(del Blog de la Academia Alfonsiana)
¿Y qué es vivir entonces?
La esperanza de sacar todo a la luz
y dar cuenta de ello al mundo. (A. D’Avenia)
“Peregrinos de la esperanza” es el lema con el que el Papa Francisco anunció el jubileo que estamos viviendo, un acontecimiento de gracia que tocará la vida de fe de muchos cristianos. Este evento fue inaugurado, como es una antigua tradición, al inicio de la celebración de la Nochebuena, donde el pontífice, aunque envuelto en su fragilidad y sentado en una silla de ruedas, abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro.
Son muchos los signos y las palabras que expresan el jubileo, pero una constante que lo distingue siempre, aunque hayan cambiado las vías de comunicación, es la dictada por el movimiento de mujeres y hombres que se ponen en camino para alinear la cabeza y el corazón a la gracia de Dios: es decir, la peregrinación.
Hoy como ayer, en el corazón del creyente cuando emprende una peregrinación, hay muchas motivaciones como sentimientos de confianza en el Señor, peticiones de gracias para particulares situaciones familiares, para buscar y redescubrir el sentido de la vida que a veces se pierde. En particular, es salir de la cotidianidad de la propia vida y entrar en un tiempo “extraordinario” que abre el corazón y la mente a nuevos horizontes y cumbres que uno aún no ha experimentado en el recorrido de su historia. El camino, paso a paso, se convierte en una condición existencial a través de la cual cada conciencia puede afrontar la “odisea” de la propia vida y redescubrir la tan esperada Ítaca, encontrándose en puerto seguro después del naufragio común. La pregunta que surge espontáneamente es: ¿cuál es la meta esperada que le espera a cada peregrino durante el Año Santo que estamos celebrando?
Muchas veces cuando se emprende una peregrinación se dirige hacia lugares que son símbolos de la fe, donde en un momento determinado de la historia Dios desde el umbral de la eternidad se encarnó una vez más en la historia humana a través de hombres y mujeres que dieron testimonio de él con su vida, encendiendo y fortaleciendo la fe de muchos creyentes. Con el Jubileo, la meta preparada para cada peregrino es la Puerta Santa, lugar donde el corazón de Dios se manifiesta como baluarte de redención, devolviendo una vida “nueva” que, lavada de la mancha del dolor del pecado, se convierte en brecha de infinito.
De este modo la peregrinación jubilar se convierte en un camino que lleva a cruzar la Puerta Santa, un verdadero Éxodo en el que se pasa de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, redescubriéndose amados y enamorados de un Amor que se hace tierno y que se propone como nuevo inicio: salto de humanidad y nueva eternidad en cada corazón.
La peregrinación que todo creyente está llamado a realizar durante este Año Santo no se realiza sólo en solitario, sino que toca también las fibras comunitarias donde descubrimos la belleza de caminar juntos, sosteniéndonos unos a otros en el anhelo de la esperanza de Cristo Jesús muerto y resucitado por toda la humanidad.
Los cristianos viven una vida espiritual que sólo se completa a través de la pertenencia a una comunidad, un lugar donde la propia vida de fe se realiza, aunque dentro de los límites y circunstancias que caracterizan el caminar juntos. Por eso, como afirma el Papa Francisco en su mensaje para el inicio de la Cuaresma, «los cristianos estamos llamados a caminar juntos, nunca como viajeros solitarios». Al hacerlo, nos ponemos en camino juntos no sólo con la certeza de que la esperanza no defrauda (Rm. 5,5), sino asumiendo cada vez más lo que la Iglesia experimenta como su vocación profunda, es decir, convertirse en comunidades cristianas que hacen suyo el estilo sinodal.
La peregrinación personal y comunitaria a través de estas coordenadas hace florecer y madurar en las conciencias una nueva época de creyentes en Jesús que, animados por el Espíritu Santo, encarnan en su vida lo que sugiere san Pablo, es decir, competir en la estima mutua (Rm. 12,10). De este modo, se puede llegar al umbral de la misericordia de Dios con la conciencia de que sólo estando juntos podemos salvarnos, porque cuando miramos atrás nos damos cuenta de que en esta cita no faltan hermanos y hermanas de nuestra propia comunidad con los que he aprendido a “peregrinar” juntos.
Marco Morganella
Se puede leer el original completo en italiano, en el Blog de la Academia Alfonsiana