LA COMMUNIDAD APOSTOLICA REDENTORISTA EN SI MISMA: PROCLAMACIÓN PROFETICA Y LIBERTADORA DEL EVANGELIO

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Communicanda – 1985-1991

 

COMMUNICANDA 11

Roma, 25 de diciembre de 1988
Gen. 476/88

Queridos hermanos,

I.FINALIDAD DE ESTA COMMUNICANDA

  1. Cuando hablamos de «proclamación del Evangelio» normalmente tendemos a pensar en la predicación y en otras actividades apostólicas. Tenemos una tradición según la cual el trabajo pastoral goza de prioridad absoluta. Ese trabajo apostólico se ha entendido principalmente que es el ministerio sacramental, la predicación y la catequesis. Todo debe estar al servicio de ese trabajo. Por eso, nuestra misma comunidad religiosa fue concebida únicamente en términos de las necesidades de ese apostolado.

Pero en los últimos años hemos ido descubriendo progresivamente que nuestra vida de comunidad es en sí misma testimonio evangélico, y como tal constituye parte vital de nuestra misión de evangelización.

Nuestras Constituciones dan gran relieve a la vida de comunidad; vivir en comunidad es uno de los valores esenciales de nuestra Congregación, como la proclamación explícita y la opción por los pobres. «Ley esencial de la vida de los congregados es: vivir en comunidad y realizar la obra apostólica a través de la comunidad» (Const. 21).

  1. Muchas veces hablamos de la dicotomía entre nuestra «vida religiosa» y nuestro «apostolado»; acerca de esa dicotomía nos pone sobre aviso la Constitución primera: «La Congregación sigue el ejemplo de Cristo por la profesión de la vida apostólica, la cual comprende a la vez la vida especialmente consagrada a Dios y la actividad misionera de los Redentoristas». Uno de los motivos por los que sufrimos tal dicotomía es por no caer en la cuenta de un punto de la predicación misionera: «El fin de toda acción misionera es suscitar y formar comunidades que vivan dignamente la vocación con que han sido llamadas, ejercitando la función sacerdotal, profética y regia que el Señor les ha confiado» (Const.12). Si tenemos que proclamar ese mensaje a los pobres abandonados ¿no debemos vivirlo primero nosotros mismos?
  2. El último Capítulo General de nuestra Congregación, al fijar el tema principal para el presente sexenio, indicó a quiénes somos enviados «evangelizare pauperibus» añadiendo una característica importante: «a pauperibus evangelizari». Pensamos que ambas partes del tema tienen relación directa no sólo con nuestro trabajo pastoral sino también con nuestra vida de comunidad apostólica. Invitamos a reexaminar las verdaderas bases de nuestra vida de comunidad, para poder valorar la cualidad evangélica de nuestras mutuas relaciones como hermanos, y a reflexionar sobre el testimonio que nuestra comunidad apostólica puede ofrecer a la sociedad humana actual (ver DF, 09, 10, 11, 12).
  3. Escribimos esta carta para promover este proceso en nuestra Congregación. Estas reflexiones no pretenden ser un tratado sobre las dimensiones de nuestra comunidad apostólica. Podemos encontrarlo fácilmente en nuestras Constituciones, especialmente en el capítulo II. Lo que nos proponemos es reflexionar sobre nuestro vivir y trabajar como comunidad apostólica, y esto a la luz del tema principal del último Capítulo General: evangelizare pauperibus et a pauperibus evangelizari.

Invitamos, pues, a todos nuestros cohermanos a hacer con nosotros una reflexión seria sobre nuestra comunidad apostólica, para que podamos progresar en la renovación de nuestra Congregación.

II.SITUATION ACTUAL DE NUESTRA CONGREGACIÓN

5.Gracias a Dios, en nuestras comunidades se están produciendo importantes iniciativas y realizaciones. No debemos lamentar nos inconsideradamente de nuestras comunidades que, aunque no son perfectas, posees grandes méritos,

El Secretariado para la Vida Comunitaria ha hecho un sondeo sobre la situación de la vida comunitaria en la Congregación, Pese a que pertenecemos a culturas muy diversas, se comprueba que, como Redentoristas, compartimos muchas vivencias semejantes.

 – Nuestra misión apostólica en la Iglesia la vamos concibiendo cada vez más como una tarea que desempeñar juntos en comunidad. Este hecho se evidencia en los esfuerzos hechos por fijar las prioridades apostólicas.

 – La gran mayoría de nuestras comunidades son conocidas por su cordialidad y su hospitalidad. La sencillez exenta de formalismos preside nuestras relaciones mutuas, por encima de barreras artificiales. Se comprueba que somos generosos en ayudarnos unos a otros en el trabajo y en nuestras obligaciones.

 – Se ve una mayor apertura en convidar a nuestras casas a aquéllos que colaboran con nosotros en la pastoral y a aquéllos que tratan de discernir su propia vocación.

