Y ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1 Cor 9, 16)

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COMMUNICANDA N°. 2
Roma, 14 de Enero de 1999
Fiesta del Beato Pedro Donders
Prot. N° 0000 0200/98

Mis queridos Cohermanos,

1.                  Tengo el enorme placer de saludaros en nombre de todos los miembros del Consejo General. Esta segunda Communicanda del presente sexenio se publica en la fiesta del Beato Pedro Donders, misionero redentorista en el Surinam, cuya vida no se distinguió por talentos extraordinarios, sino por una generosidad ilimitada. Me parece oportuno poder ofrecer estas reflexiones, que tienen que ver con el sentido de una espiritualidad misionera, en el día en que celebramos la vida de un cohermano que encontró la santidad en una existencia dedicada a predicar el Evangelio entre los pobres más abandonados.

2.                  En la preparación de esta Communicanda han intervenido también otros Redentoristas no pertenecientes al Consejo General. Durante la primera semana de mayo de 1998 se escribió a treinta y dos cohermanos esparcidos por todo el mundo. A cada uno de ellos se le pidió que diera su propio parecer sobre el siguiente punto del Mensaje Final del último Capítulo General: “La espiritualidad es al mismo tiempo origen y fruto de la misión. Toda acción misionera que no brota de un profundo compromiso con Jesús está destinada al fracaso…” (n. 6).

3.                  Aproximadamente tres cuartas partes de los que fueron invitados a dar su parecer, habían enviado ya su respuesta para el mes de septiembre. La hondura de sus reflexiones, así como su evidente amor a la Congregación, sirvieron de gran aliciente para el Consejo. Si el contenido de esta Communicanda, por tanto, llega a ser de utilidad para la Congregación, debe reconocérseles el mérito del acierto tanto a mis hermanos del Consejo General como a la sabiduría de todos los cohermanos que, desde lejanas tierras, aportaron su experiencia, su energía y su esperanza.

4.         Personalmente, acepto por otra parte la responsabilidad de las deficiencias que hubiere en esta carta en la que deseo ofrecer simplemente unas sencillas observaciones acerca de la “espiritualidad misionera”. Mis propias limitaciones y la cultura en la que he sido formado, habrán dejado sin duda alguna su huella en mis palabras. Tengo la esperanza, sin embargo, de que esta misma realidad contribuya también, justamente, al diálogo mediante el que logremos una visión conjunta que nos permita inspirarnos mutuamente y alcanzar la valentía necesaria para abrazar nuestra particular vocación en la Iglesia y en el mundo del siglo veintiuno.

Tres observaciones preliminares

5.                  Yo quisiera hacer, al comienzo de esta carta, tres observaciones. La primera es que ha quedado patente para el Consejo General que el tema propuesto por el último Capítulo General sintonizó con la experiencia de la mayoría de los cohermanos. Las visitas que hemos hecho, nuestra participación en asambleas provinciales, así como la correspondencia llegada desde las diferentes unidades, nos afianzaron en una convicción y fue ésta: que en la mayor parte de la Congregación existe un vivo interés por la espiritualidad. ¿A qué se debe esto?

6.                  No está en mi intención repetir o ampliar aquí los argumentos propuestos en la primera Communicanda, excepto para decir que este interés por la espiritualidad tal vez refleje nuestra necesidad de no quedarnos anclados en un mero paradigma de vida consagrada de exclusivo lenguaje teológico, pastoral, moral o litúrgico, por muy válidos que puedan ser estos modelos. Buscamos, más bien, un ideal en ambos ámbitos, el personal y el comunitario, que hunda sus raíces en una experiencia auténtica y viva.

7.                  En segundo lugar, teniendo en cuenta las respuestas generalmente positivas a las propuestas del Capítulo General, los miembros del Consejo fueron conscientes de las dificultades inherentes a una reflexión más profunda sobre la espiritualidad. Resulta un constante desafío lograr una mayor precisión de lenguaje al referimos a este tema. Por ejemplo, parece propio distinguir entre espiritualidad y prácticas ascéticas. Por supuesto, ambas no están desconectadas entre sí; pero la espiritualidad de un sujeto o de un grupo, si no quiere quedarse reducida a un mero conjunto de ideas, parece reclamar determinadas expresiones concretas.

8.         En tercer lugar, al no reducirse a un método de oración o a determinadas devociones preferidas, la espiritualidad va unida a preguntas fundamentales y frecuentemente perturbadoras: ¿Quiénes somos? ¿Por qué existimos? ¿Cómo debemos vivir? Estas son preguntas espirituales y, como tales, tienen que ver con las realidades que definen la existencia humana. La humildad y un corazón atento a la escucha son los requisitos previos e imprescindibles para esta reflexión. Cuando tratamos de definir la espiritualidad, no nos encontramos con sus límites, sino con los nuestros propios.

