Leyenda, historia y simbolismo del ícono de la virgen del perpetuo socorro

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LA HISTORIA; 1. – Una fecha de nacimiento complicada; 2. – El mercante culpable y la niña inocente; 3. – El fraile devoto y el joven diligente; 4. – El archivista y el ex pequeño acólito de grata memoria;

EL MENSAJE DEL ÍCONO; 1. – ¿Qué es un ícono?; 2. – La exégesis cromática de los elementos; 3. – El mensaje: Virgen de la pasión, Madre del Perpetuo Socorro, madre de la redención; Conclusión.

“Hacedla conocer en todo el mundo”. Con esta exhortación el Papa Pio IX confió al entonces superior general de la Congregación del Santísimo Redentor, P. Nicholas Mauron (1818-1893), el ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro para reponerla a la veneración pública, el 11 de diciembre de 1865, en la Iglesia de San Alfonso de Vía Merulana en Roma.

A 150 años de distancia, el 27 de junio de 2015, en simultánea con la fiesta litúrgica de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro, el padre general Michael Brehl ha convocado oficialmente el Año Jubilar dedicado al sagrado ícono, que concluirá el 27 de junio de 2016. En la carta de convocación al Jubileo el General de los Redentoristas ha puesto de relieve cómo el mandato de hacer conocer a María ha acompañado la vocación misionera de los redentoristas orientada sobre todo hacia los más abandonados, aunque a menudo la ha precedido con su gracia y ternura: «nos damos cuenta que no hemos sido tanto nosotros los que llevamos a María sino que fue ella más bien a llevarnos con su afectuoso abrazo y su perpetuo socorro»[1].

LA HISTORIA

1. – Una fecha de nacimiento complicada

En la espiritualidad del hombre religioso, las imágenes sagradas no son hermosas por su valor artístico sino por la realidad trascendente a la que remiten. Así en las imágenes marianas hallamos la Madre, la discípula, el punto de referencia, la Amiga, la compañera de viaje. En la fascinante y agitada “Historia” del ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro, escrita por el P. Ernesto Bresciani (1838-1919), suspendida entre la cronología y la leyenda, la apologética y la tradición oral, podemos tocar con mano cómo la voluntad divina se entrecruza inseparablemente con las complejas situaciones humanas de los protagonistas, transformándolas en historia de salvación[2]. La historia de este ícono ha sido objeto de diferentes estudios, así como se indica en la nota dos; aquí intentaremos seguir sus vicisitudes haciendo interactuar algunos aportes escritos en el lapso de 150 años.

Nos encontramos ante un ícono, del tipo de la Odigitria, es decir “la que indica el camino”. Según Bresciani se remonta a los siglos XII-XIV. Cattapan lo sitúa entre el IX y el XI siglo, mientras que Ferrero propone una fecha sucesiva, los siglos XV-XVI. Este primer desacuerdo en torno a las fechas no ayuda al estudioso que lo aborda. A esta divergencia de fechas históricas hay que sumarle el hecho que los resultados científicos realizados durante el restauro bajo la dirección de Marazzo, a comienzos de los años Noventa del siglo pasado, datan la manufactura de madera entre el XIV y el XV siglo, mientras que la capa pictórica se puede fechar entre los siglos XVIII y el XIX. Aquí se buscará únicamente recorrer a vuelo de pájaro la historia del ícono hasta 1866 para luego detenerse en el mensaje. Bresciani será nuestro guía en este viaje.

2. – El mercader culpable y la niña inocente

Bresciani – el primer autor redentorista que ha escrito sobre la Virgen del Perpetuo Socorro – cuenta que las primeras noticias sobre el ícono remontan a finales del siglo XV cuando, según la tradición, un mercader sustrae de un santuario en la isla de Creta la imagen muy venerada por los muchos prodigios que se le atribuían[3]. Estas noticias relatadas por Bresciani se encontraban junto al ícono en dos tablas[4] (cartigli) de 1600 escritas una en latín y la otra en italiano antiguo o vulgar. «De capital importancia para nuestro ícono es el texto de la Tabla existente en San Mateo, trascrito integralmente por Torrigio en 1642 y dos veces por Bruzio en 1661 […] el testimonio más antiguo y decisivo, Fray Mariano de Florencia (1518)»[5].

Sin entrar en la discusión de la fecha y de las mismas tablas, y aceptando como verosímil la historia que narra cómo la imagen sagrada llegó a Roma, nos es desconocido el motivo por el cual el mercader roba la imagen. La historia en sí misma, de hecho, plantea muchas preguntas: ¿El mercader conserva el ícono solo para sí para poder invocar una protección poderosa? ¿Lo hace para obtener una fortuna revendiendo en Occidente la preciosa reliquia? ¿Lo hace para sustraerla a la profanación? Si debemos dar crédito a la historia contada por Bresciani, hay que leerla desde la óptica de la divina Providencia que todo lo sabe y guía, que conoce el destino que le había asignado: Roma, la ciudad eterna. El mercader llega a Roma, después de un año de dificultosa navegación, gravemente enfermo. Encuentra refugio en la casa de un amigo que lo cuida en sus últimos días. El mercader, probablemente arrepentido, le entrega el ícono, le confía el secreto y le arranca una promesa: que lo antes posible lo restituya al culto público para que pueda recibir la veneración apropiada.