–    Tras las crisis pasadas, se nota en la mayoría de nuestras unidades un esfuerzo por descubrir nuevas formas de vida comunitaria.

  1. Pero tenemos la impresión de que algunos congregados no captan la posibilidad de vivir el ideal de la vida comunitaria. Tal vez han tenido problemas en su experiencia de relacionarse con los hermanos, que ahora les hacen sentir dificultades en vivir y trabajar con otros en comunidad. Tras semejantes experiencias, algunos pueden concluir que no vale la pena de molestarse en procurar vivir y trabajar juntos, y tratan de ver qué pueden hacer ellos solos.

Por ello, para esos congregados la comunidad primera no es su comunidad en la Congregación. Para sustituirla, buscan amigos o grupos que les ayuden a aguantar o a aceptar las dificultades que experimentan en su comunidad, o a encontrar sentido y satisfacción en aquello que hacen.

  1. En algunas comunidades, el problema para algunos congregados es la falta que sienten de un auténtico afecto. Algunos han quedado anclados en el antiguo ideal de una vida común basada principalmente en la regla y la disciplina, sin especial interés por la comunicación fraterna. Hay comunidades que echaron por la borda todas las estructuras antiguas de vida de comunidad, sin lograr introducir ninguna estructura nueva, lo que ha producido una sensación de vacío y sentimientos de frustración.

Por eso, algunas comunidades van descubriendo cada vez más la necesidad de fomentar la auténtica vida afectiva en las relaciones intercomunitarias y con otras personas.

  1. Nos encontramos, pues, de camino; estamos aún buscando nuevas formas de vida comunitaria: formas adaptadas a las diversas culturas y tradiciones y a las diferentes clases de comunidades.

En nuestra misma comunidad del Consejo General experimentamos esos desafíos a desarrollar en nuestra vida de comunidad un proceso continuo de experiencia; también en el Consejo General, como comunidad, tenemos que buscar renovarnos continuamente, para poder vivir y testimoniar los valores evangélicos en nuestra misión como Congregación.

III.    BASES DE LA COMUNIDAD APOSTÓLICA

  1. Cuando nuestras Constituciones hablan de «comunidad apostólica», hacen referencia a la primerísima comunidad apostólica, la de Jesús con sus apóstoles: «La vida comunitaria se ordena a que los congregados, a ejemplo de los Apóstoles (ver Mc 3,14; Hch 2,42-45; 4,32), compartan en sincera comunión fraternal las oraciones y deliberaciones, los trabajos y los sufrimientos, los triunfos y los fracasos, y también los bienes temporales al servicio del Evangelio» (Const. 22).
  2. En consecuencia, necesitamos contemplar esa comunidad apostólica primitiva:

(Jesús) «subió al monte y llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar…» (Mc 3,13-14).

Tres son los elementos esenciales de la vida de esa comunidad apostólica:

  • ser llamado por Jesús;
  • estar con Jesús;
  • ser enviados por Jesús.
  1. No nos reunimos en comunidad por nuestra propia iniciativa, ni por motivos de eficiencia pastoral o de apoyo psicológico. Acreditamos haber sido llamados por el Señor para estar con él. Esta llamada es la que nos constituye en comunidad, no los lazos de sangre, de amistad o de ideologías o de nacionalidad. Esta llamada nos confiere la posibilidad de ser una continuación de la comunidad apostólica, de ser «ante los hombres signos y testigos de la fuerza de su Resurrección, mientras anuncian la vida nueva y eterna» (Const.51).
  2. La iniciativa de Jesús, al llamar a los apóstoles para que estuvieran con él y para ser enviados por él, no sólo creó aquella comunidad particular, sino que también creó una nueva especie de relación entre los pertenecientes a tal comunidad; «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo, A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os he dado a conocer» (Jn 15,15-16).

Esta experiencia de comunidad (o amistad) con Jesús capacita a los apóstoles para escuchar y comprender el mensaje del Reino de Dios vivido y proclamado por Jesús:

«A vosotros se os dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos,..¡Dichosos, pues, vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!» (Mt 13,11.16).

13.La relación de los Apóstoles con Jesús revela también una relación nueva con Dios y ellos mismos:

–  Aprenden a llamar «Padre»a Dios: «Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos. El les dijo: Cuando oréis, decid: Padre…» (Lc 11,1-2).

 – Existiendo un solo Padre, ellos ya no pueden ser sino hermanos unos de otros. «Vosotros no os dejéis llamar Rabí, porque uno solo es vuestro maestro, y vosotros sois todos hermanos… Ni llaméis a nadie «Padre» en la tierra, pues uno solo es vuestro Padre, el del cielo» (Mt 23,8-9).

