Hacia el XXVI Capítulo General

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1890

LA PREPARACIÓN DEL XXVI CAPÍTULO GENERAL:
LLAMADA, INSTRUCCIÓN, ENVÍO, RETOS, SUEÑOS Y ESPERANZAS

Introducción

Hemos comenzado la preparación del XXVI Capítulo General. Recibimos las respuestas de las (V) Provincias a nuestras primeras provocaciones. Utilizo el vocablo provocación por su intenso significado: del latín: pro = adelante, afuera; vocare = llamar. En el mundo antiguo esta palabra significaba una llamada a la lucha, al desafío. En este sentido, el nuevo tiempo que comienza es una llamada a todos los cohermanos a dar un paso adelante, a provocar y ser provocados, a ser desafiados, a salir y luchar, a despertar de nuestra profundidad nuestro ser redentorista con las consecuencias que eso conlleva para nuestra consagración. Nuestra vocación, nuestra llamada a la acción, es una provocación del Señor que nos ha llamado, nos ha hecho avanzar, nos ha presentado y nos ha desafiado a la misión. Así que la pregunta: ¿qué significa celebrar un Capítulo General en un contexto de tantos cambios y tras la experiencia de la pandemia? es también provocativa a nuestra propia vocación y misión…

Pensando en este tema, intentaré hacer una lectura pascual y bautismal de la experiencia capitular que hemos empezado a vivir y que tendrá su desarrollo en las tres fases. En la tradición judeocristiana, la experiencia de Pascua está marcada por las realidades del desierto, la liberación, la muerte y la resurrección. Si la Pascua significa vida nueva, el bautismo es la liberación del hombre viejo y el paso al hombre nuevo. Para nosotros esto incluye tratar de anunciar el Evangelio de manera siempre nueva (San Clemente), con esperanza renovada, corazones renovados y estructuras renovadas (XXIV Capítulo General). Por eso, celebrar el Capítulo General en el contexto actual es también hacer una lectura pascual de la historia con su éxodo, huida, muerte, liberación y resurrección. Es situarse en la experiencia del éxodo, de la cruz, del sepulcro vacío, recorrer el camino de Emaús y desde la casa de Emaús escuchar sus enseñanzas y regresar a la Galilea (Cf. Mc 16,6-7). En otras palabras, es una llamada a dejar atrás las sombras, los muros, los miedos y la seguridad de Jerusalén y a volver a la misión. Para esto es importante atenerse el núcleo fundacional del bautismo de Jesús: la llamada, la instrucción y el envío.

1. Del bautismo surgen el envío y la misión

En el bautismo de Jesús aparece la figura del Espíritu que lo confirma: “Este es mi hijo amado” (Mc 1,11). ¿No está hoy el Espíritu para recordar a todos los cohermanos en la Congregación que son hijos predilectos? ¿No nos pide, a partir de esto, que recordemos nuestras memorias de redención y a compartirlas con los más pobres y abandonados? Se esto es verdad, entonces, no estamos abandonados aun  en estos tiempos oscuros que vivimos.

La misión de Jesús comienza con su bautismo. En Marcos, el nacimiento del Hijo de Dios tiene lugar en su bautismo. Marcos no presenta una genealogía de Jesús, sino que es presentado por Juan el Bautista y bautizado por él. Sale con el poder del Espíritu que lo pondrá a prueba en el desierto. En el desierto, Jesús se enfrenta con sus luces y sombras personales, a las luces y sombras de la historia y de su misión, y allí debe discernir (Cf. Mc 1,9-13).

En Mateo, el bautismo está precedido por la historicidad de Jesús: un hombre nacido en el tiempo, sometido a la ley y a los poderes de su época. En este contexto comienza su misión. No es uno fuera de la historia. Su misión se encarna en la historicidad de su tiempo y es aquí donde comienza su ministerio en Galilea (Cf. Mt 4,12-15,50).

Lucas lo presenta como un hombre que se enfrenta al drama de la historia tejida por la humanidad, con sus contextos sagrados y con sus relaciones humanas. En Lucas vemos la doble genealogía de Jesús. Después de su bautismo, se reafirma lo humano, sus tentaciones y su programa de misión (Cf. Lc Lc 1,5–2,1-17;3,21-38;41-13).

