiempo que participamos en su misión a nivel universal y local, participamos también, por un lado, de su testimonio profético y liberador, pero, por el otro, de sus debilidades y ambigüedades. Para nosotros es un reto constante el buscar las formas concretas de contribuir de modo específico a la vida de la Iglesia en los periodos difíciles y en las situaciones concretas. Pero podremos enriquecer la vida de la Iglesia en la medida de nuestra fidelidad al carisma de San Alfonso y a la herencia de toda nuestra Congregación. Ellas serán fuentes de creatividad.

0.3.    La vida de la Congregación a través de las comunidades, las viceprovincias y las provincias. Sombras y luces se cruzan en nuestras vidas. Avances y, a veces, retrocesos, momentos de desaliento y desánimo, necesidad de reiniciar el camino en la esperanza… todo se entremezcla, como en la vida de los seres humanos que nos están cerca. Respiramos el mismo ambiente de nuestros contemporáneos, Como ellos, estamos influenciados por el contexto general de este final del siglo XX, e igualmente marcados por el pasado, por la tradición, con sus riquezas y su peso muerto. También tenemos el gozo de poder compartir los retos y las esperanzas de esta gran familia misionera de 6.000 cohermanos, pertenecientes a casi 60 naciones y presentes en 68 países del mundo.

0.4.    En este contexto, el Consejo General quiere ofrecer a cada cohermano y a cada comunidad local y provincial algunas reflexiones, tomando como punto de partida aquello que le parece ser el corazón del Documento Final del último Capítulo General. Es un primer acercamiento que no pretende retomar todos los puntos del Documento. Queremos, en un primer momento, reafirmar el tema escogido para este sexenio <1>. A continuación, explicitaremos el deseo y la necesidad de interiorización, de unificación en “nuestra vida a la manera de los apóstoles” <2>. Finalmente, mostraremos como nuestro envío a los más abandonados, especialmente a los pobres, quiere dar unidad al conjunto de nuestra existencia, encarnarla en formas concretas y vivir la inculturación <3>.

  1. El tema del sexenio
       (la continuidad entre los temas
    de los tres últimos capítulos)

1.1.    El XXI Capitulo General no supone ninguna ruptura en nuestro caminar juntos. Deliberadamente se ha situado en la prolongación temática, pues “hemos sentido el espíritu unificador y apostólico que el tema del sexenio pasado significó para la Congregación” (DF, n. 6). El nos ha ayudado a vivir mejor en la fidelidad nuestra propia vocación, a avanzar juntos. La evaluación realizada por las (V)Provincias y las regiones ha permitido a los capitulares discernir lo positivo, especialmente en la selección de nuestras prioridades pastorales, en la proclamación de la Buena Nueva cerca de los destinatarios privilegiados de este anuncio y en la participación de estos últimos en nuestra propia conversión. Pero el Capitulo ha reconocido también la presencia de sombras en nuestras vidas. El Documento Final en su número 8 lo dice claramente. Con insistencia se nos invita a continuar juntos nuestra reflexión y nuestra praxis más comprometida del último sexenio. El discernimiento y la profundización nos permitirán dar un paso adelante en la respuesta a los retos del presente.

1.2.    Nos parece muy importante recalcar lo que es el centro de este Documento “Final, en cierto modo el faro que ilumina todo el texto. En efecto, el deseo de los capitulares ha sido insistir en lo que se dice en los nn. 11 y 12. “Queremos acentuar el anuncio explícito, profético y liberador del evangelio a los pobres, dejándonos interpelar por ellos (evangelizare pauperibus et a pauperibus evangelizari)”. Para que este tema se encarne en nuestra vida personal y comunitaria, queremos «ahondar más en el», «acentuar su coherencia», «su articulación», el nexo íntimo “entre la tarea evangelizadora, la vida comunitaria y la espiritualidad de la Congregación”. Y este deseo de unificación de toda nuestra vida de Redentoristas quiere traducirse en formas muy concretas “que expresen la opción de la Congregación por los más abandonados, en especial por los pobres”.