14.Por esto, esa comunidad vive según leyes nuevas, muy diversas de las de este mundo:

«Jesús, llamándoles, les dice: Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las gobiernan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos» (Mc 10,42-44),

  1. A través de esta forma de vivir juntos, el Reino de Dios se hace ya presente en este mundo. Y la unidad fraterna de esta comunidad es el testimonio que dispone a las personas a creer en ese Reino: «(Ruego por) que todos sean uno, como tú, Padre en mí, y yo en ti; que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).
  2. Este nuevo estilo de comunidad humana debe conservarse vivo y ser testimoniado ante el mundo por aquellos que anuncian Jesucristo, o sea, por toda la Iglesia y por cada una de las comunidades cristianas de dentro de la Iglesia.

Tarea especial de un religioso es ser signo profetice de viabilidad y validez de Reino dentro de la Iglesia y entre el pueblo. Este testimonio precede a cualquier clase de predicación explícita. La experiencia de la redención copiosa, de realidad del amor del Padre, debe realizarse primeramente en el seno de la propia comunidad religiosa. Sin esa experiencia personal será difícil – por no decir imposible – predicar hacia afuera ese amor.

«Fieles siempre al magisterio de la Iglesia, los Redentoristas han de ser entre lo hombres, servidores humildes y audaces del Evangelio de Cristo Redentor y Señor, principio y ejemplar de la nueva humanidad. En su anuncio proclaman de manera especial la «redención copiosa», es decir: el amor del Padre «que nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados.» (1Jn 4,10), y que vivifica el Espíritu Santo a cuantos creen en El» (Constó).

  1. La realidad de nuestra consagración religiosa posee en sí misma una fuerza evangélica, cuando se encuentra con aquéllos que están fuera de nuestra comunidad, en cuanto significa desafiar los ideales de la sociedad mundana. Mientras que la sociedad del mundo se manifiesta individualista y aprovechada, la comunidad apostólica redentorista contraría esa realidad mediante la participación comunitaria y la puesta de todos los bienes en común. Mientras que la sociedad mundana se manifiesta dominante y viola la dignidad humana, el testimonio de la comunidad apostólica redentorista consiste en el respeto incondicional hacia todos los cohermanos como hermanos que son iguales.
  2. Nuestras Constituciones hablan con frecuencia del testimonio: Somos testigos de la gracia de Dios y como tales, los Redentoristas “reconocen ante todo la grandeza de la vocación de cada hombre y de todo el género humano” (Const.7).

“En cada circunstancia indagarán con ahínco qué es lo que conviene hacer o decir: si anunciar explícitamente a Cristo o hacerlo, al menos, con el testimonio callado de la presencia fraterna” (Const.8).

“…los misioneros, con paciencia y prudencia unidas a una gran confianza, den testimonio de la caridad de Cristo y, en la medida que les sea posible ofrézcanse como hermanos a todos los hombres. Esta caridad la podrán de manifiesto por la oración, el servicio sincero prestado a los demás y el testimonio de su vida, irradiado en formas diversas” (Const.9).

“El testimonio de vida y de caridad lleva al testimonio de la palabra” (Const.10).

  1. Este testimonio de vida y caridad es posible a todos en nuestra Congregación. Por eso es por lo que nuestras Constituciones dicen que todos los Redentoristas son verdaderamente misioneros., “lo mismo si están dedicados a las diversas tareas del ministerio apostólico que si se encuentran impedido para el trabajo” (Const.55).

“Por esa total consagración a la Misión de Jesucristo, los congregados comparten la abnegación de la cruz del Señor, la libertad virginal de su corazón, su profunda disponibilidad para dar vida al mundo. Por consiguiente es necesario que sean ante todo los signos y testigos de la fuerza de su Resurrección, mientras anuncian la vida nueva y eterna” (Const.51).

  1. En consecuencia, la comunidad apostólica redentorista, en la que vivimos y trabajamos juntos, es en sí misma parte del contenido auténtico de nuestra proclamación profética y liberadora de la palabra de Dios a los abandonados, y especialmente a los pobres. Nuestra comunidad apostólica es el hecho que testimonia la verdad de nuestra proclamación; es realmente el medio fundamental que tenemos para cumplir nuestro deber de «solidarizarse con los pobres y promover sus derechos fundamentales de justicia y libertad» (Const.5), porque formando comunidades que respeten debidamente los derechos y libertades de los cohermanos, damos consistencia a nuestra predicación de justicia y de paz.

VI.COMO VIVIR ESTE TESTIMONIO
PROFETICO Y LIBERADOR

VI.1 «Constituir una verdadera hermandad» (Const36)

VI.1.1 Antes que nada, una actitud de fraternidad

  1. Para que nuestra comunidad religiosa pueda dar testimonio de esta visión evangélica, y antes de comenzar a pensar en cualquier estructura concreta o en cualquier modelo de organización, necesitamos construir una comunidad sobre la base de la fraternidad cristiana, o sea, debe estar enraizada en una actitud de amor mutuo que Jesús nos dejó en su palabra y en su ejemplo: «Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). Este ideal de amor fraterno que Jesús nos dejó, cuando va unido a nuestra espiritualidad redentorista, asume la característica de ser continuación de la presencia del Santísimo Redentor para el bien de los otros (Const. 1).
  2. Nuestros votos se asientan sobre esta base dela mutua fraternidad:

La obediencia, que rechaza cualquier forma de dominio de los unos sobre los otros, que nos dispone a servir libremente (Mc 10,42-45) y que acepta el fracaso individual para garantizar el bien común.