Bresciani prosigue su historia, fruto de la doble tabla, afirmando que la esposa del amigo se enamora de la imagen y la quiere completamente para ella obligando al marido a incumplir la promesa. La Virgen, a través de muchas apariciones a todos los integrantes de la familia, manifiesta el deseo de ver la propia imagen expuesta en un santuario. Las advertencias son ignoradas hasta que la Virgen aparece varios días seguidos a la pequeña hija, a la que le revela también el nombre con el que quiere ser conocida: “Madre del Perpetuo Socorro” e indicando el lugar preciso donde quiere ser colocada: “en la Iglesia de San Mateo ubicada en Vía Merulana, entre Santa María Mayor y San Juan de Letrán”. Cuando los familiares le preguntan por la bellísima señora que se le aparecía en el sueño, la niña señala sin vacilar a la Madre del Perpetuo Socorro representada en el ícono. Convencida finalmente la madre, que también había sido advertida durante el sueño, obedece y cuenta a los padres agustinos, que estaban a cargo de la Iglesia, la historia prodigiosa y el deseo de la Virgen. La noticia se esparce rápidamente en toda la ciudad y el traslado, efectuado el 27 de marzo de 1499, se transforma en una solemne procesión[6].

Más allá de la historia y del énfasis utilizado, varias fuentes concuerdan en el hecho que la imagen fue llevada a la iglesia de San Mateo el 27 de marzo de 1499.

3. – El fraile devoto y el joven diligente

Según Bresciani, siguen trecientos años de culto ininterrumpido, durante los cuales, y precisamente en 1708, el cardenal Francisco Nerli (1636-1708) la proclama “Miraculorum Gloria Insignis” debido a los innumerables prodigios y gracias obtenidos por la intercesión de la sagrada efigie.

En 1798 las tropas napoleónicas invaden la capital exiliando al Papa Pío VI. Con el propósito de reordenar la urbanística de la ciudad capitolina muchos conventos e iglesias fueron destruidos. La pequeña iglesia de san Mateo no fue una excepción; por el contrario fue completamente demolida[7]. Pero una vez más el sagrado ícono fue milagrosamente salvado gracias a la intervención in extremis de un fraile. Los agustinos, cuando abandonaron la iglesia de san Mateo, se trasfirieron primero a la iglesia de San Eusebio y después encontraron asilo en el convento de Santa María in Posterula, llevando consigo el ícono.

En esta iglesia se veneraba ya la Virgen de las Gracias. Nuestro ícono fue desplazado a una capilla privada del convento, sin ornamentos ni actos de devoción particular. Poco a poco fue olvidado por los devotos y llegó a ser desconocido a muchos. Pero quizás es mejor decir ‘a casi todos’ puesto que había alguien que jamás olvidó la fuerza prodigiosa de la sagrada imagen. Fray Agustín Orsetti era un joven religioso formado en la comunidad de san Mateo. No había dejado nunca de elevar plegarias fervorosas y jamás se apagó en él el recuerdo de los numerosos milagros obtenidos mediante la intercesión de la Madre del Perpetuo Socorro. El fraile solía detenerse a menudo a rezar justamente en la capilla que custodiaba el ícono. El joven Miguel Marchi (1829-1886), futuro misionero redentorista, frecuentaba al fraile Agustín que le hablaba con preocupación y tristeza de la sagrada efigie por el estado de abandono en la que se encontraba. Su deseo era que volviera a su antiguo esplendor.

4. – El archivista y el ex acólito de grata memoria

Cuando la memoria del sagrado ícono parecía irremediablemente perdida y sepultada, he aquí que las vicisitudes de nuevos personajes y acontecimientos hacen que el deseo de la Virgen y las aspiraciones de fray Agustín y del mercader de Creta encuentren el camino de la realización.

Para los misioneros redentoristas, ya presentes en buena parte de Europa y en Norteamérica, surge la necesidad de tener una Casa Generalicia en Roma. Así en enero de 1855 compran “Villa Caserta” sobre vía Merulana[8]. En el área del jardín de la Villa surgía hasta finales del siglo precedente la iglesia de San Mateo en la que había sido custodiada durante casi tres siglos la efigie de la Virgen del Perpetuo Socorro. Dado que mientras tanto se había trasformado en residencia privada, la urgencia más imperiosa  que se les presentaba a los redentoristas era construir una iglesia que después dedicarán a su padre fundador San Alfonso María de Liguori (1696-1787) y el lugar donde será expuesta la sagrada efigie.