En Juan, el Verbo Encarnado fue bautizado y se encarna en la historia humana como Cordero de Dios para cumplir la misión del Padre (Cf. Jn1,29-34).

Así, todos los evangelistas relatan el bautismo de Jesús, el inicio de su misión, la llamada a sus discípulos, la instrucción y el envío al mundo para la misión. De su bautismo surge la misión.

2.El Capítulo como lugar de memoria pascual

Mirando el contexto de la historia humana de hoy, podemos decir que estamos en la encrucijada de Emaús, en la situación de aquella comunidad tras la muerte de Jesús, marcada por el espíritu de decepción y frustración. Hemos hecho muchos planes y todo se ha deconstruido de una manera u otra. Tal vez nos encontremos en este punto, como discípulos tristes, debido a la pandemia que ha cambiado totalmente nuestras vidas. Pero, no es cierto que ha mejorado nuestras relaciones con los demás, transformado nuestro modo de relacionarse con el mundo. Quizás estamos perdiendo una oportunidad increíble de conversión personal y de la sociedad.

Ante esta realidad ¿cuál es nuestra actitud? ¿Qué queremos? ¿Dejar pasar al Maestro y quedarnos solos en la oscuridad del tiempo con nuestros recuerdos nostálgicos que nos reconfortan para seguir dormidos en la propia zona de confort de la oscuridad? Es hora de tomar la decisión de entrar en la casa de Emaús con Cristo, la Luz del Mundo, para hacer nuestro camino y dejar que nuestro corazón arda, pues, se lo dejamos pasar quedaremos en las memorias del pasado sin la esperanza pascual que nos hace ver nuevos horizontes. ¿Dónde están la encrucijada y la casa de Emaús en la Congregación/Conferencias/nuestras (V) Provincias hoy?

Celebrar un Capítulo, después de una experiencia tan dramática de pandemia, hoy significa volver a la cuestión fundamental de nuestro creer. Si por el bautismo hemos hecho la profesión de fe en las verdades que enseña la Iglesia y nos comprometemos a ponerlas en práctica, es también el momento de nuestra historia de reavivar nuestra profesión de fe como redentoristas para renovar nuestra vida apostólica, promover las adaptaciones de las propias instituciones de la Congregación, las normas de vida y la necesidad de la Iglesia para los hombres y mujeres de hoy (cf. Const. 107). Se trata de comprender que la Congregación es un cuerpo vivo alimentado por la fe pascual que, al mismo tiempo, es la razón de su existencia y de su anuncio (kerigma). Y como cuerpo vivo necesita dejar morir ciertas células para renovarse. A la luz de todo lo que estamos viviendo ¿qué necesitamos renovar? ¿No es hora de tomar nuestras historias personales y de consagrados y renovar nuestra vocación, la llamada a la acción de nuestro ser a través de la provocación del Señor de la Historia?

En la perspectiva bautismal del nacimiento del hombre nuevo (Jn 3,1-12), el Capítulo es llamado, desde la perspectiva del discernimiento, a “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 20,5). Hacer nuevas todas las cosas no significa abandonar todo el camino hecho hasta ahora, sino percibir la novedad del Espíritu que mueve la historia y nos hace ser creativos. Jesús, en tesis, no necesitaba ser bautizado, pues era el Hijo del Padre. No abandonó esta realidad, pero el bautismo le dio una misión, la continuó de otra manera, sin hacerlo abandonar la Ley y los Profetas, pero perfeccionarlas, darles nuevo sentido. Su bautismo lo reafirma como el Hijo amado que se propone renovar las cosas. Él, siendo Hijo de Dios, antes de emprender camino, pasó por la autocrítica del desierto para asumir definitivamente el proyecto del Padre. Las experiencias del desierto se hacen también en los Capítulos: en medio de la novedad pascual de hacer nuevas todas las cosas, aparecen las tentaciones del tener, del poder y del placer. ¿Cómo podemos superarlas para no desviarnos de la misión del Padre? Por esto, la autocrítica del desierto es muy importante, constituyendo un elemento de discernimiento y de toma de la conciencia de la misión.