Hacia una espiritualidad misionera

9.                  No conviene, a mi juicio, hablar de espiritualidad y Misión. El uso de esta conjunción no parece acertado porque podría sugerir Misión sin espiritualidad, o bien, que la espiritualidad, tal como nosotros la entendemos, podría darse separada de la Misión. En sus respuestas, varios cohermanos observaron que la espiritualidad tiene que ver con nuestra propia concepción acerca del ser Redentoristas: lo que Alfonso ¡lama a veces el “espíritu de nuestro Instituto”. La espiritualidad de nuestra Congregación, así considerada, debe plantearnos preguntas fundamentales, tales como las sugeridas en el párrafo anterior. Más que un conjunto de principios doctrinales o de práctica ascética, nuestra espiritualidad debiera ser para nosotros como una especie de plasma vital en el que, de forma armónica, se unieran todos los elementos de nuestra vida.

10.              Una concisa definición de nuestra espiritualidad misionera la encuentro yo en la exclamación de Pablo en su primera carta a los Corintios: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1 Cor 9, 16). “Predicar el Evangelio” significa mucho más que predicar un sermón de misión, dar una plática de retiros, o pronunciar una homilía dominical, incluso más que denunciar la injusticia o enseñar a la gente a rezar. De hecho, la realidad supera cualquier forma específica de actividad pastoral. ¿Qué significa esto? y ¿por qué tiene un sentido tan fundamental para nosotros, si no me equivoco, el hecho de que seremos “desgraciados” si no “predicamos el Evangelio”?

11.       ¿Recordáis cuál fue la única de nuestras constituciones que se abrió paso y se introdujo en el Mensaje Final del último Capitulo General? Los capitulares se esforzaron por incluir en su mensaje a la Congregación buena parte de la Constitución 5 (cf. Mensaje Final, n. 8). Esta constitución utiliza un lenguaje inequívoco para indicar la impor­tancia que tiene para los Redentoristas el “predicar el Evangelio”: La preferencia por las situaciones de necesidad pastoral o la evangelización propiamente dicha y la opción por los pobres constituyen para la Congregación su misma razón de ser en la Iglesia y el sello de su fidelidad a la vocación recibida.

12.       Trataré de hacer ver la forma en que dos criterios claros, y en mutua dependencia, responden de hecho a las siguientes preguntas espirituales: ¿Quiénes somos? ¿Por qué existimos? ¿Cómo debemos vivir? Estos criterios son: la preferencia por la evangelización en sentido estricto junto con la opción por los pobres. Aquí, evangelización debe entenderse como una realidad que incluye no sólo el anuncio explícito de la Palabra, sino también el testimonio de vida de cada Redentorista y de cada comunidad. En la medida en que no aceptemos como elementos constitutivos de nuestra identidad dicha evangelización, así como la opción en favor de los pobres, en esa misma medida seremos infieles a la finalidad para la que fuimos llamados o, cuando menos, seremos otra cosa. Lo mismo vale si no obramos en consecuencia con ello. Parafraseando a San Pablo, seremos “desgraciados” como Redentoristas.

13.       Algo que debemos tener siempre presente es que nuestra espiritualidad está íntimamente ligada a la Misión. No precisamente en el sentido de que nos impulsen al trabajo pastoral las preguntas que nos plantea la espiritualidad, o bien en el sentido de que llegue­mos a ser “espirituales” por nuestra dedicación al pueblo de Dios. El genio de Alfonso, una intuición recuperada en nuestras nuevas Constituciones, consiste en su convicción de que la Misión da unidad a toda nuestra vida de Redentoristas. Esta fuerza unificadora se llama “vita apostólica”; es decir, nuestra manera de comprender lo que significa ser Redentoristas incluye “a la vez la vida especialmente consagrada a Dios y la actividad misionera de los Redentoristas” (Constitución 1). La espiritualidad se conecta vitalmente a nuestra “preferencia por las situaciones de necesidad pastoral, es decir, por la evangelización en su sentido estricto, junto con nuestra opción por los pobres” Por tanto, en sentido estricto, el origen y la fuente de nuestra espiritualidad se encuentra justamente en nuestra Misión, debiéndosela definir, consiguientemente, como una espiritualidad auténticamente Misionera, (cf. Ad Gentes, 23-27).

14.       El fin primordial de esta carta es considerar juntos cuáles son algunos de los distintivos que caracterizan nuestra “espiritualidad Misionera”. Espero sinceramente, que no suene a mera moralización lo que sigue. Por el contrario, desearía que supusiera un esfuerzo por explorar juntos lo que yo entiendo por algunas de las dimensiones importantes de la vita apostólica.