1.3.    De este modo el Capítulo ha querido reafirmar nuestro lugar en la misión de la Iglesia, aquello que constituye nuestro carisma, claramente afirmado en la Constitución n. 5: “La preferencia por las situaciones de necesidad pastoral o de la evangelización propiamente dicha y la opción por los pobres constituyen para la Congregación su misma razón de ser en la Iglesia y el sello de su fidelidad a la vocación recibida, Su misión de evangelizar a los pobres comprende la liberación y salvación de toda la persona humana. Los congregados deben proclamar explícitamente el Evangelio, solidarizarse con los pobres y promover sus derechos fundamentales de justicia y de libertad”. Es esta, pues, la dirección en la que el Capítulo nos invita a avanzar. Cuando alguien, un joven por ejemplo, nos pregunte: “¿Quiénes son los Redentoristas?”, es necesario que seamos capaces de responderle y que se nos pueda creer, presentándole esta tarjeta de identidad tan claramente afirmada en los textos citados. Esta es «nuestra razón de ser», la «piedra de toque de nuestra fidelidad».

1.4.    A los Redentoristas, misioneros del Evangelio entre los más abandonados, especialmente los pobres, nos interpela la insistencia del Papa Juan Pablo II a través de todos los continentes en «la nueva evangelización». El Papa vuelve una y otra vez sobre una nueva calidad evangelizadora que corresponda a los cambios profundes de nuestro mundo. Ya en su época, san Clemente hablaba de “proclamar el Evangelio de una manera nueva”. Hoy como ayer, nuestra misión consiste en responder a las necesidades de la humanidad. “Interpretando fraternamente los angustiosos interrogantes de los hombres, procuren discernir los signos verídicos que ellos dejan traslucir de la presencia y de los designios de Dios” (Const. 19). ¿Dónde están los angustiosos interrogantes de nuestro tiempo? ¿No son frecuentemente los jóvenes, las poblaciones pobres de las grandes ciudades secularizadas y de las zonas rurales, y todos los abandonados, los que tienen necesidad de escuchar esta proclamación evangélica que lleva a Jesús, el Viviente? Pero, “¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique?” (Rom. 10,14). Suscitemos en nuestros contemporáneos la sed de Dios y proclamemos la Buena Nueva.

1.5.    Vivimos en el siglo de la comunicación. Nuestro mundo tiende a convertirse en una «gran aldea» en la que las noticias se divulgan casi instantáneamente. Pero al mismo tempo percibimos la soledad de la gente, constatamos a distancia creciente entre ricos y pobres, la desesperación que lleva a buscar paraísos artificiales. Nuestra misión es ahora más apremiante pues somos apóstoles de esa Buena Noticia, la que ha traído Jesús a todos los hombres y mujeres para colmar su deseo de realización plena.

Digamos de nuevo que el Dios de los cristianos es un Dios cercano a los seres humanos. Vino a nosotros y para nosotros. Es un Dios de amor que nos ha amado el primero: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn. 4,10). A tiempo y a destiempo repitamos que el Dios de Jesús es un Dios bueno y misericordioso: “el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación” (2 Cor. 1,3). El Dios de Jesús es el Dios de a comunicación: Padre, Hijo y Espíritu. Es un Dios que nos; habla y nos llama a la responsabilidad en el lugar que da a cada uno Todos podemos llegar a El en la oración y la solidaridad con los demás.

1.6.    Esta proclamación de Buenas Noticias a los pobres es nuestro modo propio de realizar el seguimiento de Jesús, expresado en una vida cercana y solidaria con los necesitados, un amor compartido, una dignidad recobrada, una liberación en marcha. Así queremos participar en la vida de la Iglesia pues “la Iglesia en el mundo entero… quiere ser la Iglesia de los pobres. Ella quiere sacar a la luz toda la verdad contenida en las Bienaventuranzas de Cristo… Las Iglesias jóvenes, que viven la mayor parte en medio de poblaciones que sufren una gran pobreza, expresan con frecuencia esta preocupación como una parte integrante de su misión” (Redemptoris Missio n. 60).

Los Redentoristas que viven en el tercer mundo están allí para recordarnos constantemente esta urgencia y esta coherencia que es fundamental para nosotros. Ellos nos estimulan, como lo hace Juan Pablo II en la Redemptoris Missio: “Fiel al espíritu de las Bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de cualquier clase. Por eso, yo exhorto a todos los discípulos de Cristo y a todas las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Institutos religiosos, a hacer una revisión de vida sincera, en el sentido de la solidaridad con los pobres” (RM, n. 60).