La castidad, que renuncia al derecho a un mundo limitado de afectos para abrir la persona al amor de muchos como repuesta a sentirse amada por el Señor. El cuidado esmerado por la vida de castidad desarrolla en nosotros actitudes de acogida de los otros, de atención a ellos, de sinceridad, sin juzgar ni condenar, de acercarse a otros sin dominarlos, y finalmente de una profunda amistad.

La pobreza que dispone a vivir «con aquel espíritu que animaba a la comunidad apostólica, por el que se convierten en signo de la vida fraterna de los discípulos de Cristo» (Const. 62).

  1. Fomentando esta profunda fraternidad cristiana en nuestras comunidades, damos el primer paso fundamental en la proclamación del Evangelio liberador de paz y de justicia. Si esperamos realmente convertir a otros hacia esas actitudes sociales, por las que en nuestro mundo actual sean posibles la paz y la justicia, tenemos que hablar por experiencia y con el apoyo de una verdadera comunidad cristiana.
  2. La palabra clave que describe esta actitud de fraternidad es «comunión», como lo dicen nuestras Constituciones:

«La comunidad no consiste tan sólo en la cohabitación material de los cohermanos, sino a la vez en la comunión de espíritu y de hermandad» (Const.21).

«La vida comunitaria se ordena a que los congregados, a ejemplo de los apóstoles (cf Mc 3,14; Hch 2,42-45;4,32), compartan en sincera comunión fraternal las oraciones y deliberaciones, los trabajos y los sufrimientos, los triunfos y los fracasos, y también los bienes temporales al servicio del Evangelio» (Const.22)

  1. Una condición fundamental (indispensable) de fraternidad, de amistad y de comunión es el reconocimiento y la profunda estima que debemos tener por la persona de cada uno, por sus valores y cualidades (ver Const.35). Sólo la aceptación de los cohermanos, tales como ellos son, abre el camino a la comunión, a la fraternidad e incluso a la amistad, y proporciona la posibilidad de «que se fomente la madurez y responsabilidad de todos los cohermanos, dando a cada uno oportunidades de tomar decisiones personales» (Const.36).

IV.1.2    Medios prácticos para desarrollar
la comunión fraterna

– Todos los miembros son iguales

  1. La primera consecuencia de la realidad de una comunidad apostólica es el hecho de existir un único padre y ser todos hermanos (ver Mt 23, 8-9). Nuestras Constituciones afirman esto claramente: «En la comunidad todos los hermanos son de por sí iguales» (Const.35).

Existan ciertamente diversas tareas y servicios que realizar en nuestras comunidades redentoristas, pero que no alteran la cualidad esencial de la realidad de ser «hermanos unos de otros». Repasando la historia y las tradiciones de nuestra Congregación, nos gana la convicción de que nosotros, los Redentoristas, necesitamos una conversión radical en esta materia.

En este punto es importante considerar cómo nuestra comunidad apostólica atribuye un puesto a aquéllos que no son sacerdotes, o no puedan ejercer su sacerdocio activamente: Hermanos, congregados de edad avanzada, enfermos, neoprofesos. Si queremos tener una auténtica comunidad apostólica, es necesario que nuestro modo de tratar a dichos cohermanos manifieste nuestra creencia de que todos somos iguales como Redentoristas y de que todos somos misioneros (Const. 55)