La misión como vocación

15.              Nuestra Misión no es solamente una opción personal o comunitaria, sino, primero y ante todo, una vocación a la que hemos sido llamados. El Capítulo General subrayó la esperanza que debería ofrecernos nuestra especial vocación: “Nuestra confianza en el futuro se fundamenta en la vocación de continuar el misterio de Cristo. Creemos que su abundante redención no tiene límites y por eso nos sentimos impulsados a compartir nuestra fe y nuestra esperanza con todos” (Mensaje Final, 12). Esta afirmación del Capítulo sugiere que nuestra vocación no proviene solamente del mandato del Señor de predicar, enseñar y bautizar, sino también de las exigencias profundas de la vida de Dios dentro de nosotros mismos (cf. Redemptoris Missio, 11). Es decir, en la medida en que nos abrimos a la Redención abundante de Cristo Jesús, en esa misma medida nos sentimos también obligados a “compartir nuestra fe y nuestra espera con todos”. Ahora bien, podríamos preguntarnos: ¿de qué forma la Misión es un problema de fe, un indicador preciso de nuestra convicción de que Jesucristo nos ha llamado para enviamos como sus “cooperadores, socios y servidores en la gran obra de la Redención, [para predicar] el Evangelio de salvación a los pobres” (Constitución 2)?

16.              La Evangelización, nunca será posible sin la acción del Espíritu Santo (Ad Gentes, 24; Evangelii Nuntiandi, 75). El mismo Espíritu que desciende sobre Jesús en el momento de su bautismo, permanece sobre Él, lo unge y lo envía en adelante a “proclamar la Buena Nueva a los pobres” (Lc 4, 18). Nosotros, los redentoristas, estamos acostumbrados a repetir este texto del Evangelio de Lucas. Sabemos muy bien cómo Alfonso se refiere frecuentemente a este mismo pasaje declarando que la Misión de Cristo es también la Misión de la Congregación. ¿Aceptamos, pues, la primera consecuencia de nuestra identificación con la Misión de Cristo: llevar una vida de plena docilidad al Espíritu que “nos conforma con Cristo, de modo que aprendamos a tener los mismos sentimientos de Cristo” (Constitución 25)? Esta docilidad nos capacita para recibir los dones de fortaleza y discernimiento que son “los elementos esenciales de la espiritualidad misionera” (cf. Redemptoris Missio, 87).

La persona de Cristo en el centro de nuestra vida misionera

17.              La constitución 23 señala la condición necesaria para que nuestra específica vocación se realice en la Iglesia: ”Llamados a ser presencia viva de Cristo y continuadores de su misión redentora en el mundo, los Redentoristas eligen la persona de Cristo como centro de su vida y se esfuerzan por intensificar de día en día su comunión personal con él”. El Capítulo se hizo eco de esta exigencia dándole una dimensión universal y haciendo de ella una absoluta necesidad: “En cualquier contexto en que se viva, creemos que todos los Redentoristas estamos llamados a centrar hoy nuestra atención en un aspecto fundamental de nuestra espiritualidad, es decir, en la forma como nutrimos y expresamos nuestra relación de fe con Jesús” (Mensaje Final, 3). No cabe duda, por tanto, que para nosotros, Redentoristas, una característica esencial de nuestra espiritualidad misionera consiste en la comunión íntima con Cristo, el primer Misionero.

18.              Mis hermanos, dejémonos impregnar de esta gran pasión de Alfonso para quien la salvación, más que una teoría o un dogma, fue ante todo un Nombre, un Rostro. Nuestro tipo de evangelización va ligado a la forma en que el pueblo de Dios reconozca mejor a Jesús y pueda darle después una respuesta. Alfonso emplea todas sus formidables dotes para que los pobres conozcan a Jesús. Recordemos cómo allí donde iba a predicar llevaba consigo la figura del Crucificado, cómo su música ayudaba a la gente a experimentar el amor salvífico de Cristo; recordemos, igualmente, cómo sus palabras, escritas y habladas, hacían hincapié en la abundante redención que se encuentra en Cristo. A la manera de Alfonso, también nosotros debemos “insistir en toda nuestra acción pastoral en la centralidad de Cristo, como igualmente en el misterio de la misericordia del Padre” (JUAN PABLO II, Carta Apostólica con motivo del Tercer centenario del nacimiento de San Alfonso, 4).

19.              Si Cristo no está en el “centro de nuestras vidas” y “en el corazón de nuestra comunidad” ¿es posible que sea el centro de nuestra actividad pastoral? ¿Cómo podemos saber si, efectivamente, hemos elegido ambas cosas? La misma Constitución 23 nos sirve de criterio para una respuesta: “cuanto más estrecha venga a ser su unión con Cristo, tanto mayor será la comunión entre los mismos cohermanos”.

20.       Yo, además, propondría otro criterio que parece estar en consonancia con nuestra experiencia práctica. En la medida en que escojamos a Cristo como centro de nuestras vidas y nos esforcemos por entrar en una más íntima y personal comunión con él, en esa misma medida nos hundiremos menos en nuestras propias dudas, inseguridades y obsesiones de personalidad. Nos encontraremos más dispuestos a vaciamos de nosotros mismos, a tomar nuestra cruz y seguir al Redentor. Nuestra mayor preocupación debería ser ver cómo Jesús no es amado tal como debería serlo.