1.7.    Nuestra solidaridad con los más abandonados, especialmente los pobres, nos acerca al Jesús de las Bienaventuranzas. Es entonces cuando comprendemos que los pobres son algo más que los destinatarios de nuestro anuncio del Evangelio. Ellos son el signo viviente de Jesús hoy. Porque en su Hijo, Dios ha tomado el rostro de pobre. Desde su nacimiento Jesucristo estuvo con los excluidos, con los que no tienen lugar. “El cual, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, a fin de que nos enriqueciéramos con su pobreza” (2Cor. 8,9). (Cfr. el comentario que de este texto hace san Alfonso en la Novena de Navidad, Discurso VIII). Los pobres son los no-amados que hemos de amar y de evangelizar. Pero esta llamada evangélica no es una glorificación de la miseria, que siempre debe ser combatida. Por otra parte, el pobre no está llamado a hacerse rico, sino a ser “otro”, a convertirse. Porque el Evangelio no tiene como objetivo el construir una sociedad de satisfechos que se complazcan en su autosuficiencia. Lo que quiere es que todos nosotros tendamos a una esperanza gozosa y a una libertad en camino hacia lo esencial.

1.8     Recordemos aquí los tres encuentros fundamentales de san Alfonso, que conmocionaron y pusieron en marcha su vida de apóstol: a los 19 anos en «Los Incurables», a los 32 con los pobres de las Capillas del Atardecer y cuando tenia 35 anos con los pastores de Scala. A ejemplo del fundador, nuestra opción por los pobres, por los ignorados y abandonados de la Iglesia, implica encuentros, disponibilidad, un cuestionamiento de nuestras certezas demasiado absolutas, una solidaridad, una conversión, un éxodo.

1.9     Nosotros sabemos muy bien que los pobres no son perfectos. Sobre todo si vivimos cerca de ellos. Pero frecuentemente nos sorprendemos al descubrir en ellos valores evangélicos: la generosidad; el compartir a pesar de lo poco que tienen; la alegría a pesar de las condiciones muy duras en que viven; la esperanza y la tenacidad cuando los demás ya hace mucho tiempo que la han perdido; la confianza… Son estos los valores desde los que ellos viven y con los que nos evangelizan. De ese modo los pobres nos invitan a cambiar de actitud. Esta unión privilegiada con ellos podrá cambiar nuestra manera de ver las cosas, nuestro corazón, nuestro modo de hablar y de vivir. Por ejemplo, su vida nos hará reflexionar y modificar nuestra búsqueda exagerada de seguridad, nuestras adhesiones demasiado fijas a las estructuras, nuestro miedo al riesgo… “Evangelizare pauperibus et a pauperibus evangelizari”. Los pobres nos hacen encontrar a Cristo en nuestra propia vida (Mt. 25,31). Personal y comunitariamente. “La comunidad no puede evangelizar si al mismo tiempo ella no se deja evangelizar: desde el exterior de ella misma: es decir, por aquellos a los que somos enviados, singularmente los pobres” (DP, n.24). Con ellos leemos la palabra de Dios y juntos caminamos en el seguimiento de Jesús.

  1. Nuestra “Vida apostólica11: unidad y coherencia

2.1.    Nuestra Congregación “sigue el ejemplo de Cristo por la profesión de la vida apostólica, la cual comprende a la vez la vida especialmente consagrada a Dios y la actividad misionera de los Redentoristas” (Const. 1). “Movidos por el espíritu apostólico e imbuidos del celo del Fundador, fieles a la tradición marcada por sus antepasados y atentos a los signos de los tiempos, todos los Redentoristas, como cooperadores, socios y servidores de Jesucristo en la gran obra de la Redención son enviados a predicar el Evangelio de salvación a los pobres y forman una comunidad apostólica especialmente consagrada al Señor” (Const. 2).

Estas dos constituciones, pórtico de nuestro Libro de vida, han nutrido y enriquecido el tema del sexenio que quiere ayudarnos a orientar nuestros esfuerzos hacia una interiorización, basada en la unificación de nuestra vida de apóstoles. La segunda parte del n. 11 del Documento Final lo expresa claramente: “Pedimos que la Congregación continúe con este tema profundizando nuestra vida comunitaria apostólica como una fuerza profética que abre nuevos caminos a una misión encarnada; para alcanzarlo, sentimos la necesidad de acentuar la coherencia entre nuestra evangelización inculturada, nuestra vida comunitaria y nuestra espiritualidad”.