En 1855 Miguel Marchi obtiene una respuesta favorable a su pedido de entrar con los redentoristas; emitirá los votos de consagración el 25 de marzo de 1857. Algunos años más tarde, el cronista de la comunidad de vía Merulana pone en marcha una pesquisa de los archivos de la casa. Escavando entre los autores que relataban las antiguas costumbres religiosas romanas, descubre que justamente en el área de la casa, probablemente en el jardín de Villa Caserta, surgía una pequeña iglesia dedicada a san Mateo[9], a cargo de los padres agustinos irlandeses, en la que se veneraba el ícono de la Madre del Perpetuo Socorro. El cronista se entusiasma con el hecho y habla del asunto con la comunidad. Su investigación, sin embargo, se arena en un determinado punto dado que las crono-historias encontradas se detenían siempre en la invasión napoleónica y en la destrucción de la iglesia. Entre los cohermanos está el P. Miguel Marchi  quien, no bien escuchó hablar de la Virgen del Perpetuo Socorro, de los padres agustinos y de la iglesia de san Mateo, manifiesta enseguida conocer bien dónde se encontraba la imagen y cuenta con abundancia de detalles las historias fervorosas con las que fray Agustín lo había instruido, señalando el estado de abandono en el que se encontraba la imagen «sin ningún culto, sin ornamento de calidad y casi abandonada y sin ni siquiera una lámpara encendida y casi siempre llena de polvo»[10].

Al mismo tiempo, exactamente en 1863, en los sábados marianos el predicador jesuita P. Francisco Blosi[11] celebra las maravillas de esta imagen que se encontraba una vez entre las dos basílicas papales. Dos años más tarde el padre general de los redentoristas Nicolás Mauron, mediante un documento oficial redactado por el P. Marchi, solicita al Papa que el ícono vuelva al lugar en donde el mismo había deseado estar siempre. Pío IX recibe la súplica y con su puño y letra escribe en el reverso del pedido:

11 de diciembre de 1865. El Cardenal Prefecto de Propaganda llamará al Superior de la microscópica Comunidad de S. María in Posterula y le dirá que es Nuestra Voluntad que la Imagen de María Santísima a la que se refiere la súplica, vuelva a estar entre S. Juan (de Letrán) y S. María Mayor; pero con la obligación, por parte del P. Superior de los Liguorini, de sustituirla con otro cuadro decente. Pio PP. IX[12].

El 19 de enero los PP. Marchi y Bresciani entregaron al P. Jeremías O’Brien, Prior de S. María in Posterula, una carta del General de los Redentoristas:

                M.R.P. Prior

En la conversación mantenida ayer con Vuestra Reverencia acerca de la Virgen de la antigua iglesia de san Mateo – que según las disposiciones tomadas por el Santo Padre y comunicadas a V.R. por medio de S.E. el Cardenal Barnabò, Prefecto de la S.C. de Propaganda Fide, debería ser nuevamente expuesta al culto público en nuestro Esquilino – prometí a V.R. que, al cuadro decente con el que yo debía sustituir dicha Virgen por orden de Su Santidad, añadiría una donación en favor de su Comunidad de S. María in Posterula.

Vengo pues a ofrecerle a través del portador cincuenta escudos en honor de María Santísima y de San Agustín. Ruego además a V.R. que me haga saber si desea una copia de la misma Virgen antigua u otro cuadro con un diverso asunto que haré realizar para satisfacer sus deseos[13].

Después que los padres Bresciani y Marchi entregaron la donación al Prior de Posterula, el ícono fue llevado a la comunidad de los Redentoristas de vía Merulana.

Además de la donación en dinero, el 20 de junio de 1866 fue entregada al P. O’Brien, Prior de los agustinos de Posterula, una copia fiel del ícono, así como lo ordenaba el texto pontificio. Un folio del 20 de junio de 1866, escrito y firmado por el P. Marchi y el P. Jeremías O’Brien, confirma esta noticia.

El abajo firmante P. Marchi, en nombre del Rmo. P. Nicolás Mauron Sup. Gen. de la Congregación del SS. Redentor, se apersonó el día 19 de enero del corriente año de 1866 en el Convento de los RR.PP. Agustinos de Posterula; le fue entregado al M.R.P. Prior la imagen milagrosa de la Virgen venerada con el título del Perpetuo Socorro.

Puesto que según el escrito Pontificio, fechado el día 11 de diciembre de 1865, el mencionado Rmo. P. Mauron debía sustituirla con otro cuadro decente, y habiendo pedido el honorable P. Prior una copia de esa veneranda imagen: por ese motivo el mismo P. Marchi ha traído hoy la copia fiel solicitada y la entregó al distinguido P. Prior.