La Conversión misionera

Creemos que a la Congregación se le está ofreciendo una especial gracia de conversión al Redentor (Mensaje Final, 5)

21.       La reciente doctrina pontificia sobre misionología, así como nuestras propias Constituciones, coinciden en que el anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión como a su propio fin (comparar Redemptoris Missio, 46 y Constituciones 11-12). Las mismas fuentes están de acuerdo en que no podemos predicar la conversión a menos que nosotros mismos nos convirtamos cada día (Redemptoris Missio, 47; Constituciones 40-42). No tenemos que discurrir demasiado para descubrir el porqué la conversión es un elemento esencial de la espiritualidad misionera. Brota de la misma invitación a entrar en comunión con la divinidad. Esta invitación comienza diciéndome: “Existe un Dios y no eres tú”. El Reino es también algo distinto de mí, algo que debe descubrirse – a veces con gran sacrificio – (Mt 13, 44-46); y que hay que elegir (Jn 6, 67); y que uno puede “retirarse triste” (Mt 20, 16-22) siempre.

22.       El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión como a su fin: la predicación de Jesús, la de su Iglesia y, de una forma vigorosa, el contenido y los métodos de evangelización propios de nuestra Congregación, dan todos ellos testimonio de esta realidad. Es un hecho doloroso, sin embargo, que más de un cohermano y más de una de comunidad parecen vivir de forma que, más bien, parecieran decir: “La conversión es algo que tiene que ver con los demás, quizás con todos los demás. ¡No tengo/tenemos porqué molestarme/molestarnos!” ¿Es que se habrá equivocado el Capítulo General en su creencia de que «a la Congregación se le está ofreciendo una especial gracia de conversión al Redentor» (Mensaje Final, 5)?

23.       Muchos de los cohermanos que nos ayudaron a preparar esta Communicanda se refirieron a su proceso de transformación. Permitidme señalar tres de estas respuestas. Un cohermano escribe:

“La espiritualidad redentorista no es de ninguna manera un asunto ‘entre Dios y yo”‘, sino, más bien, una realidad en la que el “Espíritu me impulsa a ir en busca de los pobres”. Otro, hablando de su profunda experiencia de conversión, señala: “Desde entonces no hablo únicamente porque así dicen las Escrituras o los principios teológicos o pastorales, hablo también a partir de mi vivencia y proclamo ante el pueblo: “Jesús me amó y se entregó por mí”. ¿Qué importancia tiene la conversión para nuestra vida apostólica? Podemos aprovechar esta afirmación de un cohermano: “En su sentido más originario, la espiritualidad es una forma de relacionarse con Dios que transforma a la vez ambas realidades, la existencia de los misioneros y la de aquellos a quienes son enviados. Es la capacidad de poder acoger para, después, transmitir la experiencia de Dios (Jn 15, 4-5)”

24.       ¿Cómo podemos afianzar en cada uno de nosotros el espíritu de conversión? ¿Qué valor tiene hoy en nuestras vidas el Sacramento de la Penitencia y la dirección espiritual? ¿Estamos dispuestos y capacitados para, de alguna forma, dar expresión concreta a la conversión en nuestras comunidades?

El primer medio de evangelización es el testimonio

El hombre moderno escucha más atentamente a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es en cuanto que éstos son testigos (Evangelii Nuntiandi, 41).

25.           En los últimos años, y en muchas partes de la Congregación, ha habido una conciencia creciente de que antes que acción, la Misión es testimonio y estilo de vida que irradia sobre los demás. Los miembros del Capítulo General de 1991 tuvieron muy clara esta convicción:

“La comunidad redentorista ha de constituir el primer signo de nuestro quehacer evangelizador. No solamente es el lugar desde el que somos enviados, sino también, y sobre todo, una presencia eficaz del reino de Dios en medio de los hombres y mujeres, nuestros hermanos y hermanas…” (Mensaje Final, 23). La comunidad redentorista es una profesión de fe: “permanecemos juntos en comunidad no porque nos hayamos escogidos mutuamente, sino porque hemos sido elegidos por el Señor” (Congregavit nos in unum Christi amor, 41).

26.           ¿Estáis convencidos que nuestra espiritualidad misionera requiere un especial tipo de testimonio? Un cohermano hace la observación de que la oración y la pobreza son los dos rasgos representativos de una espiritualidad radical en cualquier parte del mundo. El testimonio de nuestra vida de oración debería dar a nuestro anuncio la misma fuerza con que abre su primer versículo la primera Carta de Juan: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida…lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos”

27.       El testimonio de un estilo de vida pobre, o cuando menos sencillo, no es siempre para nosotros un tema fácil de encarar. Pero el caso es que la gente nota la manera como nosotros vivimos. Este es un terreno en el que de todos modos debemos dar testimonio. Sospecho que si permitimos que nuestras “necesidades” se multipliquen, no vamos a estar suficientemente disponibles para la movilidad, estaremos menos dispuestos a asumir riesgos y, finalmente, permaneceremos más alejados del pobre abandonado. ¿Resultará, tal vez, como demasiado “pío” señalar que si nuestras manos están ocupadas en allegar cosas, o se encuentran ya repletas de ellas, nunca podrán ser colmadas por Dios ni tampoco tenderse hacia los demás con un amor desinteresado?