2.2.    Actualmente experimentamos más fuertemente que en el pasado esta necesidad de unidad entre lo que hacemos y lo que somos, entre «nuestra vida toda en Dios» y nuestro «trabajo misionero», entre nuestra experiencia espiritual enraizada en una historia y la necesidad de compartir esta experiencia. Esta unidad, para que no sea mera ilusión, necesita encarnarse en la unidad con los otros, en esa comunidad de apóstoles. Porque la llamada evangélica que cada uno de nosotros ha escuchado la ha vivido y compartido desde el principio con sus compañeros, en comunidad; con hermanos que no hemos elegido nosotros, pero que como nosotros han sido elegidos por el Señor. Es esta vida compartida, a la manera de los apóstoles, la que constituye una fuerza profética que es mucho más que la suma de los individuos, pues es una dinámica de amor que trasciende la comunidad local. Esta vida juntos nos permite vivir la experiencia de Dios no en un deseo teórico, sino en el concreto de la vida diaria. En la comunidad, cada uno es llamado a ser evangelizado por sus propios compañeros y a ser un estimulo para ellos. “Los cohermanos son «evangelizadores» los unos de los otros y son «evangelizados» los unos por los otros” (DF, n. 24).

2.3.    No olvidemos nunca que esta vida en comunidad tiene por centro a Cristo Redentor. Fundamentada de este modo, ella podrá hacerse presencia eficaz del Reino de Dios en medio de nuestros contemporáneos (DF, n. 23). La creatividad nos permitirá buscar y encontrar “formas y espacios adecuados para compartir la fe, los gozos, las experiencias más profundamente humanas y las inquietudes de la acción evangelizadora.” (DF, n. 24). Como discípulos de san Alfonso, doctor de la oración, comprendemos la urgencia de la llamada de las constituciones nn. 26 a 33 sobre la comunidad de oración, a fin de combatir el «vacío» de que habla el n. 33 del Documento Final. Para seguir a Cristo Redentor y continuar su práctica liberadora meditamos, sobre todo, los misterios de la Encarnación, de la Pasión, de la Resurrección y de la Eucaristía (Cfr. DF, n. 36), De este modo, “siendo hombres de oración, y compartiendo también la plegaria con el pueblo cristiano dentro de una religiosidad popular bien encauzada” (DF, n. 41a), realizamos juntos nuestro caminar en la fe.

2.4.    Esta conversión mutua en comunidad, en el amor solícito y fraterno, es ya predicación, testimonio, encarnación de nuestra misión, coherencia entre lo que somos en profundidad y lo que decimos y vivimos con los demás, especialmente con los pobres. El Documento Final en su n. 23 lo expresa así: “La comunidad redentorista ha de constituir el primer signo de nuestro quehacer evangelizador”, es “una presencia eficaz del Reino de Dios en medio de los hombres y mujeres nuestros hermanos, los cuales, a su vez, nos revelan también el rostro de Dios”. Esta vida juntos en nombre del Evangelio, es “la vivencia práctica de que es Dios Padre quien nos congrega, y es el Espíritu de Cristo quien nos reconcilia y nos conduce a una comunión cada vez más profunda” (DF, n. 26). En medio del pueblo, toda comunidad redentorista desea ser signo de la presencia del Reino.

2.5.    Conocemos perfectamente las dificultades que han tenido que afrontar determinados países en estos últimos anos. Por ejemplo, la falta de convocación por parte de la Iglesia local, para llevar a cabo una misión de conjunto, muchas veces ha tenido como consecuencia la disgregación de las comunidades locales. A veces cada uno se ha ido por su lado para ejercer un ministerio sacerdotal diocesano. Otros se han comprometido en una misión más cercana a los pobres, pero sin el apoyo y la colaboración activa de una comunidad local. Otros han adoptado algunos valores de la sociedad de hoy, como el crecimiento individual de la persona, y sus opciones apostólicas se han hecho desde este criterio, olvidando «la ley esencial» de que habla la Constitución 21. En algunos países, por falta de libertad religiosa, los cohermanos han respondido individualmente, a veces incluso con el riesgo de su propia libertad, a un ministerio en favor del pueblo, en unión con el Obispo, para suplir la falta de personal de la Iglesia local. Como consecuencia de todo esto se han ido adquiriendo ciertas costumbres no-comunitarias. Cada uno ha llevado su vida personal comprometiéndose más o menos estrechamente con un determinado grupo humano. Y al final, toda la dimensión del compartir (el carisma, la oración, la amistad fraterna, los recursos materiales) ha podido desvanecerse con el transcurrir de los anos. Lo único que permanece son unos lazos históricos, anclados en el pasado pero no cultivados en el presente. No es un juicio lo que estamos haciendo sino una descripción de una determinada realidad vivida en la Congregación. Por eso es bueno que cada provincia o viceprovincia vuelva hoy a asumir seriamente aquello de que “la comunidad redentorista debe constituir el primer signo de nuestro anuncio misionero” (DF, n. 23).

