Sinodalidad, ¿vino nuevo en odres viejos?

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

Sin duda, es más que loable que la Iglesia, inspirada por las decisiones e improntas del papa Francisco, se lance con más o menos convicciones a procesos sinodales. Seguramente en muchas comunidades puede que todo este trabajo vaya dejando florecer necesarios frutos de vida nueva. Pero no obstante queda una doble duda, si será así en definitiva para toda la Iglesia, en desde todas las comunidades, y si en verdad se quiere “una Iglesia siempre en transformación”, una Iglesia en verdad «en salida», siempre a la búsqueda del «encuentro» con “los otros”, los alejados, los perdidos, los descartados, las situaciones periféricas, los desafíos epocales, o solo se reflotan ciertas tendencias para robustecerse hacia adentro o defenderse mejor de las “insidias” y “ataques” “del mundo”, sin asumir los reales cambios a los cuales los signos de los tiempos y el mismo Espíritu impelen a la Iglesia de hoy como de siempre.

En la línea del Vaticano II, la Iglesia sigue llamada a configurar su identidad en y desde su impronta de servicio a la humanidad. Una Iglesia que asume que su configuración histórica no es ya – y quizás nunca debió haber sido – la de una “cristiandad”, sino más bien la de una “cristianía” fermento de nueva humanidad, en diálogo abierto y crítico, sapiencial y profético, con todos los seres humanos. Un proceso sinodal que solo se lamentase de todo lo que se perdió o se está perdiendo en la vida y en la praxis eclesial, no solo no es suficiente sino que tampoco es auténticamente evangélico. Debería ser un proceso que apunte a transformar el espíritu y el estilo de vida cristiano, sus inspiraciones y estructuraciones eclesiales, en todos los niveles de la vida de las Iglesias. Hay demasiados estilos de vida pastorales y litúrgicos, demasiadas reglamentaciones y estructuraciones eclesiales, que desde hace mucho ya no vehiculan la hondura de la fe cristiana, hay demasiados lugares que aún no han sido revisados y trasformados ni siquiera siguiendo realmente las inspiraciones del Vaticano II.

Las resistencias y las inercias no son pocas, los deseos de lo nuevo siguen pujando con dolores de parto. Si el proceso de sinodalidad en verdad pretende sacar fuera las más genuinas energías evangélicas, de una Iglesia en salida anunciando el evangelio al servicio de la realización del reino, no puede solo utilizar los viejos mecanismos y estructuras, cuales odres viejos, se requiere una real novedad, un salto de actitudes y configuraciones personales, estructurales y sistémicas. No se pueden seguir acumulando decepciones y reciclajes, que no dejan de ser un mero “barniz”, un mero “maquillaje”, sospechosos siempre de proselitista seducción para intentar sobrevivir sea como sea a los avatares de la historia. Ciertamente que en la vida, como en sus diferentes configuraciones y estructuraciones, hay mucho que mantener, por esa ley humana de la estabilidad y continuidad que le da sentido a la armonía básica de todo crecimiento, pero no es menos cierto que la auténtica humanidad crece y se desarrolla, como tal, por osados saltos de novedad, por el bien-aventurarse detrás de alternativas inéditas (¨)

Los estudios universitarios en la Iglesia necesitan de este tipo de proceso sinodal que les lleve no solo a continuar renovando sus ofertas sino a replantearse su vida y misión. A algo de esto apuntaba Francisco sin duda alguna en Veritatis gaudium (2017). En nuestro caso, una teología moral que siga escuchando y atendiendo con solicitud a las preocupaciones e interrogantes de nuestro tiempo, con talante sapiencial y profético. Una teología moral que se anime a configuraciones inter- y transdisciplinares, cultivando el arte del discernimiento constante, al servicio de la madurez y de la liberación de las consciencias. Una teología moral que se conciba desde las periferias existenciales, más desde las intemperies que desde las falsas seguridades. Una teología moral que sepa afrontar las contrariedades, complejidades y negatividades de las propuestas que vienen desde otros sectores humanos, con humildad y audacias evangélicas, evitando fáciles y trasnochadas actitudes apologéticas, como incautas ingenuidades, despertando siempre el sentido profundamente evangélico heredado de san Alfonso, esto es, seguir, en todo y por sobre todo, la lógica implacable de la via caritatis, de la «abundante redención».

p. Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR


¨ Aunque en otro contexto, estas palabras del papa Francisco pueden dar una oportuna iluminación a lo que venimos diciendo: «No se trata de mirar hacia atrás con nostalgia, quedándonos estancados en las cosas del pasado y dejándonos paralizar en el inmovilismo: esta es la tentación del retroceso (“indietrismo”). La mirada cristiana, cuando vuelve hacia atrás para hacer memoria, lo que quiere es abrirnos al asombro ante el misterio de Dios, para llenar nuestro corazón de alabanza y gratitud por cuanto ha hecho el Señor. Un corazón agradecido, que desborda de alabanza, que no alberga añoranzas, sino que acoge el presente que vive como gracia; y quiere ponerse en camino, ir hacia adelante, comunicar a Jesús, como las mujeres y los discípulos de Emaús el día de la Pascua. Sin memoria no hay asombro. Si perdemos la memoria viva, entonces la fe, las devociones y las actividades pastorales corren el riesgo de debilitarse, de ser como llamaradas, que se encienden rápidamente, pero se apagan enseguida. Cuando extraviamos la memoria, se agota la alegría. La memoria del pasado no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a la promesa del Evangelio» (Encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral en la Catedral Madre de Dios del Perpetuo Socorro de Nur-Sultan, Kazakhstan; https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2022-09/kazajistan-encuentro-papa-obispos-sacerdotes-consagrados.html).

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