  1. La comunidad redentorista reconoce la condición de misionero a cada uno de los congregados y confía a cada cual la responsabilidad de una misión específica, sea la predicación explícita, sea el ministerio laical, sea un servicio doméstico en la comunidad. En el caso de los Hermanos, tenemos que confesar que aún hay en la Congregación comunidades en que se les trata más como criados que como cohermanos. El hecho de que una persona no haya sido llamada a predicar explícitamente o a celebrar funciones litúrgicas, no quiere decir que tenga menos derecho en la participación comunitaria. El discernimiento del papel de nuestros Hermanos y de su preparación para asumir las responsabilidades de su propia misión, tanto personal como pastoral, es derecho que debe ser respetado y programado. La comunidad debe prever la posibilidad de trabajo pastoral misionero a nuestras hermanos que tengan capacidad, preparándoles y confiándoles responsabilidad en ministerios que no exigen la ordenación sacramental.
  2. El respeto, la acogida y la atención que dedicamos a los cohermanos de edad avanzada y a los enfermos es un testimonio real de amor fraterno en una sociedad acostumbrada a apartar de la vida normal a los ancianos y a los enfermos. Va en aumento actualmente, en muchas (vice)provincias el número de congregados mayores, es importante que cada (vice)provincia determine el modo mejor de atender debidamente a dichos cohermanos. Por un lado se debe proveer a las necesidades físicas y sicológicas de dichas personas, y procurar que no queden abandonadas a sí mismas. Por otro lado, no se puede esperar que comunidades pequeñas con compromisos apostólicos atiendan como se debe a esos cohermanos mayores o enfermos. Cada (vice)provincia debe afrontar esos problemas, preparando a los congregados a saber vivir en medio de las inevitables limitaciones de edad y de salud, pero satisfaciendo también las necesidades previsibles de tales personas.
  3. Los neoprofesos, que se encuentran aún en la fase de su primera formación, deben también ser tratados con respeto. Debe permitírseles participar en las realidades de la vida apostólica y comunitaria de la (vice)provincia en el modo fijando en el programa de formación. La actitud de fraternidad cristiana requiere, de parte de esos congregados, que mantengan una disponibilidad respetuosa y abierta a la experiencia de los cohermanos mayores, así como la actitud de duda ante la propia inexperiencia y falta de práctica prolongada. Por parte de la comunidad debe existir la buena voluntad de enseñar con el ejemplo, de permitir nuevas formas de oración y participación y de conceder la libertad necesaria para nuevos intentos e iniciativas. Los congregados jóvenes, que comienzan a integrarse en nuestro trabajo, no pueden ser considerados como meros substitutos o continuadores obligados únicamente a repetir lo que siempre se ha hecho. La renovación pastoral y comunitaria es imposible sin una sabia combinación de la experiencia de los mayores con la creatividad y energía de los jóvenes. Si queremos una Congregación siempre renovada, debemos aplaudir a los cohermanos que se abren a las nuevas necesidades pastorales y a los nuevos métodos de evangelización.

– Vivir juntos

  1. Una comunidad de comunión fraterna requiere tiempo de cohabitación. Cada una de las comunidades locales debe buscar momentos naturales y oportunos para que, al menos la mayor parte de los cohermanos, puedan estar juntos. Esos momentos deben sucederse regularmente: todos los días en las casas en que la comunidad vive junta, todas las semanas o meses en las comunidades en que los congregados tienen que vivir separados. El tiempo de las comidas es momento natural de comunión fraterna. La comida en común es el signo más natural de amistad: quienes comparten el pan, comparten el medio fundamental de sobrevivencia. Cada comunidad ha de esforzare para que haya regularmente una comida en común. Momentos de recreo juntos son también esenciales, ya sea diarios u ocasionales de algunas fiestas, momentos vividos en «gaudeamus» o en paseos fuera de casa, etc.
  2. Un segundo paso de gran importancia son las reuniones comunitarias regulares. No hablamos aquí de las reuniones destinadas a decidir puntos prácticos u horarios, presupuestos, etc., que se deben tener en todas las comunidades. Revisten más importancia, para nuestro intento, las reuniones en que se comparten actitudes, perspectivas teológicas, preocupaciones y ansiedades, etc. Diversas provincias tienen programas sencillos de revisión de vida cada tres o cuatro meses. Tales reuniones se centran en la lectura de la Sagrada Escritura o de nuestras Constituciones, dejando un tiempo para la reflexión personal, para la oración y para la comunicación de ideas. En momentos como esos es cuando vislumbramos la vida interior propia y de los otros, pudiendo así negar a ver las dificultades, necesidades, alegrías y sufrimientos que constituyen la base para la comunicación fraterna y para la simpatía mutua. Entonces es cuando comenzamos a remover los obstáculos que nos impiden la penetración en la debilidad humana de unos y otros, y podemos empezar a proporcionar el apoyo que necesitamos para la vida.
  3. Finalmente, no podemos pasar por alto el último fundamento para realizar esta fraternidad cristiana: desear y pedir la conversión. Necesitamos pedir al Señor el don de sentir la igualdad fundamental de todos los cohermanos y de fomentar el deseo sincero de realizar juntos nuestro proyecto misionero. La realidad de la comunidad cristiana requiere la gracia de la conversión, de la humildad, de la sed de justicia. Esto exige la comprensión de la oración común y el interés por ella en todos nosotros.
  4. Una tarea indispensable en todas las comunidades cristianas, como la nuestra, que desean vivir fraternalmente el Evangelio, es la asimilación de la Palabra de Dios en común. Una comunidad que no puede rezar junta no puede ser una fraternidad cristiana. La participación en la Palabra de Dios debe iluminar los acontecimientos de la comunidad y de los hombres a quienes servimos, de modo que produzca actitudes concretas de compromiso por la justicia y la paz. El uso adecuado de los tiempos de oración comunitaria puede proporcionar esa posibilidad. Cada comunidad debe tener celebraciones regulares de la Eucaristía y/o de la Liturgia de las Horas, de modo que, a través de la homilía o de las reflexiones participadas, el grupo pueda ver su centro y su inspiración en el Evangelio de Jesús. La oración común de súplica, atenta a nuestra misión evangélica, acredita que «si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo con seguirán de mi Padre que está en los cielos» (Mt 18,19). Por consiguiente, lo mismo en casa que en tiempo de trabajo misionero, reunirse para rezar constituye la garantía de que testimoniamos la naturaleza evangélica de nuestra comunidad.

