Las raíces económicas de los conflictos

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

1492, año del “descubrimiento” de América por Cristóbal Colón, es el año que marca el final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna, dando paso en Europa a una serie de cambios importantes en todos los campos, desde la cultura , a la religión, a la economía, este último ámbito caracterizado por la revolución en las actividades productivas y comerciales, que condujo a la transformación paulatina de la riqueza y, con la afirmación de la nueva clase mercantil y burguesa, al establecimiento de una nueva visión de la propiedad individual de los bienes materiales.

El inglés John Locke (1632-1704) formalizó la reinterpretación del derecho a la propiedad privada al considerarlo, junto con el derecho a la vida y a la libertad, un derecho natural, inalienable, preexistente al Estado que tiene la tarea de protegerla de manera absoluta. Locke explica que aunque la tierra y todas las criaturas inferiores pertenecen en común a todos los hombres, cada uno tiene la propiedad de su propia persona, a la que nadie tiene derechos excepto él mismo. En consecuencia, puede decirse que el fruto del trabajo de la persona es de su exclusiva propiedad. Sobre esta base, el derecho de propiedad privada será reconocido y garantizado hasta hoy, aunque con diferentes matices, en todos los países liberales y de “economía de mercado” como el ius utendi et abutendi (derecho de uso y abuso), otorgando al propietario el derecho ejercer su derecho exclusiva y absolutamente sin obligación alguna para con nadie también porque, según F.A. von Hayek (1899-1992), la propiedad privada es “la única solución descubierta hasta ahora por los hombres para resolver el problema de conciliar la libertad individual con la ausencia de conflictos”.

Sin embargo, la visión cristiana siempre ha sido diferente y lo que afirmó recientemente el actual Pontífice en Laudato si’, es lo que la Iglesia siempre ha enseñado. Encontramos una ordenación orgánica de esta visión en la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino que, recogiendo la rica enseñanza bíblica y la igualmente rica reflexión de los Padres de la Iglesia, ofrece una síntesis que sigue siendo hoy el punto de referencia esencial, entre las otras fielmente re-propuestas a partir de la Rerum novarum, primer documento de la doctrina social de la Iglesia, hasta los recientes pronunciamientos pontificios.

Santo Tomás recuerda que Dios es el único “dueño” absoluto de todas las cosas, pero él mismo predestinó que todas las cosas sirvan al sustento del hombre, que es “administrador” de ellas, con potestad para usarlas “en su propio provecho” por el intelecto y la voluntad, considerándolos hechos para uno mismo; los seres menos perfectos, en efecto, son para los más perfectos». Además, “la propiedad privada o algún poder sobre los bienes exteriores aseguran a todos un ámbito de autonomía personal y familiar totalmente necesario, y deben ser considerados como una extensión de la libertad humana” (Gaudium et spes, n. 71). Sin embargo, al mismo tiempo, nunca debe olvidarse que “toda propiedad privada por su naturaleza tiene también un carácter social, basado en el destino común de los bienes” (ib.; Centesimus annus, n. 30).

Por eso, Santo Tomás recuerda que “el hombre no debe considerar las cosas como exclusivamente suyas, sino que debe estar dispuesto a participar ampliamente en las necesidades de los demás”, tal como también se refiere desde el principio a la Doctrina Social de la Iglesia ( Rerum novarum, n. 19) en cumplimiento del principio del destino universal de los bienes (Gaudium et spes, n. 71) que prevalece sobre el derecho de propiedad, ya que el propietario no disfruta de un ius users et abutendi, sino de un “potestas procurandi et dispensandi” (facultad de procurar y administrar).

Descuidando esta dimensión, “la propiedad puede convertirse de muchas maneras en ocasión de codicia y de graves desórdenes” (Gaudium et spes, n. 71), como advirtió explícitamente Quadragesimo anno con gran claridad tras la primera gran crisis económica de 1929. De hecho , la encíclica social de 1931 señalaba la consolidación de una “concentración de la riqueza” y una “acumulación de un enorme poder, de un dominio despótico de la economía en manos de unos pocos” (n. 105). También denunció que: “Tal concentración de fuerzas y de poder […] es el fruto natural de esa libertad de competencia desenfrenada que permite […] sobrevivir a los más violentos en la lucha y a los menos atentos a la conciencia” (n. 107), de tal manera que “la misma concentración de riqueza y poder genera tres tipos de lucha por el dominio: […] por la preponderancia económica; […] Por el poder político, […] finalmente […] entre los mismos Estados” (n. 108).

Quadragesimo anno no se limitó sólo a la denuncia sino que también indicó, con gran relevancia, los caminos para superar tal estado de cosas, invitando “sobre todo a tener en cuenta […] la naturaleza dual, individual y social [.. .] de la propiedad y del trabajo “Y destacando que” las instituciones de los pueblos deben pasar por adecuar la sociedad en su conjunto a las exigencias del bien común, es decir, a las leyes de la justicia social; de ahí se seguirá necesariamente que una parte tan importante de la vida social, que es la actividad económica, sea a su vez restituida a un orden sano y bien equilibrado» (n. 110).

Es una enseñanza que tiene en cuenta la complejidad de la existencia humana, demasiado simplificada en la reflexión económica que, a la luz de los acontecimientos de hoy, revela con gran fuerza su actualidad.

Leonardo Salutati

Fuente https://www.ilmantellodellagiustizia.it/leonardo-salutati-2022/le-radici-economiche-dei-conflitti

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