En fe de que ambos (amendue [sic]) han firmado con su propio puño y letra.

Fr. Geremia O’Brien Priore
Roma, 20 de junio de 1866
Michele Marchi della Cre del SS.mo Redentore[14].

En enero de 1866, cuando el ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro es llevado a la comunidad de los Redentoristas, se observa que requería varias intervenciones. El restauro es confiado al pintor polaco Leopoldo Nowotny (1822-1870).

Concluido el restauro el 26 de abril de 1866, la imagen es finalmente expuesta al público. Se abre un nuevo período de difusión de la devoción gracias al apostolado misionero de los redentoristas, de los cuales la Virgen fue siempre compañera de viaje. En 1994 un nuevo restauro facilitó un estudio científico más profundo. El análisis del radiocarbono C ha permitido ubicar la madera del ícono en el período comprendido entre 1300 y 1450. De los exámenes diagnósticos resulta que el ícono actual fue pintado a fines del siglo XVIII. Probablemente el artista de la época, al copiar el original ya deteriorado, occidentalizó algunos elementos de la primitiva iconografía oriental[15]. Utilizando estos cánones artísticos tornó la imagen familiar a nuestra sensibilidad estético-artística.

En poco tiempo la veneración del ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro se consolida y se difunde por medio de los Redentoristas. A causa de esta difusión del culto, en Roma comenzaron a circular voces que decían que los redentoristas habían “casi robado a los RR.PP Agustinos el cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro”. Bresciani, respondiendo en 1889 al redentorista P. Eduard Douglas (1819-1898) sobre esto, recuerda una vez más cómo se habían desarrollado los hechos en lo que se refiere a la adquisición por parte de los redentoristas del cuadro de la Virgen:

Advierto con disgusto por su (carta) respetadísima del 20 del mes que termina, que hay gente que va diciendo que nosotros casi robamos a los RR. PP. Agustinos el cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro: El que dice esto, o ignora los hechos o debe ser malicioso. Me consuela, sin embargo, sentir de V.R. que, por lo que se sabe, ninguno de los PP. Agustinos ha dicho jamás tal cosa. […]

El S. P. Pio IX había ordenado que nuestro Rmo. P. General diese al M. R. P. Prior de Posterula un cuadro conveniente en compenso por el otro de la Virgen del perpetuo Socorro; pero desde el momento en que dicho P. Prior hizo comprender que prefería un compenso monetario a causa de la pobreza de ese Hospicio, nuestro P. Rmo. mandó por medio del fallecido P. Marchi la suma de £ 250. Este monto, que excedía el valor intrínseco del cuadro, fue dado por el P. Marchi en mi presencia al loado P. Prior que lo aceptó con gratitud y nos entregó el cuadro. Esto sucedió precisamente el 19 de enero de 1866 por la tarde.

Además de la suma indicada más arriba, nuestro P. Rmo., excediendo en generosidad, quiso mandarle al mismo Prior una copia fiel de la Virgen del perpetuo Socorro, para que quedara perenne memoria en el Hospicio de S. María en Posterula[16].

De la lectura de esta carta se percibe indirectamente el éxito inmediato, tras años de silencio, de la difusión del culto a la Virgen del Perpetuo Socorro. Suceso que en estos 150 años se fortaleció y se consolidó gracias a la obra evangelizadora de los Redentoristas presentes en los cinco continentes, lo que hizo posible que nuestro ícono llegara a ser uno de los rostros marianos más difundido, conocido e invocado a nivel global.

EL MENSAJE DEL ÍCONO

1.  – ¿Qué es un ícono?

El lenguaje del arte más que definir, sugiere. Se dirige a los ojos pero habla al corazón. Y habla a través de las formas, los colores, los matices, las líneas, los espacios. En el campo religioso el simbolismo ha tenido siempre una importancia fundamental en cuanto describe y exalta una realidad no terrena sino sobrenatural; no describe una realidad material incluso idealizada, sino lo Trascendente. Esto era manifiesto ya para la comunidad apostólica desde el momento en que Cristo transfigurado les había abierto los ojos saliendo a su encuentro (Lc 24,30-31). Sabemos que la palabra ícono deriva del griego eikon y significa imagen. En la tradición bíblica es Cristo la imagen del Padre, encarnado para revelarnos su verdadero rostro (Col 1,15). Pero la Iglesia mantuvo siempre viva la conciencia de ser también ella, así como cada uno de los creyentes, imagen de Dios invisible en la medida en que nos uniformamos a Cristo viviente. En Oriente, el ícono no reproduce o representa simplemente un sujeto religioso, sino que incluye una verdadera y auténtica teología visiva que interpela a la facultad contemplativa del espíritu.