2.6.    A pesar de todo esto, desde hace algunos anos y en toda la Congregación, se ha llevado a cabo un gran esfuerzo por comprender la unidad de nuestra vida. En la actualidad, como en tiempos de nuestro fundador, debemos luchar contra el peligro del dualismo entre ser y hacer. (Cfr. Avisos sobre la vocación religiosa, Consideración XIII). “La coherencia de la vida se logra cuando el apostolado brota de la vivencia personal y comunitaria de la profesión religiosa y, a su vez, la forma de vivir los consejos evangélicos se realiza en la misma tarea evangelizadora. El capitulo pide a la Congregación un esfuerzo especial para integrar cada vez más, en la experiencia personal y comunitaria, la fe y la vida” (DF, n. 35). En su profundo realismo, la vida comunitaria nos ayuda a evitar esa separación entre el apostolado y la espiritualidad.

2.7.    En todas partes debemos revisar constantemente nuestras prioridades, analizando bien las urgencias pastorales del país o de la región en la que vivimos. Para ello, debemos elegir los lugares más adecuados a nuestro carisma. También se nos invita a la creatividad para vigorizar nuestra vida fraterna y “buscar nuevos modelos de comunidad” (DF, n. 28). Pues es la vida comunitaria misma la que nos permitirá, en la reflexión y la oración, discernir los lugares y los grupos humanos a los que debemos ir. Tenemos dos indicadores que nos ayudan en este discernimiento: la proximidad del pueblo y la fuerza de testimonio de la misma comunidad (DF, n. 29).

2.8.    Esta búsqueda conjunta esta siempre dirigida a una “proclamación profética y liberadora de la Buena Nueva. Un Instituto misionero, en el seno de la Iglesia local, debe ser siempre una presencia dinamizadora de su espíritu misionero, un poco como la vanguardia. De este modo nuestra proclamación gozosa verdaderamente encarnada y orante, será un signo de esperanza para los jóvenes que aspiran a vivir en la comunión y que buscan una alternativa a los mecanismos del tener y del poder.

  1. Esta vida apostólica unificada debe estar inculturada

3.1.    Los Redentoristas estamos condicionados por ambientes culturales diversos. En cada uno de ellos debemos vivir según la Buena Nueva de Cristo. A ello se debe que el Capítulo General nos haga esta invitación apremiante y exigente: “Para encarnar históricamente nuestra presencia misionera necesitamos someterla continuamente a un proceso de inculturación, realizando así uno de los componentes del gran misterio de la encarnación” (DF, n. 13).

3.2.    Efectivamente, la inculturación encuentra su raíz en la Encarnación del Verbo de Dios. “Porque ha sido integral y completa, la Encarnación del Hijo de Dios ha sido una “encarnación cultural” (Juan Pablo II en 1982). También la primera predicación evangélica respondía a las culturas de su tiempo; los evangelistas eran hombres marcados por el medio ambiente de sus comunidades respectivas. En la Iglesia naciente se planteaba el mismo problema, porque cada nación, cada lengua de la tierra esta llamada a confesar y a expresar en su propio “idioma” el Evangelio de la salvación (Hech. 2,8). AI ejercer su acción misionera entre los pueblos, la Iglesia entra en contacto con diversas culturas y se encuentra comprometida en el proceso de inculturación. Es ésta una exigencia que ha marcado todo su recorrido a lo largo de la historia y que se hace hoy en día especialmente sensible y urgente” (RM, n. 52).