¿”Cartujos en casa y apóstoles fuera”?

28.       Debo confesar que tuve problemas con la fórmula tradicional que nos pedía ser “Cartujos en casa y apóstoles fuera”. Hoy, yo diría más bien que debiéramos ser redentoristas en ambos sitios, y también “en el medio”. No hay duda de que nuestras comunidades debieran ser lugares donde poder rezar de forma individual y comunitaria, donde poder estudiar y reflexionar. Pero estos aspectos de nuestra vida son parte de la vita apostólica que debe ser característica de nuestra Congregación. Nuestro hogar no es simplemente un lugar donde “recargar nuestras pilas” a fin de descargarlas en la actividad pastoral, y, mucho menos, un lugar donde evadirnos de los demás o de nuestras responsabilidades. Nuestra vida comunitaria es en sí misma Misión y testimonio. Debiera ser también el lugar donde nos alentáramos mutuamente como hermanos llamados a continuar la presencia y la Misión de Cristo en el mundo. Nuestra vita apostólica, vivida a la vez en comunidad y en la actividad pastoral, es la de misioneros que, mediante ella, alcanzan la santidad.

29.       Aunque sabemos que la evangelización exige que estemos preparados en ambas ciencias, en las sagradas y en las profanas, debemos admitir, sin embargo, que no basta con una renovación académica y pastoral. “No se es misionero exclusivamente por caminar personalmente por la senda de la santidad” (Redemptoris Missio, 90). Nosotros no tratamos primero de alcanzar la santidad para después ser misioneros. Nuestras debilidades no nos descalifican. Sospecho que la mayoría de nosotros habrá repetido las palabras de anonadamiento de Pedro: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!” (Lc 5,8). Pero debemos escuchar igualmente la invitación a la Misión: “No temas. De ahora en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5. 10). Lo que debiéramos buscar no es tanto la perfección cuanto avanzar en la vida misionera. Comentando el dramático encuentro entre Jesús y Pedro, junto al mar de Tiberíades (Jn 21, 15-17), Alfonso hace suya la exégesis de Juan Crisóstomo al llamar la atención sobre el hecho de que Jesús no pide al apóstol arrepentido penitencia o plegarias, sino servicio pastoral: “Apacienta a mis corderos”.

Arrojo misionero

Nos hemos preguntado, concretamente, cómo el compromiso con los pobres es una expresión de nuestra espiritualidad y de qué modo nos ayuda a desarrollar una espiritualidad más auténtica (Mensaje Final, 8).

30.              Si me paro a pensar hasta qué punto nuestra opción por los pobres es esencial para el desarrollo de una espiritualidad más auténtica, me viene a la mente la gran fórmula propuesta por el Capítulo General de 1985: Evangelizare pauperibus et a pauperibus evangelizari. Recuerdo que, aunque el tema no fue fácilmente entendido en todas las Regiones de la Congregación, ciertamente, se discutió. Algunos cohermanos encontraron una especial dificultad en entender la segunda parte de la fórmula: a pauperibus evangelizari. Los misioneros habían sido tradicionalmente los portadores de los bienes espirituales. El proceso evangelizador se había convertido en calle de dirección única. ¿Qué podría esperarse de lo que, especialmente los pobres, nos dieran? Todo misionero redentorista que haya proclamado la Buena Nueva a los pobres podría dar cumplida respuesta a esta pregunta.

31.              El tema del Capítulo General de 1985 tuvo algunas consecuencias prácticas. Más de una Provincia revisó sus prioridades apostólicas a la luz de dicho tema y, en consecuencia, tomaron algunas decisiones dolorosas. En algunos casos, las Provincias dirigieron su mirada a la Iglesia local entregando sus parroquias más atractivas para aceptar nuevos compromisos entre gente pobre y abandonada. Otras Provincias aceptaron nuevas misiones ad agentes, aún cuando esta opción les supuso grandes sacrificios. Ejemplos como éstos deberían servir de estímulo a toda la Congregación puesto que demuestran que a las Provincias les es posible cambiar de dirección cuando dicho cambio significa una mayor fidelidad a “la misma razón de ser de nuestra Congregación en la Iglesia” (Constitución 5).

