“Fuera de la vida encarnada no hay salvación”

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(picture: difesapopolo.it)

(del Blog de la Academia Alfonsiana)

Caminamos en Adviento para celebrar la Navidad. Celebramos este misterio único, donde lo humano y lo divino se encuentran, se abrazan y se besan con amor preferencial (cf. Sal 85,10-11). Un encuentro que marca la propuesta cristiana de una nueva humanidad. A partir de este paradigma fundamental, se deben medir, verificar y estructurar los demás paradigmas de inspiración humano-cristiana. La Navidad manifiesta la predilección del Dios-de-la-Vida por su creación y sus criaturas, apareciendo con la clara señal de querer implicarse en sus vidas, pero con respeto y profundidad, como solo el verdadero amor puede hacerlo. Preferencia por los más pobres y abandonados, por los más abandonados y deshumanizados, para que desde allí, desde esa aparente insignificancia, una luz de esperanza pueda manifestarse como faro guía. La vida cristiana y la reflexión que la acompaña no pueden abandonar este lugar teológico fundamental y su paradigma básico, si quieren mantener no solo su significado, sino también, y sobre todo, su relevancia y plausibilidad histórica.

Si el Adviento nos preparó para la espera inmediata y final, fue para ayudarnos a generar dos actitudes simples pero fundamentales que permitieran que la Navidad hiciera historia en nuestras vidas. Es decir, prepararse para el abrazo final con el Dios-de-la-Vida, abrazar a ese Dios que ya vino en el seno de la historia; vientre de una joven que se convierte en madre de la vida sembrada en su vientre, tierra creada con la semilla de la eternidad plantada, así lo eterno y el tiempo se encuentran, en un abrazo de amor inigualable. La donación amorosa que genera el amor encarnado, como primera actitud existencial y primera orientación de toda moral posible.

La Navidad se nos propone como un tiempo y un espacio para abrirnos a la novedad, inesperada e inédita, que exige un cambio de mentalidad, de posicionamiento integral, para dejar espacio a la esperanza, no solo renovada, sino renovadora y liberadora, para dar prioridad a la generación del amor de comunión, para que la vida liberada florezca y se desarrolle como comunión en el amor. Navidad es admirar “el fruto de la dulce anticipación”, es la posibilidad de encontrar lo más auténtico de la vida, con sus mayores alegrías y sus dolores más angustiosos. La Navidad es una celebración en la memoria agradecida y en el milagro siempre presente de la vida nueva que simplemente está presente en medio de nuestros cansancios, decepciones y vergüenzas humanas, esas que nos llenan de heridas, muertes y ausencias tristes en la celebración festiva de este misterio de vida.

Todo este tiempo humano-litúrgico se nos propone vivir como futuro transformando nuestro presente, como tiempo y espacio para propiciar nuestros cambios personales, comunitarios, sociales, estructurales y sistémicos. Es cierto que todo puede quedar en la superficie de celebraciones llenas de clichés comerciales, pero también podemos profundizar un poco más en nuestra existencia y aprovechar la oportunidad para renovarnos en la dura alegría, en la esperanza obstinada y en el estímulo agotador de continuar. Aprendamos del camino, de este año recorrido, vivido, entre alegrías y dolores, esperanzas y decepciones, no es momento de rendirnos, sino de seguir juntos con el Dios-de-la-Vida apostando a que tal vez aún podamos hace todo en modo diferente, en nuestras vidas, en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad.

Solo así la Navidad será un espacio de salvación, porque fuera de la vida encarnada, como vida que dignifica y se manifiesta irrevocablemente como solidaridad, solo nos queda el triste espectáculo del “cada uno por su cuenta” y del “sálvese quien pueda”, de la desolación ilimitada, de las varias destrucciones a través de las diversas violencias sistémicas a las que estamos sometiendo a nuestro mundo. La vida cristiana necesita expresarse como empatía-solidaridad en todos sus niveles. Superar el individualismo y desintegrar las oposiciones, que atomizan tanto las propuestas teóricas como las prácticas. La Navidad nos abre, desde el principio, hasta el horizonte final, su gesto magnánimo nos guía con un criterio fundamental de solidaridad (cf. Mt 25,31-46). La Navidad orienta sin duda la moral alfonsiana, porque la hace fundamentarse y estructurarse como propuesta de vida solidaria, cercana a la realidad y a la escucha de sus gritos más profundos y sufrientes, porque la llama a presentarse axiológicamente como un ser misericordioso, benigno. y una moral solidaria, cuya mediación sistémica es la opción por los más abandonados, los pecadores, los pobres, los descartados, cuyo horizonte de valor es la liberación de las mil formas del pecado. En la línea alfonsiana es posible celebrar el misterio de la Navidad y dejarse involucrar en ella en un proceso de compromiso para la transformación de la vida, esa vida que se sabe necesitada y al mismo tiempo se sabe no abandonada, porque el Dios-de-la-Vida y sus seguidores, proclaman, con sus aportes y con sus propias existencias, que fuera de los pobres no hay salvación, que fuera de la bondad no hay salvación, que fuera de una ecología integral no hay salvación, que fuera de un mundo en paz no hay salvación, que fuera de una interindependencia solidaria no hay salvación, que fuera de la integración de las diferencias humanas que humanizan en su diversidad no hay salvación… y así podríamos seguir dándonos pistas sobre cómo traducir el misterio de la encarnación en una coherencia de vida y de moralidad.

p. Antonio Gerardo Fidalgo C.Ss.R.

(del original en italiano publicado en alfonsiana.org)

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