
Hoy, con gran tristeza, hemos recibido la noticia de la muerte del Papa Francisco. Es una partida temprana… en la mañana de la Pascua. Sus últimas acciones fueron gestos significativos: el encuentro con los encarcelados, la reunión con el Vicepresidente de los Estados Unidos, su última bendición en el Domingo de Pascua, y su paseo por la Plaza de San Pedro, cercano a los niños y al pueblo. Celebró su Pascua – justamente, al estilo de Francisco– en la octava de Pascua…
Tuve la oportunidad de estar en la Plaza San Pedro el día de su elección, el 13 de marzo de 2013. Pude ver el humo que salía de la chimenea de la Capilla Sixtina. Cuando llegué para la sesión de la tarde, una gaviota blanca se posaba en la chimenea. Esa imagen dio la vuelta al mundo. La tarde dio paso a la noche, con una ligera lluvia que hizo que los paraguas compitieran por cada centímetro de espacio frente al balcón del Vaticano. Hasta que alguien gritó: «¡Fumo bianco!». Al principio no se distinguía gran cosa, hasta que salió un chorro de humo blanco. Y la expectativa… ¿quién podía ser?
El cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran, con voz débil, hizo el tradicional anuncio: «Annuntio vobis gaudium magnum: ¡habemus Papam!», pero dejó a muchos en la plaza con la duda… Sin embargo, todos escucharon: Franciscus. Yo estaba cerca de un grupo de jóvenes italianos y uno de ellos exclamó: «¡Francesco, un nome como il nostro!». Pero seguía la inquietud sobre quién era. Entonces, alguien dijo: «Es el cardenal arzobispo de Buenos Aires».
Sonaron las campanas, el tiempo pasó, la multitud se congregó y la fina lluvia dio paso a un cielo estrellado. Y entonces salió, un poco tímido, vestido todo de blanco, sin los tradicionales atuendos papales, y saludó a todos:
«¡Hermanos y hermanas, buenas noches!» (la gente aplaude fuertemente).
«Saben que el deber del cónclave era dar a Roma un obispo. Parece que mis hermanos cardenales fueron casi hasta el fin del mundo para encontrarlo, pero aquí estamos… Les agradezco su acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene su obispo. Muchas gracias. Antes que nada, quisiera rezar una oración por nuestro obispo emérito Benedicto XVI. Recemos todos juntos por él, que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja».
Junto con él toda la multitud y los cardenales rezaron el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria, y continuó:
«Y ahora comencemos este camino, obispo y pueblo, este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre los unos por los otros. Recemos por el mundo entero, para que haya una gran fraternidad. Les deseo que este camino de Iglesia que hoy iniciamos, y en el que me ayudará mi Cardenal Vicario aquí presente, sea fecundo para la evangelización de esta hermosa ciudad».
Mientras procedía a la bendición, dijo: «Ahora quisiera dar la bendición, pero antes quisiera pedirles un favor. Antes de que el obispo bendiga al pueblo, les pido que recen al Señor para que me bendiga. La oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo. Recemos esta oración por mí en silencio».
Hubo unos 20 segundos de profundo silencio en toda la Plaza de San Pedro. Una pluma que cayera podría haber hecho ruido…
Dio la bendición, concediendo a todos la indulgencia plenaria.
Antes de lar la bendición dice: «Entonces les daré la bendición a ustedes y al mundo entero. A todos los hombres y mujeres de buena voluntad».
Tras la bendición, la multitud aclamó y él continuó:
«Hermanos y hermanas, me despido. Muchas gracias por su acogida. Recen por mí. ¡Y hasta pronto! Mañana quiero ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda Roma. Buenas noches y que descansen».
En 01 de octubre de 2022, cuando celebramos el XXVI Capítulo General, tuvimos audiencia con él, donde nos habló al corazón de forma espontánea. Antes de despedirse, nos dijo: «Bueno, yo les agradezco lo que hacen en la Iglesia, en serio. Les agradezco en el alma». A mi predecesor, P. Michael Brehl, le dijo: «Te agradezco tus trece años aquí… ¡Sobrevivir en Roma no es fácil! Gracias». Y dirigiéndose a mí, me dijo: «Y a vos, cuando te cueste un poco, un poco de cachaça para levantar el ánimo. (Risas). Tuve la gracia de tener después cuatro encuentros significativos con él.
Si releemos el discurso de Francisco, vemos que fue coherente hasta el final. Fue incansable en su anhelo de una Iglesia acogedora, aunque a veces muchos no lo comprendieran. No quiso ser un Papa perfecto; permitió que sus contradicciones pudieran aflorar, dejaba ver sus padecimientos físicos, y los sufría con la gente. Los Grandes no temen ser humanos, acogedores y misericordiosos. Y él trabajó por esto hasta el último día…
Ciertamente, como los discípulos después de la muerte de Jesús, nos sentimos un poco perdidos. Pero el Espíritu Santo, que es armonía -Francisco siempre lo recordaba- guía a la Iglesia y nos da esperanza.
Gracias, Papa Francisco, por estimular a la Iglesia a salir de su zona de confort y a acoger la diversidad a través de la sinodalidad. Intercede desde el cielo para que tengamos un nuevo Papa bueno, lleno de esperanza, y sinodal; que, como Jesús, mire el mundo con compasión, pero que lo vea también como obra de redención de Dios y como un lugar donde los seres humanos vivamos felices.
¡Gracias, Papa Francisco, por todo y por siempre! «Spes non confundit», «la esperanzano defrauda» (Rm 5,5).
P. Rogério Gomes, C.Ss.R
Superior General
Original: español