32.              Desde los primeros encuentros de los redentoristas con los pobres del Reino de Nápoles, la historia de nuestra Congregación ha estado marcada por la valentía de muchos de sus miembros. Espero que el ejemplo de nuestro compromiso con el pobre, tanto en el pasado como en el presente, dé a la Congregación el coraje necesario para hacer frente al futuro. ¿Tendrá la Congregación la valentía de difundir el anuncio del Evangelio entre los pobres abandonados de las conflictivas barriadas de las mega-ciudades del Sur, lugares como Ciudad de México, Bogotá, Lagos, Sao Paulo, Manila, Johannesburgo, Calcuta, Lima, etc.? ¿Podrán los redentoristas estar más presentes entre los nuevos pobres de Europa: los inmigrantes, los exiliados y refugiados? ¿Qué tipo de testimonio ofrece la Congregación en un paisaje tan rápidamente cambiante como el de la Europa del Este? ¿Qué significado tiene la proclamación del Evangelio en el opulento Occidente donde a la espiritualidad se la considera cada vez más como incompatible con la religión y donde los pobres se encuentran también cada vez más al margen de la sociedad y de la Iglesia? ¿Pueden los redentoristas continuar siendo embajadores de Cristo y proclamando un mensaje de reconciliación que sea creíble en regiones de África desgarradas por guerras intestinas? ¿Cuál es el futuro de nuestra evangelización en Asia, donde el mensaje cristiano encara las otras grandes religiones mundiales? ¿Qué tiene que decir la Congregación ante una cultura de la globalización que cada vez presta menos atención al amor salvífico de Dios y que, consiguientemente, está menos interesada en la solidaridad entre los hijos e hijas de Dios?

33.              El denominador común de todas estas situaciones es que todas ellas exigen del Redentorista una fe valerosa. Frecuentemente, esta fe intrépida consiste en abandonar lo conocido: mi cultura, mi idioma, y mi habitual estilo de vida a fin de ir al encuentro de situaciones de verdadera urgencia pastoral. A veces, el Espíritu puede llamar a una Provincia a entregar sus compromisos pastorales más atractivos y de mayor éxito a otros para poder acudir a donde la Iglesia no puede ir. Mi opinión es que este coraje no solamente es la fuente de futuras iniciativas misioneras, sino también la ofrenda que hacemos a esa “nube de testigos” (Heb 12, 1) que rodea a la Congregación: todos los Redentoristas del pasado y del presente que se han “vaciado de sí mismos”, así como también esas Provincias que han hecho sacrificios heroicos en aras de la Persona y de la Misión de Cristo.

Contemplación misionera

34.              Fuente y fruto de nuestra actividad evangelizadora es el espíritu de contemplación. “El misionero no puede proclamar a Cristo de una forma creíble si él mismo no es un contemplativo” (Redemptoris Missio, 91). ¿Cómo entendemos nosotros, los Redentoristas, el espíritu de contemplación? Se trata de una actitud espiritual que nos capacita para amar como Jesús “para participar verdaderamente en el amor del Hijo al Padre y a los hombres” (Constitución 24).

35.              Tratar de evangelizar sin un espíritu contemplativo es como pretender leer esta carta en papel impreso pegándola a la nariz. Puede que la vista requiera que el papel se acerque pero, para la mayoría, una proximidad tan exagerada dificultaría las palabras y liaría difícil, incluso penoso, leer el texto. Es necesario poner cierta distancia entre el papel y nosotros a fin de leerlo. En la contemplación ponemos cierta distancia en medio, entre nuestro mundo, nuestra vida y nuestra actividad. Vemos a Dios en todas las personas y en los acontecimientos de cada día. Tratamos de “penetrar, a la luz verdadera, en su designio de salvación y distinguir la realidad de la ilusión”. Estas palabras de la Constitución 24 ¡podrían incluso damos materia para otra Communicanda! Pero, ¿hemos comprendido ya que un espíritu de contemplación es necesario hoy más que nunca, especialmente cuando somos testigos de fenómenos tales como la rapidez con que se suceden los cambios sociales, la penetración diaria y profunda de una cultura de la globalización, así como lo efímero de muchos de los movimientos populares?

36.              Tenemos otro motivo, además, para fomentar el espíritu de contemplación. Tiene que ver con e! anuncio que el cristianismo hace, señalado primero por el Concilio Vaticano Segundo y repetido, después, por nuestras Constituciones: que en el encuentro con Cristo, el ser humano descubre el significado del misterio de su propia existencia (Gaudium el Spes, 22; Constitución 19). La afirmación se repitió recientemente en el documento papal con el que se anunciaba el Gran Jubileo del año 2000: “…la amistad y la gracia de Dios, la vida sobrenatural, es la única que puede colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano” (Incarnationís Mysterium, 2). Una contrarréplica a esta afirmación la plantea el fenómeno global del consumismo que, en efecto, señala que las cosas que tenemos y consumimos nos hacen felices y realizados. Esto es radicalmente opuesto a las exigencias del Evangelio, sin embargo se ha divulgado con gran éxito. Hay una tentación que consiste en denunciar los diferentes “ismos” de nuestro tiempo – secularismo, materialismo, individualismo, consumismo, etc. – pero sin ahondar en los motivos de su popularidad. La contemplación debería cultivar en nosotros un “espíritu de fraterno interés” que nos llevara a escuchar a los hombres y mujeres “interpretando fraternalmente los angustiosos interrogantes de los hombres, procurando discernir los signos verídicos que ellos dejan traslucir de la presencia y de los designios de Dios” (Constitución 19).