3.3.    Esta inculturación es un movimiento en profundidad que exige tiempo y que no es una simple adaptación. Por eso conviene distinguir bien dos realidades complementarias que pueden expresarse con dos términos diferentes: la «aculturación» y la «Inculturación». La aculturación se traduce en concreto en el aprendizaje de las lenguas, en el conocimiento de las costumbres, en la adaptación a las condiciones de vida de un pueblo. Tarea con frecuencia difícil para un misionero que va a otro país o que se introduce en un medio que no es el suyo. La aculturación es una necesidad de estos tiempos en que se multiplican los intercambios entre los continentes y entre ambientes culturales diversos. Pero la inculturación es otra cosa.

3.4     Inculturación es la encarnación de la vida y del mensaje cristiano en una cultura concreta. Expresándose con los elementos propios de una cultura, el Evangelio la transforma y la recrea, El término engloba la idea de crecimiento y de enriquecimiento recíproco de las personas y de los grupos por el encuentro del Evangelio con un medio social. Comprendemos entonces que la inculturación no consiste en la sacralización de la cultura en su pasado. Es, sobre todo, búsqueda de «las semillas del Verbo», germinación y fecundación en el presente de un pueblo, en todas sus dimensiones, incluidas las sociales y políticas, con las tensiones y conflictos que se siguen. La cultura de un pueblo es algo vivo. Y nuestra evangelización debe penetrar en este proceso vital que permite a un pueblo el reencontrar su memoria de una forma abierta, dinámica, para el momento presente. Evangelio y cultura se encuentran, se confrontan, se implican mutuamente como el oro y el fuego en la fragua del herrero. La inculturación introduce a Cristo en el corazón mismo de la vida de una cultura y lleva esta vida a Cristo. Así podrán surgir, partiendo de tradiciones culturales particulares, expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristiano. Brotará una vida eclesial transformada y transformante.

3.5.    Este encuentro del Evangelio con una cultura es un enriquecimiento para toda la Iglesia, pues el mensaje cristiano se reexpresa bajo formas nuevas. El papel central en este proceso de inculturación no le incumbe inicialmente al simple misionero, sino que es tarea de toda la Iglesia local. Se trata de la inculturación de toda la Iglesia y son necesarios los esfuerzos de toda la comunidad. La imagen bíblica subyacente a este proceso no es la del injerto, sino la de la semilla, porque el mensaje cristiano que crece en el interior de una cultura, implica, al mismo tiempo, su muerte y su resurrección. Este proceso de inculturación es tan necesario en las Iglesias más antiguas, enfrentadas de una manera especial a la modernidad y a la secularización, como en las Iglesias jóvenes que viven tal vez en un ambiente más «religioso».

3.6.    Redentoristas esparcidos por todo el mundo, vivimos tambi6n en culturas marcadas por otras tradiciones religiosas distintas de la cristiana, como son el budismo, el hinduismo, el islam… Nos gustaría vernos a nosotros mismos como personas a la escucha de estas comunidad es de creyentes, para poder así reconocer que “todo lo que hay de bueno y santo en las tradiciones religiosas del budismo, del hinduismo y del islamismo, es como un reflejo de la verdad que ilumina a todos los hombres…” (RM, n. 55). Los cristianos de los países en los que estas religiones son preponderantes están sumergidos en una determinada atmósfera, en una cultura a veces fuertemente distinta de lo cristiano. Creemos importante entrar en diálogo, sobre todo en un diálogo vital, con estos otros creyentes. Este diálogo será para nosotros un enriquecimiento, una purificación, una llamada a la conversión interior. Este es el sentido del n. 41e del Documento Final, el cual nos invita a “abrirnos a lo válido de las tradiciones espirituales no cristianas”. Este diálogo puede ayudarnos a superar dificultades muy actuales, incomprensiones y, a veces, persecuciones. En toda la congregación debe hacerse un gran esfuerzo en este sentido, ya que hasta ahora, salvo excepciones, no hemos aportado demasiado en este campo. Puede hacerse una gran labor en Asia, en África y en otros continentes, pues actualmente asistimos a un gran intercambio de pueblos y razas.