El ícono es una ventana abierta sobre el misterio, no un simple elemento decorativo sino un verdadero y auténtico sacramento (sacramental, para ser precisos) que nos introduce en las realidades celestiales. Precisamente por este motivo los íconos son parte integrante de la liturgia bizantina; invitan a la mirada que se posa sobre ellos a ir más allá, a trascenderse continuamente, para acoger lo invisible que en ellos se oculta. Por consiguiente el ícono no debe ser admirado sino meditado, rezado. No por nada los cánones fijos según los cuales eran “escritos” los íconos, el estilo común, la costumbre de no firmar la imagen, tienen como única finalidad lograr que la mirada se concentre solo y exclusivamente en el misterio representado. Normalmente los autores eran monjes y la imagen era pintada en un clima de meditación, penitencia y plegaria, en posición arrodillada. Se sumergían en el misterio que querían representar, lo meditaban durante varios días, lo estudiaban, lo rezaban, para después representarlo sobre la madera a través de las formas, los colores, las imágenes simbólicas. Eran conscientes que la persona que iba a ubicarse frente al ícono no lo haría para deleitarse visivamente, sino para rezar, meditar; por ese motivo no le daban importancia a las formas corporales o a los aspectos psicológicos, sino que mostraban la forma interior, la estructura espiritual, “visualizada” en la contemplación.

2. – Exégesis cromática de los elementos

El ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro pertenece a la escuela cretense. Los últimos estudios citados anteriormente, permiten ubicarla en un arco de tiempo muy amplio. Es una pintura sobre madera que mide 51,8 cm de altura por 41,8 de ancho. Más que una imagen, el ícono representa una escena con 4 personajes, descritos como de costumbre por los acrósticos que la rodean[17]. En la parte alta, a la derecha de la imagen, está el Arcángel Gabriel (identificado por los símbolos OAT) que, como ha llevado el anuncio de la divina maternidad a María, ahora lleva el anuncio de la pasión, mediante la cruz, los clavos y el vestido rojo, color del amor pero también de la pasión. A la izquierda encontramos al Arcángel Miguel (OAM) que lleva los signos de la humanidad redimida por la pasión de Cristo (la lanza y la esponja con el vaso de vinagre), representados por el color verde (por la humanidad) y rojo[18].

La Virgen María, que domina la escena, está enmarcada por los símbolos MP-ΘY, es decir Madre de Dios. En los matices cromáticos hallamos una admirable síntesis de toda la teología mariana y una anticipación de los dogmas sobre la Virgen. Para cubrir los cabellos y eliminar así toda señal de placer y vanidad femenina, María es revestida de un velo azul, símbolo de pureza virginal, y lleva puesta una túnica roja que simboliza la caridad materna: María es Virgen y Madre. Ella está completamente recubierta de un manto que en su revestimiento interno muestra el color verde. Es evidente la alusión a lo que ella dice de sí misma en el Magnificat: “Mi alma glorifica al Señor … porque miró la humildad de su servidora”. María, con su sí, se tornó un dócil instrumento en las manos del Altísimo, se dejó modelar por la gracia, envolver completamente por el Espíritu que la transformó en la humilde esclava de Nazaret, la Madre de Dios y Madre nuestra, la Reina de los Ángeles y de los Santos.

También en la figura del Niñito Jesús hallamos una síntesis cristológica. Tiene, a la derecha de su cabeza, los caracteres IC – XC (Jesucristo) y es el único que aparece de cuerpo entero. La túnica verde que lo cubre totalmente representa la Encarnación, pero está revestido de un manto dorado signo de la divinidad, para indicar la doble naturaleza: Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Y lleva el cinto rojo del amor, así como nos ha enseñado admirablemente en la última cena cuando, para sintetizar su vida y su muerte en la vigilia de su pasión, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1)[19].

3. – El mensaje: Virgen de la pasión, Virgen del Perpetuo Socorro, madre de la redención

La riqueza de símbolos que contiene esta imagen la hizo acreedora de una larga serie de títulos como Virgen de la Pasión, Virgen dorada, Odigitria, Virgen del Perpetuo Socorro, madre de la redención. Por los personajes representados, el ícono es catalogado como Virgen de la Pasión, pero es más correcto afirmar que aquí encontramos representado todo el misterio de la redención. Mientras contemplamos la imagen somos conducidos a la casa de María, a la Gruta, en el Templo, por los caminos de Galilea; y después a Jerusalén, al Cenáculo, sobre el Gólgota, a la tumba vacía, por los senderos del mundo, hasta la gloria de los cielos[20].

