La empatía compasiva del buen samaritano

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

Jesús es un maestro auténtico y rico en empatía y compasión, tanto en sus actitudes como en sus enseñanzas (cf. Jesús modelo de empatía integral). En este sentido, la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 33-37) demuestra cómo las nociones de empatía y compasión están en el corazón del mensaje evangélico de Jesús. Veamos, pues, cómo estas dos actitudes deben inspirar e influir en el juicio moral y conducta ética del discípulo de Cristo en sus relaciones interpersonales.

La actitud del buen samaritano se caracteriza por una percepción moral auténticamente empática respecto a la situación del herido: “Un samaritano […] que pasaba, lo vio y se compadeció” (v. 33).

El sentido exegético de este versículo significa que el buen samaritano se conmueve profundamente al ver al hombre gravemente herido; se apodera de él una compasión visceral. En otras palabras, la escena lo conmueve profundamente, provocando en él una intensa reacción emocional empática, así como una reacción compasiva para ayudar al pobre. Por tanto, la capacidad del samaritano de “ponerse en el lugar del herido” y de ser sensible a su sufrimiento abre el juicio moral de su conciencia a la empatía compasiva.

De hecho, la compasión empuja al buen samaritano a ayudar al hombre herido con acciones concretas: “Se acercó a él, vendó sus heridas, vertiendo sobre ellas aceite y vino; luego lo cargó en su montura, lo llevó a un hotel y lo cuidó” (v. 34). A la luz de esta parábola, se podría decir, metafóricamente, que la compasión representa los “brazos de la empatía”.

La actitud misericordiosa añade una dimensión espiritual a la noción de empatía compasiva, ya que la compasión misericordiosa del Buen Samaritano es una respuesta empática humana, pero inspirada y transformada por la gracia divina.

Por eso, recurriendo a esta parábola, Jesús hace de la empatía, la compasión y la misericordia los elementos constitutivos de la conducta moral de su discípulo. Ser prójimo del otro (v. 36), por tanto, significa adoptar la actitud del Buen Samaritano convirtiéndose en testigos de empatía, compasión y misericordia hacia el que sufre: “Id y haced lo mismo también vosotros” (v. 37).

En resumen, con esta parábola Jesús nos enseña que nuestra vida moral cristiana implica una doble conversión: una conversión interior a la empatía cristiana para vivir el mandamiento del amor-caridad; y una conversión externa a la compasión evangélica, para adoptar acciones éticas concretas ricas en misericordia hacia el prójimo.

En el número 67 de su encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco precisa que esta parábola es un “icono iluminador” que nos ofrece una “opción básica” ante el dolor y las heridas de nuestros hermanos y hermanas. Así podremos apreciar mejor cómo el Buen Samaritano, empático, compasivo y misericordioso, puede iluminar nuestro camino de crecimiento.

Mario Boies, C.Ss.R., M.Ps.

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