Paciencia misionera

37.              Coincidiendo con el final de la preparación de esta Communicanda, tuve la oportunidad de ser miembro de la Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para Oceanía. Una de las intervenciones más destacadas de esas tres semanas de reuniones fue la de un obispo de Mauricio, delegado especial para el Sínodo. Se refirió a la escena del Evangelio en que los discípulos admiran la grandeza del Templo y lo rico de sus exvotos (Lc 21, 5s). Recordáis cómo Jesús profetiza lo pronto que le llegaría su completa destrucción a aquella gran construcción. El obispo pidió que el Sínodo pensara en los problemas a los que la Iglesia debía hacer frente en muchas regiones del mundo; nosotros podríamos pensar en nuestra Congregación. Hizo la observación de que si hay cosas que se vienen abajo a nuestro alrededor, quizá sea porque el Templo no estaba tan firmemente construido como parecía. Tal vez nosotros debiéramos examinarnos en nuestra conciencia acerca de la forma como construimos la comunidad (cf. 1 Cor 3, 10-15).

38.              Si bien la construcción de un edificio es una imagen bíblica que sirve para el trabajo de la evangelización, quizás aún más elocuente que aquélla sea, a nuestro propósito, fa del sembrador y la simiente. La semilla que se siembra es la Palabra de Dios. Es anterior a la doctrina, a la enseñanza moral, a la ley y a los reglamentos. Es anterior porque “es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia” (Dei Verhum, 21). La imagen del sembrador y la simiente parece singularmente apropiada para una época en la que el éxito de lo efímero se valora tanto. La Palabra, de la que somos portadores, nos exige ser pacientes, justamente porque no vemos resultados inmediatos (Sant 5,7). Es Dios quien da el crecimiento (1 Cor 3, 6; Ad Gentes, 24-25).

Optimismo misionero: la promoción de vocaciones

39.       Otra vía para que la Misión transforme nuestra espiritualidad es el deseo de que otros compartan plenamente con nosotros nuestro modo de vida. ¿Podemos todos estar de acuerdo con la afirmación de la Constitución 79, que “el vigor de la Congregación para continuar su misión apostólica depende del número y de calidad de los candidatos que quieran incorporarse a la comunidad redentorista”? Si estamos de acuerdo con esto, debiéramos también aceptar, consiguientemente, que cada uno de nosotros deba cargar con la responsabilidad de promover vocaciones, especialmente mediante el celo apostólico, el ejemplo de nuestra vida y la oración insistente (Constitución 80).

40.       Tengo la convicción de que promover, o no, vocaciones, es un tema de orden espiritual. Y esto, porque fundamentalmente depende de la convicción que tengamos acerca de los planes de Dios sobre la Congregación y de su papel en la Iglesia. Hay cohermanos de buena voluntad que han llegado a la convicción de que la vida consagrada, incluida la Congregación, llegará muy pronto a su fin. Un análisis del porqué la Congregación en algunas partes del mundo fracasa en su intento de atraer candidatos, es en verdad una realidad compleja y, ciertamente, va más allá del propósito de esta carta. Pero, es más, la Congregación no se va a apartar de nuestra creciente colaboración con los laicos. Por otra parte, desde que el Capítulo insistió especialmente en que nuestra atención se centrara en un “aspecto fundamental de nuestra espiritualidad, es decir, en la forma como nutrimos y expresamos nuestra relación de fe con Jesús” (Mensaje Final, n. 3), sería útil meditar sobre el modo como la exhortación apostólica Vita Consecrata presenta el reto de la promoción vocacional: “se pretende presentar, a ejemplo de los fundadores y fundadoras, el atractivo de la persona del Señor Jesús y la belleza de la entrega total de sí mismo a la causa del Evangelio” (n. 64).

Todos son misioneros

41.       La Congregación está actualmente haciendo frente a una realidad hasta ahora desconocida en su historia. Me refiero al gran número de cohermanos mayores, de la comúnmente llamada “tercera edad”. Sin embargo, cualquier reflexión sobre nuestra espiritualidad Misionera debiera incluir a este grupo. Puesto que es mi intención dedicar una futura carta exclusivamente a este tema de las especiales necesidades de orden espiritual de la “tercera edad”, podríamos comenzar desde ahora a recordar la enseñanza de la Constitución 55: que por nuestra profesión religiosa todos somos misioneros. Esta característica, que se fundamenta en nuestra vinculación a la Misión de Cristo, continúa a lo largo de nuestra vida, lo mismo estemos capacitados o no, para participar en la actividad pastoral. Y, como la misma Constitución nos recuerda, alcanzamos la plenitud de nuestra identidad misionera en el momento en que “somos víctimas del dolor y morimos por la salvación del mundo”.