A partir de la posición del Niño Jesús percibimos el mensaje de esperanza que encierra. Hay, de hecho, un particular discutido: la exposición de la planta del pie. Tengamos en cuenta que, así como hoy hablamos de las improntas digitales, así en la mentalidad antigua se demostraba la unicidad y el carácter irrepetible del individuo a partir de la horma del pie. Este particular, por consiguiente, simboliza la humanidad de Cristo. Se solía además estipular los pactos de alianza desatando las correas de las sandalias (cf. Rut 4,7; Salmo 60,10; Lc 3,16) para mostrar la planta del pie. Cristo, por lo tanto, es representado aquí como verdadero Dios y verdadero Hombre, encarnado para nuestra redención, restableciendo el Pacto de Alianza “destruido por la desobediencia del pecado” (Prefacio VII del Tiempo Ordinario). La Virgen María sostiene al niño parece protegerlo y, al mismo tiempo, ofrecerlo a nosotros al indicárnoslo. El pequeño Jesús, volviendo la mirada hacia lo alto donde se divisan además los signos de la pasión, se reclina sobre el pecho de la Madre aferrándose a su mano, y en este movimiento brusco pierde su sandalia. Ya hemos notado que, en realidad, en los íconos los rasgos psicológicos son relativizados, pero lo comprendemos mejor a partir de la mirada de Jesús. Y es precisamente siguiendo la línea de los ojos que proponemos nuestra interpretación.

Por más que la Virgen María domine la escena, el punto focal de la imagen son las manos entrelazadas de Jesús y María.  Siguiendo las miradas de ambos y trazando dos líneas imaginarias podemos reflexionar sobre la participación de ambos en la redención. Jesús no parece mirar los signos de la pasión, signos que por otra parte son llevados solemnemente, como en una procesión, casi en triunfo, como trofeos. El Niño mira hacia afuera de la imagen y su mirada es ensimismada, absorta. El auténtico punto de referencia es el Padre que está sentado en lo alto. María, por consiguiente, con su mano derecha nos indica el camino (Odigitria) para llegar al Padre siguiendo a su hijo Jesús que ella misma nos ofrece indicándonos el modo en el que socorre perpetuamente a la humanidad.

Idealmente este brazo puede simbolizar, de hecho, a la humanidad anhelante que en María, primera entre los creyentes y modelo de cada discipulado, alcanza a Cristo, el cual nos bendice y, al mismo tiempo, nos toma para llevarnos hacia las alturas, regalándonos una certeza: aun cuando tengamos que atravesar el valle oscuro del sufrimiento, nunca estaremos solos: «también allí me guía tu mano y me aferra tu derecha» (Salmo 139,10). Todo esto bajo la mirada materna de María. Ella que ha engendrado el Hijo y nos lo ofrece continuamente, me está mirando justamente a mí. Ella que estuvo al pie de la cruz y conoce bien el dolor; ella a quien ha sido confiada la humanidad frágil  – que, tentada en continuidad, tiene la Alianza como sostenida por un hilo – viene siempre en nuestra ayuda como una madre amorosa. Su mirada es serena, su brazo potente, su socorro perpetuo y seguro, porque  – como testifica el fondo dorado – si a ella volvemos, ella nos conduce a Cristo que nos libra de todo mal con su cruz gloriosa; y si nos dejamos plasmar como ella por el Espíritu, seremos capaces de franquear todo sufrimiento para gozar un destino de gloria en los brazos del Padre. Todo el ícono nos habla de la ternura, de la misericordia. Más que de pasión, nos habla de la esperanza que se transforma en certeza en el misterio de la redención.

Conclusión

Ríos de gracia y de conversión han sido otorgados por María al rezar y meditar este sagrado ícono. A través de su difusión, junto a los misioneros redentoristas, millones de fieles se han acercado a Dios gracias a las devociones de la Novena Perpetua y de la Súplica Perpetua; pero es aún más hermoso recitar el rosario delante de esta imagen porque nos permite recorrer en su totalidad el misterio central de nuestra fe, la redención. Mientras transitamos los misterios gozosos podemos posar nuestra mirada sobre el Niño Jesús, Hijo de Dios encarnado para nuestra salvación, que María nos lo ofrece pidiendo ser modelados, como ella, por el Espíritu. En los misterios luminosos, a través de la mirada contemplativa de María sobre la vida pública de Cristo, somos transformados en aquello que meditamos. En los misterios dolorosos reflexionamos sobre la locura del amor de Dios por nosotros deteniéndonos en los signos de la pasión, en su cruz redentora, en los sacramentos fecundos generadores de vida nueva y eterna, pidiendo amar con su mismo amor. En los misterios gloriosos reforzamos la firme esperanza de nuestro destino de gloria, guiados y protegidos por la mirada materna de María que nos señala el camino para alcanzarla, a través de Cristo, en la gloria del Padre.

Alfonso V. Amarante, C.Ss.R.