3.7.    Debemos buscar, juntos y con otros, como inculturar concretamente nuestra tarea evangelizadora, nuestra vida comunitaria y nuestra espiritualidad, expresando la opción de nuestra congregación por los más abandonados, especialmente por los pobres. Nuestra experiencia de compartir en pequeños grupos, comunidades de base, puede, ciertamente, ayudarnos a ello (Cfr. RM, n. 51). Esta búsqueda debe ampliarse en la Iglesia local, con laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, pues tomamos conciencia de las exigencias de una evangelización nueva, que es reto para toda la Iglesia”. Aquí y allá, en nuestras iglesias respectivas, hay experiencias interesantes sobre cómo inculturar nuestra labor evangelizadora. Debemos conocerlas y colaborar en ellas, desde nuestro carisma.

3.8.    Respecto a la vida comunitaria, el Capítulo nos dice que “es necesario seguir buscando… modelos estructurales adaptados a la vida apostólica en comunidad” (DF, n. 30). Donde vivamos, participemos en esta búsqueda junto con otros institutos misioneros que nos sean afines. El capítulo nos señala algunas pistas cuando dice: “La opción por los abandonados, especialmente los pobres, nos exige una encarnación o inculturación en zonas geográficas, en ámbitos sociales, en sectores culturales y en puestos eclesiales que sean coherentes con el dinamismo peculiar de nuestra misión” (DF, n. 27). Es una llamada a llevar a cabo, en capítulo provincial, opciones prioritarias en armonía con nuestro carisma propio.

3.9.    Por otra parte, la vida religiosa apostólica, en general, esta fuertemente condicionada por sus orígenes, con frecuencia europeos. Este es nuestro caso. Si queremos vivir juntos nuestra vocación de apóstoles de forma que se adapte a las diversas expresiones culturales del mundo, pensamos que es necesario reflexionar en profundidad sobre la forma de vivir esta consagración. ¿Podríamos, junto con otros religiosos y religiosas de nuestro país o continente, buscar la mejor forma de expresar, en nuestra propia cultura, los votos de pobreza, castidad y obediencia? Una vez más se nos invita a la creatividad, a buscar con profundidad «en lo nuevo y en lo viejo», en las realidades actuales, en las tradiciones vivas de nuestros pueblos y en el Evangelio siempre vivificante.

  1. Conclusión

4.1.    Esta diversidad de la congregación a través de los continentes, que se expresa también en diferentes ritos, es buena e incluso necesaria. Es el signo de que establecemos comunión con los pueblos a los que pertenecemos. Es el reflejo de la catolicidad de la Iglesia, presente en las diversas culturas. Es una llamada a cada uno de nosotros a abrir su mente y su corazón al Espíritu presente en todos los continentes. La Buena Nueva es acogida en todos los caminos del mundo: En África, en Asia, en Oceanía, en América, en Europa. A veces en un mismo continente, en un mismo país, en el seno de una misma provincia, se expresa en formas distintas. Pero lo que nos une es el Evangelio del Señor Jesús vivido como redentoristas. El nos cuestiona y nos purifica, a nosotros y a nuestras culturas. El nos invita permanentemente a la fraternidad, a la apertura al otro distinto de nosotros, al diálogo purificador y siempre fuente de enriquecimiento.

4.2.    Las grandes líneas del mensaje de este XXI Capitulo general son una llamada a la conversión dirigida a los apóstoles de la conversión. Expresan la voluntad de dar un paso adelante en los próximos seis años para ser misioneros más «auténticos», más «audaces». Ojala crezcan esas semillas de esperanza que vamos encontrando en todos los continentes. “Hemos experimentado con gratitud cómo los redentoristas en todo el mundo tienen confianza en que nuestro carisma todavía sigue siendo un don para el pueblo de Dios” (DF, n. 6). Deseamos compartirlo en Iglesia. Que todos unidos seamos unos apasionados del Evangelio, según el ejemplo de san Alfonso, para anunciar a los más abandonados, especialmente a los pobres esta Buena Noticia: «¡Dios nos ama!»

AI final de esta reflexión, deseamos también que María, la primera discípula del Redentor, nos guíe en el camino de nuestra identificación con Cristo Redentor. Ella es el “icono más perfecto de la libertad y de la liberación” que estamos llamados a llevar al mundo como una abundante Redención.

Con nuestros saludos fraternos en nombre del Gobierno General.

Juan M. Lasso de la Vega, C.Ss.R.
Superior General

El texto original de esta communicanda es el francés.

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