IV.2    «Vivir una vida pobre en realidad
y en espirito» (C. 68)

  1. El testimonio evangélico de nuestra vida comunitaria y «la caridad misionera exige que los Redentoristas lleven una vida verdaderamente pobre, que sea pareja a la de los pobres que evangelizar. De este modo demuestran solidaridad con los pobres y se convierten en señal de esperanza para ellos» (Const.65).
  2. El actual escándalo de creciente enriquecimiento de algunos, de una parte, y de progresivo empobrecimiento de los dos tercios de la humanidad, por otra, cuando ya van veinte siglos de predicación de la Buena Nueva de Jesús, necesariamente debe conducirnos a una revisión de nuestra consagración de pobreza. Tenemos que reconocer que la pobreza religiosa ha sido malherida también por el secularismo y el consumismo, que no sólo aleja nuestro nivel de vida del de mayor parte de la humanidad, sino que nos vuelva incapaces de ser sensibles ante la injusticia social.
  3. Sin duda, dejarse interpelar por los pobres (a pauperibus evangelizari) significa volvernos conscientes, como comunidad, de la situación de injusticia social en el mundo, y testimoniar la posibilidad de vivir de un modo distinto. Para ello, necesitamos gracia y decisión de cambiar maneras y actitudes impropias, a fin de ganar credibilidad para las propuestas de Jesús.
  4. Con profunda seriedad debemos dedicarnos a recuperar muchos aspectos de la experiencia y del mensaje de San Alfonso sobre la vida de pobreza de los Redentoristas, si queremos responder positivamente a la llamada que, el tema principal del Capítulo General, hace a la comunidad. Llamamos la atención sobre los siguientes cuatro aspectos, que nos parecen de los más importantes.

IV.2.1    Participación de los bienes

  1. Sea cual sea la teoría que tenemos sobre la pobreza, de hecho, en nuestras comunidades redentoristas, la práctica de la pobreza se centra en «una vida común», o sea, en compartir los bienes (ver Const. 64). Quizá esta cara de la pobreza es la única que hoy día es moralmente posible que podamos manifestar para dar sentido a nuestro voto de pobreza, tanto ante nosotros mismos como ante los demás. La capacidad de la comunidad en compartir sus bienes, de modo que cada uno reciba lo que necesita, que nadie se sienta precisado a buscar ayudas fuera de la comunidad, que nadie pretenda poseer cosas mejores que los otros, y que todos quieran colaborar con todo lo que ganan y con su trabajo, no puede dejar de ser una señal de esperanza para el mundo. «Poner libremente en común todos los bienes fomenta de modo excelente la voluntad de comunión y de participación, sobre todo con los humildes y los pobres. A ejemplo de Cristo, quien nos lo dio todo, la pobreza lleva consigo la comunicación (Est. 044).
  2. Compartir nuestros bienes con nuestra comunidad y Congregación da testimonio de un modelo alternativo de sociedad en el mundo capitalista y en el mundo socialista. Colocar en común nuestros bienes y ganancias para el bien común y las necesidades del apostolado es verdaderamente un acto de justicia distributiva,
  3. Es también obligación nuestra compartir nuestros bienes con ajenos a nuestra comunidad. Esto significa evitar el enriquecimiento a nivel institucional, y así damos testimonio de solidaridad concreta con la mayoría de la humanidad que carece de riquezas económicas. Si en la Congregación es inadmisible una actitud de propiedad privada personal, la propiedad privada de la comunidad ha de estar constantemente sometida a revisión. Delante de las necesidades fundamentales de tantos pobres, tal vez el tren de vida de nuestras casas, nuestros coches, nuestro mobiliario, etc., se convierta pecaminosamente extravagante. Juzgamos que sensatamente nuestro planteamiento financiero debe tener en cuenta a la generación actual, sin trasmitir a la siguiente una riqueza peligrosa,

IV.2.2    Desprendimiento

  1. El espíritu de participación, más arriba mencionado, no es posible sin una actitud fundamental de desprendimiento, que fue el timbre de la espiritualidad de San Alfonso. El desprendimiento nos exige un alejamiento, a veces incluso geográfico, del modelo de sociedad materialista y consumista en que nos encontramos: estar en el mundo, pero sin integrarse en las in justicias de su sistema (Jn 17,14-15). Si el deseo de poseer cada vez más y el apego a los bienes materiales (que es realmente un «signo de nuestro tiempo») se introducen en nuestras comunidades, en nuestra vida personal, comunitaria, (vice)provincial, acabará por colocar el «tener» por encima del «ser», transformándonos en agentes de injusticia social. Aparece como importante que en nuestras comunidades examinemos temas como: reservas monetarias que acumulamos para el futuro; uso personal de los fondos y los donativos; nivel de «comfort» o de imagen que damos con la clase de nuestros coches, diversiones, etc.; duración y frecuencia de nuestras vacaciones, etc. No existen respuestas fáciles para estas cuestiones delicadas, ni se logra en un instante el acuerdo o la concordancia. Tales decisiones sólo se pueden alcanzar con un deseo profundo de conversión al Señor «el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2Cor 8,9). Este sentido de desprendimiento constituye un signo importante que nuestra comunidad fraterna puede ofrecer a nuestro tiempo y a un mondo que no anhela compartir lo que posee sino salvaguardarlo lo más posible.