Después de las tentaciones en el desierto, Jesús va a la sinagoga de Galilea y expone claramente su plan (Cf. Lc 4,14-21). Reafirma la continuidad de la Ley y los Profetas citando a Isaías e invoca al Espíritu que lo unge y lo envía a anunciar la buena nueva a los más abandonados de su tiempo. El Espíritu presente en el bautismo unge, envía, amplia a los caminos abiertos por Juan el Bautista, lo acompaña en la cruz y lo resucita. En este sentido, cada Capítulo General es una experiencia de la sinagoga de Galilea en la elaboración de un programa para el sexenio. ¿Cómo podemos asegurarnos de que las decisiones del Capítulo no sólo tocan el corazón de los cohermanos, sino que tienen la resonancia de la abundante redención en la vida de nuestros interlocutores?

Jesús, después de anunciar su contenido programático, llama a discípulos de distintas procedencias, experiencias y los instruye. Es fundamental que un Capítulo, con su mosaico de experiencias culturales, humanas, de fe y apostólicas, sea “discipular” al ponerse a los pies del Maestro para ser instruido, para aprender de él los peligros de la misión y para ser enviado al mundo. Un Capítulo que no escucha la voz del Espíritu y la instrucción del Maestro es sólo un acto canónico formal que produce una serie de decisiones para la Congregación y no es una instancia de discernimiento de la voluntad de Dios a la luz de la fe pascual y puede incidir muy poco en nuestra vida apostólica. Podemos correr el riesgo de convertirnos en una Babel al intentarnos hablar un solo idioma, el de la uniformidad, y no la experiencia de Pentecostés en la cual, desde la escucha y el discernimiento, el Espíritu del Señor nos envía al mundo para anunciar que la redención es abundante. ¿Qué queremos para el próximo Capítulo General: la experiencia de Babel o la de Pentecostés? ¿Desde onde provén nuestras instancias de discernimiento? ¿Y cómo podemos y debemos ejercer nuestra corresponsabilidad? (Cf. Const. 35, 73,1º§, 98, 112).

Cada cohermano debe ejercer su vocación bautismal participando con entusiasmo en las reuniones preparatorias que tienen lugar en las comunidades locales de cada Conferencia. Cuanto más intensos y profundos sean la preparación y los debates, mejores serán los frutos de las fases venideras. Cada cohermano, con su riqueza, su experiencia y su entusiasmo, constituye el cuerpo vivo, fecundo y dinámico que es la Congregación. Eximirse de esta oportunidad de participación es abandonarse a la indiferencia y no sentirse parte de un cuerpo misionero que se funda en un carisma de profunda densidad teológica y espiritual que busca redimir al ser humano en su totalidad (Cf. Const. 6); es cerrarse al Espíritu que nos provoca para leer los signos de los tiempos y responder a ellos de manera creativa.

Las tres fases del Capítulo forman parte del camino sinodal redentorista. La fase preparatoria (primera fase) se nos presenta como Juan el Bautista preparando los caminos del Señor. Y en este trayecto, el Señor camina con nosotros y nos hace las preguntas y pone las inquietudes en nuestro corazón. Es el momento del diálogo en el que afloran las preocupaciones, las decepciones, los proyectos fallidos, las luces, las esperanzas y las ganas de seguir. Es el momento de la llamada a la conversión del corazón y de la mente por el bien de la misión. Después de despertarnos, abrir los ojos y llegar a la encrucijada de Emaús, es el momento de las discusiones en la casa, la fase canónica, donde es el Señor quien instruye con sus Escrituras y su Espíritu, comparte el pan con nosotros para alimentarnos y tenernos las fuerzas para continuar la misión. Es el momento del discernimiento dentro de la Casa de Emaús donde el corazón arde y se intenta a hacer nueva todas las cosas. En la tercera fase, con el corazón ardiente, volvemos a ser enviados al mundo a las ovejas perdidas sin pastor (Cf. Mt 9,36), con la certeza de que el Señor nos ha llamado, instruido y enviado. Así, el Capítulo en su conjunto es el lugar de la memoria pascual, donde se construyen los sueños y las esperanzas y donde se supera la comodidad y el silencio estéril de la tumba y salimos corriendo para anunciar a los demás la abundante redención (Cf. Mt 28,8).