El tema de la reorganización

42.       La comprensión y aceptación de “la razón de ser de nuestra Congregación en la Iglesia” suscita otras preguntas. Algunas de ellas atañen a nuestra decisión de permanecer en un lugar, o bien de marcharnos a otro. ¿Cuándo dicen los Redentoristas, “hay otros pueblos y aldeas” (Mc 1, 38)? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacudir “el polvo de nuestros pies” (Lc 9, 5)? ¿Cuándo “el vino nuevo” exige “odres nuevos” (Lc 5, 38)? La última pregunta no atañe solamente a nuestros métodos misioneros, sino también a la manera como nos reorganizamos. Debemos continuar garantizando que nuestras estructuras de gobierno y administración estén siempre al servicio de la Misión. Cuando esto no sea así, la estructura debe cambiar a fin de que la Misión continúe.

Como “tamarisco en desierto pelado” como “platillos que aturden”

Toda acción misionera que no brota de un profundo compromiso con Jesús está destinada al fracaso (Mensaje Final, 6)

43.              ¿A qué se parece un redentorista que no entiende la Misión como expresión de su compromiso profundo con Jesús? ¿A qué se parecería? Podría parecerse a un “tamarisco en la Araba, que no verá el bien cuando viniere. Vive en los sitios quemados del desierto, en saladar inhabitable” (Jer 17,6). Como un cohermano nos escribe: “el agotamiento extremo no es debido solamente a un excesivo trabajo, sino más bien al vacío interior o a una falta de convicción en la propia vida, o a una carencia espiritual”. ¿No podría tratarse este agotamiento de un problema esencialmente espiritual? ¿No podrían enmascarar sus penosos síntomas una sed de “agua viva” (Jn 7, 37-38)?

44.              Si tenemos la osadía de hablar de Aquel que no conocemos, muy pronto nos convertiremos en seres vacíos y superficiales: es decir: en “un metal que resuena o en unos platillos que aturden” (1Cor 13, 1). Ser “misionero” no significa simplemente estar cerca de la gente u optar por el pobre; debemos poseer una experiencia que compartir con ellos: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida” (1Jn 1, 1).

¿Preguntas sin respuesta o “corazones que abrasan”?

45.              Si estamos desconectados del Señor, tendremos que hacer frente a muchas preguntas con pocas garantías de respuesta. “¿Cómo hacernos en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?” (Mt 15, 33). “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues, a cambio? (Mt 19, 27). “¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 38).

46.              Es obvio que nuestra opción por la persona de Cristo como centro de nuestras vidas y por su puesto en el corazón de nuestras comunidades no nos exime de dudas e inquietudes. Pero, después que nos hemos desahogado el corazón mutuamente y también se lo hemos abierto a Él, entonces es cuando estamos preparados para escuchar. Entonces también nuestros corazones pueden comenzar a arder y nosotros a estar capacitados para llevar el mensaje a los demás: cómo El se nos unió a lo largo del camino y cómo Le reconocimos.

Conclusión

47.       Permitidme resumir los puntos esenciales de esta carta. La espiritualidad se dirige a temas fundamentales y frecuentemente inquietantes acerca nuestra identidad y de las motivaciones de la vida. Para los Redentoristas, la espiritualidad debe estar íntimamente ligada a la Misión: la “razón de ser de la Congregación en la Iglesia”. Esta relación íntima significa que escogemos a Cristo como el centro de todo, que el testimonio es una exigencia y la contemplación es una condición sine qua non para la vida misionera. Significa que nos esforzamos por ser intrépidos, pacientes y llenos de esperanza hasta el punto de invitar a los demás a compartir totalmente nuestra vida. En definitiva, nuestra espiritualidad no puede quedar en una teoría: debemos vivirla. Debe tener algunas consecuencias prácticas en nuestra vida.

La Congregación y el Gran Jubileo

48.       Es prácticamente un tópico decir que estamos en el umbral de un nuevo milenio. Aún cuando llevar la cuenta de lo que falta para el nuevo siglo pueda resultar tedioso, pienso que no debemos menospreciar el extraordinario “signo de los tiempos” que es el Gran Jubileo. ¿Habéis reparado en los diferentes temas propuestos por el Santo Padre para esta celebración? Nos son familiares: conversión, transformación, penitencia, reconciliación, redención, misterio pascual. Son los mismos temas que están en el propio corazón de nuestra Misión.

49.       ¿No sería lógico esperar que todas las Provincias y Viceprovincias emprendieran un especial proyecto misionero como parte de la celebración del Gran Jubileo? Sé de algunos proyectos que han sido ya programados, como misiones urbanas o peregrinaciones especiales. Es también cierto que los miembros de algunas unidades – sobre todo los que tienen un liderazgo – están cansados, desalentados y dudosos de la colaboración de sus cohermanos. Pediría, sin embargo, que cada unidad inaugurara el tercero milenio cristiano con un proyecto especial que estuviera en consonancia con “la misma razón de ser la Congregación en la Iglesia y el sello de su fidelidad a la vocación recibida” (Constitución 5).

50.       Que la Virgen María Inmaculada que, después de Jesucristo, es la patrona principal de nuestro santo Instituto, puesto que éste nació de manera especial bajo su protección, nos ayude a amar a su Hijo y a que Éste sea amado.

En nombre del Consejo General,

Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Superior General

(El texto original es el inglés.)

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