IV.2.3    Austeridad

  1. Nuestro compartir con otros será consistente sólo si cada uno procura limitar sus propias apetencias y trata de evitar crear «necesidades artificiales», que transforman lo que sólo es útil en algo «indispensable» y lo que realmente es superfluo en «necesario». Austeridad quiere decir contentarse con aquello que es necesario para nuestra vida: alimentación suficiente, vivienda decente, salud congruente, formación primera y continuada, instrumentos necesarios para el trabajo pastoral y medios apropiados para el descanso y recreo. La eliminación de la acumulación de bienes o, lo que aún es más importante, de creación de necesidades artificiales, depende de una sensibilización social radicada en el Evangelio. La llamada de Jesús a no olvidarnos, en su presencia, de los pobres que nos rodean y de las urgentes necesidades materiales de tantísimos otros, está pidiendo a la comunidad una respuesta. No podemos justificar gastos en cosas superfinas para nosotros, nuestras casas, nuestras provincias, cuando con ese dinero podríamos costear lo que es necesario para la sobrevivencia de otros seres humanos. «Como miembros de un Instituto destinado a la evangelización de los pobres, los congregados tengan una fina sensibilidad ante la pobreza del mundo y los graves problemas sociales, que angustian a casi todo los hombres« (Est. 44).

IV.2.4    Nuestras casas

  1. Los proyectos de nuevas fundaciones deben tomar en serio la práctica de San Alfonso en cuanto a la situación de nuestras casas, o sea, que se establezcan entre aquéllos que estamos llamados a servir, para estar siempre a su disposición. Es un hecho descubierto por la sociología que el lugar social en que se vive condiciona fuertemente el comportamiento y la actitudes de cada uno. Fuimos fundados especialmente para evangelizar los pobres; por consiguiente, debemos vivir donde ellos se hallan. Uno de los grandes escándalos de nuestra Congregación consiste en que algunas (vice)provincias se atan a fundaciones por un ideal mal entendido de que, por perseverar abierta una fundación, la Congregación está obligada a mantener un trabajo en ese lugar. Atarse a fundaciones que perdieron casi enteramente la razón de ser de la presencia de los Redentoristas está en contradicción con una de la características fundamentales del desprendimiento redentorista: «Abrácense de buena gana con aquellas situaciones que tal vez les llamen a pasar de un lugar a otro para vivir así en espíritu de abnegación, la libertad evangélica» (Const. 67). En muchos casos, ese apego impide el lanzamiento de iniciativas que podrían servir mejor a los abandonados, especialmente a los pobres.

IV.3    Comunidad abierta

  1. Evangelizar a los pobres y ser evangelizados por ellos significa que nosotros, como comunidad, tenemos que estar próximos al pueblo. Esto ha sido una tradición fuerte desde el comienzo mismo de la Congregación, y cobra mucho resalte en nuestras Constituciones.

«Para desarrollar eficazmente la acción misionera en cooperación conjunta con la Iglesia, se requiere un adecuado conocimiento y experiencia del mundo. Por eso, los congregados entablan confiadamente un diálogo misionero con éste. Interpretando fraternalmente los angustiosos interrogantes de los hombres, procuren discernir los signos verídicos, que ellos dejan traslucir, de la presencia y los designios de Dios» (Const. 19).

La comunidad «debe estar abierta al mundo que los rodea a fin que, en diálogo con los hombres, conozcan los designios de los tiempos y lugares y se adapten mejor a las exigencias de la evangelización» (Const. 43).

  1. Una de las más importantes tradiciones de nuestra Congregación, ya desde el principio, es la llamada «misión permanente», iniciada por el propio San Alfonso, Uno de los elementos de esa misión era la oración con el pueblo: dos veces por día, la comunidad hacía meditación juntamente con el pueblo en nuestras iglesias, además de la visita al Santísimo Sacramento. Esta tradición se perdió cuando comenzamos a reunimos en la capilla de nuestras casas para la oración de comunidad.

La oración manifiesta nuestra fe, y cuando la hacemos juntamente con el pueblo, se transforma en plegaria auténtica. Invitar al pueblo y facilitarle la participación en nuestra vida de oración común es expresión de espiritualidad alfonsiana que vale la pena recuperar.