3. Llamar, instruir y anunciar: ser un signo de esperanza

La llamada que el Señor de la Historia nos hace hoy no es a negar la propia historia y este momento histórico (postmodernidad, globalización, progreso tecnológico, conflictos, fundamentalismo, pandemias, pobreza creciente, etc.). Su provocación es que tomemos todo en nuestras manos, las luces, las sombras, y trabajemos en la crisis con esperanza, con un corazón ardiente y sin miedo. La experiencia pascual de nuestro bautismo nos anima a recorrer los caminos de Emaús, incluso con el corazón turbado, con nuestras visiones nubladas y sin conocer al desconocido que camina con nosotros. Incluso sin reconocerlo, está ahí, y no nos abandona en el camino y en la oscuridad de nuestra falta de visión.

La instrucción que el Señor nos invita es la de sentarnos juntos en la Gran Casa de Emaús, el Capítulo en su conjunto, como cuerpo misionero vivo y, desde la corresponsabilidad, discernir juntos. El gran problema de nuestros Capítulos es que la gran mayoría no se siente llamada por su corresponsabilidad y se abstiene de hacer juntos la experiencia de aprender desde el discipulado y discernir. Y eso tiene consecuencias porque no hace arder el corazón. Cuando nuestros capítulos van más allá de la obligación canónica y se convierten en una experiencia pascual de fe en la búsqueda de renovar los corazones y las estructuras para la misión, las decisiones serán más receptivas y el anuncio más elocuente. ¿Qué queremos aprender del Señor? ¿Estamos dispuestos a escuchar su voz y la de nuestros interlocutores o sólo la nuestra?

En este sexenio hemos tocado concretamente las heridas del mundo mediante la pandemia y todos los efectos que ha causado y causará especialmente en la vida de los pobres. Por eso, toda la preparación del Capítulo retoma el tema del XXV Capítulo General: Testigos del Redentor, solidarios para la misión en un mundo herido. ¿Qué significa en un mundo herido ser testigos del Redentor y solidarios para la misión? ¿Cómo esto afecta a nuestra comunidad dedicada a Cristo Redentor y a las personas, a nuestra formación inicial y permanente, a nuestras estructuras de gobierno y al proceso de reestructuración para la misión como respuesta a los signos de los tiempos?

Al salir de la casa de Emaús, el anuncio se hace obligatorio: “Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). Así que, en este momento de la historia, la provocación del Señor es que no debemos tener miedo de atrevernos a algo nuevo. No podemos retroceder en nuestra historia. Hemos sido llamados, instruidos, bautizados y enviados para ser testigos del Redentor. En este triste momento de nuestra humanidad, nuestro Capítulo debe ser el lugar del sueño y la renovación de la esperanza, para ser sal, luz y levadura para este mundo (Cf. Mt 5,13-16; Lc 13,20-21). Estamos llamados a recorrer el camino de la memoria pascual de Jesús y a reencontrarnos con él en la Galilea de hoy con un nuevo programa para la misión, siendo más audaces y proféticos al ser fieles a nuestro carisma y al proclamar la copiosa apud eum redemptio. ¿Es esto lo que queremos anunciar? Alfonso vivió en una época de gran transformación cultural y realizó su gran aportación a la Iglesia tanto en el ámbito pastoral como en el teológico. Clemente también lo hizo a su manera, llevando a la Congregación a otros contextos en medio de las dificultades. ¿A qué nos llama y envía el Señor hoy para dar testimonio de nuestro bautismo y de nuestro envío? ¿Qué nos instruye él?, ¿dónde nos envía? ¿Cuáles son los retos que debemos nos confrontar? ¿Cuáles son nuestros sueños y esperanzas para una Congregación reestructurada? Juntos, como cuerpo misionero, con fe robusta, esperanza alegre, ardiente caridad, celo encendido y oración constantes y con el corazón atado a Cristo Redentor no desanimarnos en lo arduo a fin de llevar a todos la redención copiosa de Cristo (Cf. Const. 20). Esta es una tarea nuestra, de nuestro tiempo…

Padre Rogério Gomes, C.Ss.R

http://lattes.cnpq.br/3342824164751325

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