[1] M. Brehl, Carta circular Celebración del año Jubilar de la Virgen del Perpetuo Socorro, Roma 27 de junio de 2015, 1.
[2] E. Bresciani, Cenni storici sull’antica e prodigiosa immagine della Madonna del Perpetuo Soccorso già venerata in S. Matteo in Merulana e ridonata al culto publico nella chiesa di S. Alfonso sull’Esquilino, Tip. della S. C. de propaganda Fide, Roma 1866, 14-28. Sobre el ícono mariano de la “Virgen del Perpetuo Socorro” los estudios que ofrecen la mayor cantidad de datos sobre su historia, en orden cronológico después de los de Bresciani, son los siguientes: E. Bresciani, Breve relazione sull’antica e prodigiosa Immagine della Madonna del Perpetuo Soccorso che si venera in Roma nella chiesa di S. Alfonso pubblicata dappoi la solenne coronazione di essa veneranda immagine […],Tip. della S. C. de propaganda Fide, Roma 1867; C. Henze, Mater de perpetuo succursu: prodigiosae iconis marialis ita nuncupatae monogra­phia, Collegium Iosephinum, Bonnae1926; F. Ferrero, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Proceso histórico de una devoción mariana, Editorial el Perpetuo Socorro, Madrid 1966; A. Sampers, Circa traditionem BMV de Perpetuo Succursu, in SHCSR 14 (1966) 208-218; M. Cattapan, Precisazioni riguardanti la storia della Madonna del Perpetuo Soccorso, in SHCSR 15 (1967) 353-381; E. Buschi, Santa Maria del Perpetuo Soccorso, Scuola Tipografica “Città Bianchi”, Veroli 1968; F. Ferrero, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Información bibliográfica y cronología general, in SHCSR 38 (1990) 455-502; F. Ferrero, Santa María del Perpetuo Socorro. Un icono de la Santa Madre de Dios, Virgen de la Pasión, PS Editorial, Madrid 1994. En los Archivos de la comunidad de los misioneros Redentoristas de Venecia se conserva una recensión no publicada de Buschi de un libro de Cattapan sobre la Virgen del Perpetuo Socorro que tampoco fue publicado. En la recensión de Buschi se confirman los datos recogidos por Cattapan, en parte presentados en el artículo editado en SHCSR de 1967, sobre el origen y la fecha del cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro. El último estudio que ayuda a clarificar la fecha y las intervenciones de conservación y restauro de nuestro ícono  es el de A. Marrazzo, L’ultimo restauro dell’icona della Madonna del Perpetuo Soccorso, en SHCSR 64 (2016) 307-349. Varios estudiosos sostienen que nos encontramos ante una imagen del tipo de la Odigitria distinta del prototipo o arquetipo. Señalo en fin una tesis doctoral realizada en el departamento de arte y arqueología de la universidad de Princeton: M. J. Milliner, The Virgin of the Passion: Development, Dissemination and Afterlife of a Byzantine Icon Type, University Princeton 2011.

[3] Este primer testimonio, escribe Cattapan, es referido por Fray Mariano de Florencia en su manuscrito fruto de una de sus visitas a Roma en 1517. Cf. M. Cattapan, Precisazioni riguardanti la storia della Madonna del Perpetuo Soccorso, 360.

[4] La tabla en latín es reportada en dos escritos: C. Henze, Mater de Perpetuo Succursu, 34-36; F. Ferrero, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, 286-288.

[5] M. Cattapan, Precisazioni riguardanti la storia della Madonna del Perpetuo Soccorso, 359. Cattapan relata lo que Panciroli escribe en 1660 en I tesori nascosti nell’alma città di Roma «Inoltre l’anno 1480; sotto il Pontificato d’Aless. VI. à dì 27. di Maggio fù questa Chiesa [san Matteo] arricchita d’una imagine di nostra Signora portata dalle parti dell’Oriente, che per li miracoli, e gratie concesse è posta nel numero delle miracolose» ivi, 364. Cattapan señala como testo de referencia Le cose meravigliose della Città di Roma, corrette ed ampliate dal R. D. Francesco Torrigo Romano di molte cose, nel presente Anno MDCXVIII. Tanto Cattapan, como Ferrero, en lo que respecta al testimonio de Fray Mariano nos remiten a la obra de Fra Mariano da Firenze, O. F. M., Itinerarium Urbis Romae. Con Introduzione e note illustrative del P. Enrico Bulletti dello stesso Ordine. (Studi di Antichità Cristiana), Ed. Pontificio Istituto di Archeologia Cristiana, Roma 1931.
[6] Cattapan, en su estudio, da una explicación a la divergencia del mes y del año de la traslación del ícono. Cf. M. Cattapan, Precisazioni riguardanti la storia della Madonna del Perpetuo Soccorso, 365; 367. Cattapan en la última página citada, relatando un texto posterior de Torrigo, escribe «MARZO. A dì 27 nel 1499 fu posta l’imagine della miracolosa Madonna chiamata del Soccorso nella Chiesa di S. Matteo in Merulana».