  1. El último Capítulo General puso en mucho relieve nuestra colaboración con los seglares. No la debemos restringir a la colaboración en el apostolado; sí es ley esencial de nuestra vida el vivir en comunidad y ejercer nuestro apostolado a través de la comunidad (ver Const. 21), esto implica de alguna manera a los seglares, que colaboran con nosotros, en nuestra vida de comunidad.

Concebir de este modo la colaboración de los seglares puede vitalizar el inoperante concepto de oblatos.

Animamos a las Provincias a que promuevan nuevas formas de asociación con los seglares, a que programen asociaciones con ellos, a que compartan con ellos las experiencias.

  1. Nuestras comunidades tienen una misión especial ante los jóvenes. Muchos jóvenes buscan la experiencia de acogida, de comunidad y de participación, mediante la cual lograr descubrir el sentido y la orientación de la propia vida. Nuestras comunidades podrían desempeñar ese papel.

En su mensaje a los Redentoristas, tras el encuentro de Pagani, los jóvenes decían: «Precisa ser corroborado el don de mantener viva la posibilidad de que los jóvenes encuentren a Cristo. Para ellos es necesario que abráis vuestras casas como lugares de acogida y de oración a los seglares, y especialmente a los jóvenes, que son los nuevos pobres del mundo…No tengáis recelo en participar con nosotros la espiritualidad de San Alfonso en su tiempo y en sus circunstancias de vida».

  1. «En ciertos casos los congregados, con el consentimiento de la comunidad, pueden sentirse movidos a compartir realmente la penuria y la inseguridad de los pobres de más humilde condición» (Est. 045). Todas las comunidades redentoristas deben estar próximas al pueblo; pero no todas hay que incluirlas en el contenido de este Estatuto.

En algunas Provincias, especialmente del Tercer Mundo, algunas comunidades están practicando las recomendaciones de este Estatuto viviendo como «comunidades insertas», esto es, como comunidades que adoptan el modo de vida de los pobres entre los que viven, y actúan con ellos en la lucha por la liberación. Grande es nuestra estima por tales comunidades y cohermanos.

Sin embargo, la vida en estas comunidades insertas puede hacerse difícil, y a veces puede ejercer gran presión sicológica sobre los cohermanos. Por eso, necesitan del pleno apoyo de la Provincia. Dicho de otra forma, el Gobierno Provincial debe proporcionar también a esos congregados espacio y tiempo para vivir en verdadera comunidad redentorista, a fin de evitar el peligro del desgaste.

  1. Muchas Provincias sienten dificultad en comprender y en practicar la segunda parte del tema principal «a pauperibus evangelizari».

Un modo de descubrir su sentido puede ser abrir más nuestras casas a las personas; compartir con ellas la fe, la oración, el discernimiento; trabajar con ellas, evitando sin embargo perturbar la vida personal de los demás congregados.

Estamos convencidos de que una conversión de nuestro modo de sentir y vivir la comunidad, así como nuestra vida persona], puede producir una mayor apertura en nuestra vida de comunidad.

V.CONCLUSIÓN

50.En nuestro primer Communicanda sobre el Tema Principal presentábamos unos puntos de reflexión; algunos de ellos se referían a «Vida comunitaria y solidaridad con los pobres» (ver Communicanda 4, n. 9.3).

A ello queremos referirnos de nuevo.

«…que la vida común de los congregados se adapte verdaderamente a la mentalidad de cada región y ofrezca un testimonio eficaz de pobreza y solidaridad con los pobres…» (Est. 046.2).

Nuestro estilo de vida en las comunidades debe corresponder a la situación de las personas entre las que vivimos y trabajamos. Lo que se llama «aculturación». Nuestra opción por los pobres nos pide también una sencillez de vida que haga más auténtica nuestra predicación a los pobres.

 – ¿Nuestro estilo de vida ¿refleja nuestra solidaridad con los pobres a los que anunciamos el Evangelio?

 – ¿Vemos alguna posibilidad de participar en la penuria e in seguridad de los pobres, como propone el Est. 045?

 – ¿Cómo nos portamos ante el dinero (en nuestro modo de poseer, de invertir, de gastar)?

 – ¿Cómo practicamos la solidaridad con los pobres dentro de nuestra misma Congregación?

49.Muchos viven en el mundo solos, alienados y sin esperanza. Buscan una alternativa a su experiencia diaria en la sociedad en que viven. Desean alcanzar y experimentar la Buena Nueva, que es redención copiosa y liberación. Intentamos vivir esa alternativa en nuestras comunidades, como proclamación profética y liberadora de esa Buena Nueva.

Pero cuando, llegado el momento en que el Señor les abre la puerta de la predicación (Col 4,9), los Redentoristas están siempre dispuestos a dar razón de la esperanza que los anima (ver 1Pd 3,15).

Nuestra predicación explícita de la Palabra complementa el testimonio tácito de la presencia fraterna con el anuncio confiado y constante del misterio de Cristo (ver Const.10).

Fraternalmente vuestro en Cristo Redentor,

Juan M. Lasso de la Vega, C.Ss.R.
Superior General

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