[7] Cf. F. Lombardi, Roma. Le chiese scomparse. La memoria storica della città, Palombi, Roma 1996, 90 «Nel 1798, la chiesa [di S. Matteo] ed il monastero vennero fatti demolire dal governo della repubblica romana giacobina in previsione di un riassetto urbanistico della zona mai portato a termine. Uniche memorie della Chiesa di San Matteo sono costituite da alcuni frammenti di marmi e parti del pavimento custoditi in San Giovanni in Laterano». Sobre la demolición de la iglesia de San Mateo y la pérdida consiguiente del archivo, cf. Anche  C. Alonso, El convento agustino de S. Mateo in Merulana de Roma, in SHCSR 54 (2006) 151-184.

[8] Cf. L. Walter, Villa Caserta. Ad aureum domus generalitiae jubilaeum, F. Cuggiani, Roma, 1905.

[9] Cf. ivi, p. 36 particolarmente la pianta topografica.
[10] F. Ferrero, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, 301-302.
[11] Sobre el jesuita Giovanni Francesco Blosi (1804-1875) cf. A. Serafini, Pio Nono, Giovanni Mastai Ferretti dalla giovinezza alla morte nei suoi scritti e discorsi editi e inediti, vol. I: Le vie della Divina Provvidenza (1792-1846), Tipografia Poliglotta Vaticana, Roma 1958.

[12] E. Bresciani, Cenni storici sull’antica e prodigiosa imagine della Madonna del Perpetuo Soccorso, 53.
[13] La carta, que se encuentra en el Archivo General de los Misioneros Redentoristas de Roma, es reproducida por entero en A. Marrazzo, L’ultimo restauro dell’icona della Madonna del Perpetuo Soccorso, in SHCSR 64 (2016) 308.

[14] El folio se encuentra en AGHR, Fondo B. Mariae V. Perpetuo Succursu (PS). III, duplicado.

[15] Sobre el restauro y la investigación técnico-histórica del ícono de la Virgen del Perpetuo Socorro cf. A. Marrazzo, L’ultimo restauro dell’icona della Madonna del Perpetuo Soccorso, 318-335.

[16] Sobre la adquisición del ícono por parte de los Redentoristas, cf. F. Ferrero, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, 181-189, 301-306. Para el Autógrafo del P. Bresciani apenas citado cf. AGHR Fondo B. Mariae V. de Perpetuo Succursu (PS). Leyendo con atención lo declarado por Bresciani salta a la vista una contradicción sobre el monto pagado. Mauron dice en su texto de 1866 – citado en las páginas 5 y 6 de este artículo – que por la imagen los Redentoristas han donado a los agustinos irlandeses “50 escudos”, mientras que en esta carta de Bresciani, escrita veintitrés años después, se habla de £ 250. A mi modo de ver esta contradicción puede ser explicada de la siguiente manera. En 1866 se decidió introducir la lira pontificia con un valor equivalente a la lira italiana. Se entiende que en 1866 en Roma circulaban por lo menos dos monedas: es decir los escudos y la lira. La moneda (física) de un escudo era de plata. De oro eran las monedas de 2.5, 5 y 10 liras. El dinero era áureo porque era posible – al menos teóricamente – cambiar las monedas por el correspondiente peso en lingotes de oro. El escudo pontificio era una moneda áurea. El cambio, según las estadísticas ofrecidas por el Istat, fue fijado en 5.375 liras por un escudo. Si se multiplica 5.375×50 se alcanza la cifra de £ 268,75, es decir una cifra algo superior (18 liras) a la indicada por Bresciani en su carta enviada al P. Douglas.

[17] Acerca de las inscripciones en lengua griega, cf. C. Henze, Mater de Perpetuo Succursu, 1-16.

[18] Al día de hoy no existe un estudio específico sobre los colores de nuestro ícono. Diversas alusiones sobre la específica tonalidad elegida para su realización, que no corresponde a los cánones clásicos de Creta, las podemos hallar en las obras de Ferrero y Cattapan. Esperamos que en el futuro se haga un estudio en esta dirección.

 [19] Señalo el estudio de Bisi y Raffa sobre los íconos porque lo acompaña una notable bibliografía sobre la historia de los íconos, sus colores y su significado: G. Biffi – G. Raffa, Luce del tuo Volto. Percorsi avanzati tra teoria e prassi, Dehoniana Libri, Bologna 2014.
[20] Cf. T. Spidlik – M.I. Rupnik, La fede secondo le icone, Lipa, Roma 2000. Cf. M. Rupnik, Il rosso della piazza d’oro, Lipa, Roma 2013. Cf. G. Passarelli, Iconostasi. La teologia della bellezza e della luce, Mondadori, Milano 2003.